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Habían pasado dos días desde el incidente en las muñecas de Justin. En esas cuarenta y dos horas, él se la había pasado encerrado en su habitación, no había salido para nada, ni siquiera para ver a su esposa que se encontraba en el sótano.
Chloe en esos días no había comido nada, pues Justin no se había presentado para alimentarla. Estaba que moría por comer tan siquiera una fruta.
Estaba demasiado confundida, pues no sabía la razón por la cuál no había bajado a verla, y eso la hacía preocupar un poco.
Justin no quería verla, a ella ni a nadie. El timbre de la mansión había retumbado varias veces, y el castaño al notar que era Taylor, se frustraba aún más. No tenía ánimos de soportarla, además de que le había dejado en claro que no volviera a buscarlo ni a poner un pie en su propiedad.
La razón del comportamiento de Justin, era por lo que le había dicho Chloe.
¿Esquizofrenia?
Esa palabra no dejaba de dar vueltas alrededor de su mente.
Él pensaba que eso era una tremenda estupidez. Que él no estaba enfermo, ni mucho menos loco. Y lo que más le dolía, era saber que su pequeña pensaba eso de él.
Ni siquiera se había tomado la tarea de investigar sobre que trataba aquella enfermedad. Simplemente no le interesaba saber.
Estaba consiente que no era normal esa voz que se hacía presente en su cabeza, pero jamás había considerado que se trataba de alguna enfermedad mental, pues él estaba seguro que su salud estaba en perfectas condiciones.
Nunca aceptaría la verdad.
Por qué alguien que sufre de estos trastornos, jamás se dará cuenta de ello.
Jamás.
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—Nunca haces nada bien —comentó Jacob poniendo los ojos en blancos.
—Ya te dije que fui varias veces a su casa —se defendió la rubia —no me abrió, es como si se lo hubiera tragado la tierra.
—Pues hubieras insistido —bufó.
—¿Crees que no lo hice? —preguntó —¡Más de mil veces!
—¡Pues no fueron suficientes! —gritó desesperado —¡Estoy harto!
