Prólogo

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Cada vez que miro por la ventana siento que me pierdo de algo. La oportunidad de ver unos ojos brillantes y agradables, de tocar una piel suave, de escuchar una risa contagiosa y sincera, de oler una cabeza recién lavada.

De todas maneras, no puedo hacer nada en mi situación. No puedo salir de aquí y dejar que esas emociones me penetren, por mucho que lo deseo. No, yo no. No puedo dejar esta habitación. Cada mañana me despierta el sol en el rostro, o el calor de este sitio estrecho y húmedo. No es agradable, para nada. A veces me duele la cabeza antes siquiera de abrir los ojos. Siento que me pesan los miembros del cuerpo, cada uno de ellos, que hasta mis propios órganos están hechos de pura piedra. No, el encierro en esta miseria es una mierda. La verdad, he pensado varias veces en salir, especialmente antes de quedarme dormido que es cuando dejo que la memoria se ponga a funcionar. Es ahí cuando las imágenes se cuelan en mi cabeza y me seducen, me hacen creer que vale la pena traspasar la puerta por unos segundos y hundirme en las posibilidades. Pero no lo he hecho, no desde que desperté en este sitio. La memoria fragmentada duele, pero es un dolor que necesito. 

He pensado que puede que incluso no exista nada detrás del dintel de esta vieja puerta, que lo que pienso que hay en el mundo ya desapareció hace mucho. Que no veré a nadie. Quizás las hermosas sonrisas, los ojos brillantes, las suaves pieles son solo imágenes que se quedaron agazapadas en mi mente, producto de las muchas horas frente a la tele viendo miles y miles de comerciales. 

No, todo eso ya no existe más, probablemente ya ni sonrisas blancas quedan en el mundo, ni cabelleras limpias, ni siquiera creo que exista algún cuerpo caliente en kilómetros a la redonda. Aun así, quiero pensar que al doblar esa esquina mugrienta que veo desde acá, veré la belleza que creo recordar de un tiempo pasado.

A través del tiempoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora