Capítulo I

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Las primeras luces del sol se reflejaban en los blancos azulejos de la fuente, Lia estaba sentada en las escaleras de piedra que daban al patio interior.  Sentado a  su lado había un chico, era uno de los trabajadores de la finca. Se dedicaba al cuidado de los caballos y el mantenimiento de los coches -los dos amores de su padre-. De pelo rubio, sus ojos eran color miel. Alto y fuerte, sin tatuajes, pero con un pequeño pendiente en su oreja derecha, nada lujoso. Llevaba poco tiempo trabajando, quizá 5 meses.

Lo o observó durante unos segundos, el chico fumaba un cigarrillo mientras miraba alrededor del jardín. Era diferente a otros chicos que habían trabajado como mozos en la casa. No era capaz de comprender porque estaba allí. Tenía entendido que estaba estudiando y que era extranjero, lo pudo notar las pocas veces que lo había oído hablar. Tenía un acento peculiar, no era capaz de averiguar de qué país sería. Se decidió a preguntar:

-¿Por qué cojones estás trabajando aquí?

El chico se giró a mirarla algo sorprendido antes de responder -He venido a terminar mi carrera de bellas artes. Mientras tanto necesito dinero para pagar el alquiler.- respondió relajado mientras le daba la última calada a su cigarro. Lía se quedó callada, sabía que a ella nunca le haría falta trabajar para tener lo que quisiera, podría conseguir cualquier cosa solo desearlo. Y realmente no echaría de menos la "maravillosa" experiencia que estaba teniendo este chico.

En ese momento se acordó de las palabras que le solía decir su padre: "Están aquí para trabajar, no para que tú los distraigas". Así que se levantó y pronunciando un muy bajo "hasta luego" se dirigió a su habitación.

Al entrar en la casa se podía ver a todas las sirvientas de aquí para allá, se notaba que esta noche  tenían visita.

Subió directa a darse un baño. Como de costumbre, Caroline ya le tenía preparada la bañera. El baño era grande, blanco y estaba reluciente, a la derecha de la puerta se encontraba una enorme ducha, frente a esta un lavabo con cajoneras y un enorme cristal, al lado una puerta que daba a una pequeña habitación el la cual se encontraba el váter, Lia aun no entendía eso tradición inglesa de tener en váter en una habitación a parte. Al fondo una bañera llena de agua con un enorme ventanal.

Rápidamente Lia se metió en la bañera, podía notar alguna de las sales que había echado Caroline en el fondo. Miró por la ventana, daba justo a la entrada de la casa. Se podían ver algunos coches aparcados en la puerta lo que le indicaba que iba tarde. Intentó relajarse, la noche iba a ser muy larga.

Después de unos cortos minutos salió dispuesta a vestirse.

Revolvió el armario varias veces, buscando la prenda adecuada. Terminó de arreglarse el pelo y salió de la habitación. Caroline se encontraba al fondo del pasillo dandole indicaciones a una muchacha sobre como preparar las habitaciones, ella tan exigente como siempre.

Se acercó a ella y dejó el leve beso en su mejilla izquierda mientras la chica desaparecía por el pasillo.

- Nadie se centra en esta casa ¡Todo me toca hacerlo a mí! - espetó mientras se colocaba la pequeña medalla de oro, ese gesto tan característico que ya se había convertido en habitual.

- Los invitados van a quedar encantados, eres experta en este tipo de celebraciones - susurró Lia mientras sonreía - ¿Están todos ya?

- No, aun no. Pero deberías ir a saludar - respondió 

- Eso parece - dijo entre suspiros, mientras se alejaba escuchó la risa de Caroline. Iba a ser una noche larga

Bajó las escaleras y se dirigió al epicentro de la fiesta. Consiguió alcanzar a su padre y a María. Ambos iban muy elegantes, él con un traje negro al completo y una perfecta barba recortada. Ella con un vestido azul acompañado  de un collar de diamantes. Era muy guapa, rubia, con el cabello corto y una gran sonrisa. También estaba su primero Franccesco, vestido con una camisa blanca desabotonada y un chaleco marrón.

La gente se encontraba sentada en los sillones, de pie, bailando...Todos iban muy arreglados y reían con una copa en mano. Hoy no era día para hablar de trabajo, simplemente disfrutar y celebrar. Así una vez al mes, aunque quizá esta vez fuera especial, las cosas habían cambiado, la muerte había azotado a una de las familias más importantes y eso era señal de peligro. Además de que había un puesto libre en el Consiglio.

Se acercaban cambios, y aunque nadie se atreviera a decirlo en voz alta ya se escuchaba la tormenta

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