Capítulo 23

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La habitación tenía una luz tenue. Las paredes eran de un color azul grisáceo. Estaba totalmente en silencio, únicamente la bala de oxigeno a la que estaba conectada Ámbar producía un ligero silbido. Me adentré con paso decidido. Apenas había muebles, un par de mesillas, un armario, un sillón e instrumental médico. Ramos y ramos de flores adornaban la habitación. Sentía el palpito de que eso había sido obra de María, a mi padre no le gustaban las flores, siempre decía que le recordaban a los funerales, y tenia razón. 

Ámbar estaba tumbada en la camilla, con los ojos totalmente cerrados y en una posición casi inerte. El subir y bajar de su pecho no era rítmico, sus mejillas habían perdido el tono rosado habitual y su cara se había tornado de un color amarillento, casi enfermizo. Tenia algunos moretones en su cara, un profundo corte en el puente de la nariz y algunos arañazos por brazos y cuello. Ya no lucia la barriga de los días anteriores, debido a la hemorragia y a la gravedad  tuvieron que practicarle una cesárea.

El bebé debía estar en la planta más baja, la de neonatos. Aun no había cumplido los  9 meses de embarazo por lo que debía permanecer en una  incubadora mientras luchaba por sobrevivir

Me acerqué más a ella hasta que quedé sentada en una orilla de la cama. Cogí su mano con fuerza y la acaricié. Era pesada y fría. Su cabello rizado apenas tenia brillo , sus labios estaban secos y llenos de heridas. Solté un fuerte suspiro, nunca habría imaginado que Ámbar llegara a estar así, en un profundo coma en la habitación de un hospital. No podía imaginar como de destrozada debía de estar su madre, Ámbar era su única hija

Sentí el sabor de la sal en mi boca, un par de lágrimas se habían deslizado por mis mejillas. Las aparté sin miramientos, con cuidado recogí uno de los rizos que se habían escapado de la coleta. El odio hacia que mis oídos miraran, y la furia apenas me dejaba respirar. Un fuerte ruido desde el otro lado de la puerta me alteró. Rápidamente me levanté y abrí la puerta

Gian estaba de pie, con su gesto tranquilo intentando calmar a uno de los trabajadores que vigilaba la puerta. En el otro extremo estaba la madre de Ámbar, era la primera vez que la veía con ropa de calle, un vaquero oscuro y una camisa marrón. Las lágrimas corrían por sus mejillas

- ¡Váyanse! Ustedes no tienen que estar aquí, es todo culpa suya. Mi hija está así por vuestra culpa - gritó desesperada mirando con odio a Gian y al otro hombre

- Señora, cálmese. Este hombre está aquí para cuidar de su hija - sentenció Gian intentando bajar el tono de voz

- ¡Dile a ese perro que no quiero nada de él! !Han intentado matar a mi hija por su culpa¡ No voy a volver a trabajar a esa casa, y cuando todo esto se arregle pienso ir a la policía

- Margaret - mi voz hizo que todos me miraran sorprendidos - Tenga cuidado con lo que está diciendo, nosotros estamos protegiéndoos, mi padre no es el que ha hecho esto

- ¡Tu padre es un asesino como ellos! - gritó desesperadamente haciendo que todo se quedara en silencio durante unos segundos - Ahora váyanse, no vuelvan. No quiero su ayuda, solo atraéis a la muerte. Vosotros sois muerte

- Lia, vámonos - dictó Gian agarrándome de la mano

Ya estábamos sentados en el coche, dirigiéndonos a casa. No habíamos vuelto a decir nada, todo estaba en silencio. Ambos estábamos tensos, mirando al frente y sumidos en nuestros propios pensamientos

- Lia - dijo Gian para llamar mi atención - No te preocupes, estaba muy nerviosa. No lo decía enserio. Mañana volvemos a hablar con ella

- No va a haber un mañana - dicté aun sin mirarlo - Se ha condenado, no voy a arriesgarme a que vaya a la policía. No va a haber un mañana para ella


María se levantó del sofá cuando nos vio entrar

- ¿Qué tal está? Pobre Margaret, debe de estar pasándolo fatal - preguntó preocupada

- ¿Dónde está mi padre? - pregunté sin hacer caso a su pregunta

- En el despacho, ¿Ha pasado algo?¿Está bien?

- Luego hablamos 

Me dirigí hacia el despacho mientras Gian me seguía. Recorrimos el pasillo en silencio, notaba como Gian observaba las fotos familiares de la pared. Segundos después nos encontrábamos delante de la puerta

- Te espero arriba - susurró Gian dejando un suave beso en mis labios. Con todo lo que había pasado no habíamos hablado de nuestra relación, aunque tampoco me preocupaba, no sé que estaba ocurriendo, pero me gustaba. Así estaba cómoda, no necesitaba más

Abrí con cuidado la puerta. Mi padre estaba observando unos papeles, con su pelo engominado y la copa de Whisky Thunder Bitch sobre la mesa. La habitación olía a habanos Montecristo, la luz era tenue y cálida

- Amoruccio, ¿Qué tal? - preguntó mi padre invitándome a sentarme

- Tengo que hablar contigo, es sobre Margaret



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