Capítulo IV

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L I A

Un violinista empezó a tocar, la gente reía mientras devoraba sus últimos platos. Yo estaba agotada, las fiestas de la Liga siempre me cansaban demasiado, tanta gente, tantas presentaciones...

María no volvió a decir nada en toda la cena, debía estar enfadada con Rocca, otra vez la había dejado sola en una de las reuniones de la Liga. Su padre simplemente controlaba a los invitados mientras le comentaba a Franccesco el plan de Gian.

Los invitados se movían de una mesa a otra, hoy había más gente de lo normal. Además de los invitados habituales de la Liga también estaban parte de la familia de mi madre, que habían venido desde Nápoles de visita

Mi tía Ma (como la llamábamos con cariño) controlaba la distribución de coca por toda la península. Junto a ella sus dos hijas y su nieto mayor Piti, habían creado un imperio a partir de la fábrica de la industria cárnica  de mi abuelo. Actualmente intentaban trazar lazos con un importante juez de Milán

Sus anécdotas eran repetidas una y otra vez, a su lado su hija mayor Virginia y tres antonegras. Ella siempre iba bien rodeada, su coleta baja, la cruz de oro que siempre colaba de su cuello y sus ropajes negros, así durante los últimos 11 años, desde que su marido fue asesinado en la cárcel de Regina Coeli en Roma.

- Ly - dijo llamando mi atención. - He pensado que podrías venir una temporada a Nápoles, así conoces como nos organizamos allí - sugirió, yo asentí con una sonrisa. Sabía que me podía venir muy bien la experiencia, era una gran oportunidad para crear lazos.

- La boda de Piti será en unos meses, estoy segura de que le encantará descubrir que pasaras una temporada con nosotros - añadió Virginia. Como ella había dicho su hijo se casaría en unos meses, por supuesto que estábamos invitados, no había celebraciones como esa todos los días

La música empezó a sonar más fuerte, algunas parejas se levantaron dispuestas a bailar en el centro del círculo. Mi padre le tendió la mano a María en señal de invitación, cosa que ella rechazó para después levantarse y adentrarse en la casa, él la siguió intentando alcanzarla.

Yo aproveché para examinar mesa por mesa a los invitados. En la primera estaban Adriano Babetto y su mujer Carla Cabanne, ella le daba el pecho a su primer hijo mientras que él hablaba con miembros de su familia que se encontraban en la misma mesa. Su padre aplaudía a uno de sus hijos mientras bailaba

En la segunda estaba Fazio Dellavalle, acompañado de sus hijos gemelos. Los había conocido en la última fiesta su casa, Piero y Raffaello, que tenían unos 20 años. También estaba su abuela Riccarda, una mujer fría y sangrienta, que apenas hablaba con los desconocidos

La siguiente mesa estaba vacía casi por completo, únicamente Silvano Dezio permaneció en su sitio mientras comía lo que debía de ser su cuarta porción de tarta.

Mis ojos viajaron hacía el otro extremo del jardín, pasando por decenas de caras conocidas. Gian seguía sentado en su mesa, jugueteaba con su cajetilla de cigarros. Cuando levantó la cabeza nuestras miradas se volvieron a cruzar, él sonrió de lado. Así permanecimos hasta que Ma me arrastró hacía la improvisada pista de baile.

El tiempo pasó y pasó, cada vez quedaba menos gente en el jardín. Una suave brisa movía el decorado de los árboles. La gente ya no bailaba, ahora se organizaban en pequeños grupos para charlar y ponerse al día. Unos cuantos niños jugaban a la orilla de la piscina, otros dormían en el regazo de sus padres. La escena llegaba a ser tierna, dejando de lado la identidad de todas las personas que aun se encontraban en la fiesta, olvidando sus actos delictivos.

Me acerqué a Stefania Piettra, una joven que vivía a pocos minutos de aquí. Su padre era hermano del futuro alcalde de la ciudad, se dedicaba al lavado de dinero negro. De pequeñas jugaban juntas, se escondían debajo de las mesas y correteaban por los pasillos de las mansiones, hasta que una vez, en casa de los Caresi una sirvienta les pilló y les amenazó con contárselo a sus padres. Siempre que se veían recordaban esa anécdota con gracia

- Cuanto tiempo - la joven se levantó a darle un cálido abrazo - ¿Qué tal todo? - preguntó

- Bien, ¿Vosotros qué tal? Mi padre me contó lo de Michele - pregunté. La noticia de que Michele Piettra había huido de Italia perseguido por la policía abrió todos los telediarios hace dos semanas

- Hemos recibido información, eso es lo importante - respondió ella con una sonrisa. No añadió nada más, seguramente quería mantener la seguridad de su hermano - Bueno, ahora ponme al día



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