»DIEZ«

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Hector echó la cabeza atrás y soltó una carcajada.

H: ¿Tú también? (preguntó entre risas) ¡Y yo que estaba tan admirado de ti porque no me habías preguntado nada sobre Lorenzo!

Fernanda sonrió.

F: Entonces retiro la pregunta (dijo, su sonrisa desapareció y su expresión se volvió seria al añadir) ¿Sólo porque me consideras discreta me has pedido ayuda con Lorenzo?

H: No (dijo él, le soltó la mano y se puso de pie) Es quizá la razón principal, pero no la única.

Antes de que Fernanda pudiera indagar algo sobre las otras razones, él empezó a recoger los platos para llevarlos al fregadero.

F: ¿Vas a fregar tú los platos esta noche? (preguntó)

H: Supongo que tendré que hacerlo. No he cocinado, de modo que no puedo utilizar otra vez esa excusa.

Lorenzo se removió y comenzó a gemir. Fernanda vio un babero y se lo extendió en el hombro. Luego levantó al bebé y lo acunó contra su pecho. Sentía lástima de él, por tener una madre tan inestable. Pero quizá Lorenzo no mereciera su compasión. Había sido bendecido con un tío dispuesto sin duda a cuidar de él, sin importarle las conjeturas que pudiera propiciar en el trabajo.

Comenzó a mecer al bebé en sus brazos y él dejó de gimotear. Hector cerró el grifo y se secó las manos.

F: Hector... (aventuró) ¿Por qué has dicho que me merezco cualquier explicación que pueda haber?

Hector se acercó a ella y la cogió de los brazos.

H: Creo que sabes la razón (dijo con expresión enigmática y le dio un beso en la frente, luego la soltó y se dirigió a la puerta) Ahora que Lorenzo está tranquilo, quizá podamos trabajar un poco (sugirió con voz suave mientras salía de la cocina, cambiando el tema)

Ambos evitaron hablar de temas más personales y se dedicaron a trabajar sobre el contrato de Barrios.

F: Ya no me puedo concentrar (anunció, dejando a un lado la libreta en la que estaba tomando notas) no doy más. (Miró a Hector)

Eran casi las diez de la noche; habían trabajado sin parar durante más de tres horas.

H: ¿Cansada? (preguntó él, alzando la mirada de los papeles que estaba leyendo)

F: Exhausta (Se desperezó lánguidamente, luego mo­vió la cabeza de un lado a otro para aflojar los músculos del cuello)

Marcos la observó con atención, como tratando de adivinar la causa de su fatiga. Ella no había pasado una mala noche cuidando a un bebé llorón, después de todo. Pero reprimió el impulso de preguntar.

H: ¿Qué tal te sentaría una taza de café? (sugirió)

Ella sonrió con ironía.

F: Viniendo de ti, no es una invitación muy tentadora.  

H: Nadie se ha muerto por tomar café instantáneo.

F: Nadie se ha muerto por aprender a preparar verdadero café (replicó) ¿Para qué compraste una cafetera si no querías aprender a usarla?

H: No la compré (respondió él) Alguien me la regaló.

Se movió al decir esto, bajó la mirada y la fijó en la chimenea, que se encontraba al otro lado de la habitación. La actitud de Hector le pareció evasiva a Fernanda, incluso un poco avergonzada.

F: Sin duda te la regaló una amiga, ¿verdad?

Él se volvió a mirarla, con una enigmática sonrisa.

H: ¿Qué te hace pensar eso?

F: Oh, no sé (dijo con un exagerado encogimiento de hombros) ¿Quién si no podría regalar una cafetera? Debió ser alguien que pensaba pasar aquí algunas noches pero no soportaba la idea de tomar café instantáneo al levantarse por la mañana.

H: Apuesto que eres una de esas personas quisquillosas que no se pueden pasar sin tomar una taza de café auténtico por la mañana (comentó cadi seguro) ¿Me equivoco?

Ella rio de buena gana, pero no contestó nada. Hector se incorporó y la miró de frente.

H: ¿Qué tiene de particular que yo tenga una vida social activa? (preguntó con tono acusador) ¿Es un crimen que un soltero de treinta y cuatro años reciba en su casa alguna amiga para pasar la noche de vez en cuando?

F: ¿De vez en cuando? (preguntó con escepticismo, sin dejar de reír) Sin duda el Juan Tenorio de la compañía está siendo demasiado modesto.

Hector la miró con ojos entornados. Parecía estar controlando la ira. Después de respirar hondo, dijo:

H: No sé cuál es tu fuente de información, Fernanda. Pero puedo asegurarte que mi reputación es mucho más excitante que mi vida real. Como te he dicho antes, la mitad de las cosas que se dicen sobre mí son falsas.

Fernanda se asombró por el interés que parecía tener en conven­cerla de su decencia; estaba asombrada y conmovida. Le sorprendía aún más que los ojos de Hector brillaran con tal intensidad a pesar de su evidente fatiga y que la opinión que ella pudiera haberse formado de él le importara tanto.

F: En realidad, no he oído hablar tanto de ti (dijo) Pero te he visto en acción.

Hector abrió la boca, pero inmediatamente la cerró, como si hubiera decidido pensar mejor lo que quería decir.

H: ¿Te refieres al hecho de que te besara ayer? (preguntó con voz apacible)

No era a eso a lo que se refería Fernanda. Se refería a las veces que le había visto sonreír a las secretarias con intención seductora.

»Sin Planes de Amar«Donde viven las historias. Descúbrelo ahora