»ONCE«

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Por alguna razón Fernanda había supuesto que lo sucedido entre Hector y ella la noche anterior era de una naturaleza completamente diferente. No había estado flirteando con ella entonces; no había percibido nada frívolo ni superficial en su acercamiento. Su beso había sido algo muy serio, casi solemne.

Pero no estaba dispuesta a hablar de ello esa noche… ni nunca. Tenía la esperanza de que si apartaba el incidente de su cabeza, conseguiría olvidarse de ello a la larga. Sin embargo, era una suposición ridícula, decidió. Si después de cuatro años aún no había olvidado aquel beso. ¿Cómo podía esperar olvidar un beso de hacía solo veinticuatro horas?

Ahora que él había sacado a la luz el asunto, estaba presente entre ellos como una entidad tangible.

F: ¿Por qué no fingimos simplemente que ese beso nunca existió? (sugirió ella, irritada por el leve temblor de su voz)

H: Porque no quiero olvidarlo (declaró. Se acercó a ella en el sofá y le cogió una mano. Observó los largos dedos de su mano) Te confieso que me gustaría besarte otra vez. Me gustaría besarte de tal manera que nunca trataras de huir de mí.  Dime cómo debo hacerlo, Fernanda. Dime qué debo hacer para no asustarte...

Ella se rió nerviosamente.

F: Podrías dejar de hablar de ese modo (sugirió, tratando de ignorar la corriente de sensualidad que corría por su mano y se filtraba por todo su cuerpo)

H: ¿Es porque trabajamos juntos? (preguntó él, sin dejar de acariciarle la mano) ¿Es porque he salido con algunas de las chicas de la compañía? ¿Es eso lo que te molesta?

F: Ya sabes lo que me molesta (mantuvo, tratando infructuosamente de apartar la mano. La hipnótica caricia le gus­taba demasiado y la mantenía hechizada) No me gusta tu opinión sobre las mujeres. Más bien, no me gusta tu actitud hacía las mujeres.

H: Amo a las mujeres (aseguró él) Las respeto. Tienen sus debilidades y sus aciertos, como los hombres, pero no las considero inferiores.

F: No las tratas como iguales (dijo con un leve temblor en la voz cuando el pulgar de su interlocutor le acaricio con suavi­dad la sensible piel de la muñeca)

H: No, no las trato como iguales (aceptó él) Trató a los hombres como hombres y a las mujeres como mujeres (alzó la mano de la joven hasta su boca y le besó la palma. Ella suspiro involuntariamente, para luego lograr poner distancia entre ellos)

F: Por favor, basta, Hector (murmuró)

H: ¿Por qué? (pregunto él, aunque no intentó volver a atrapar la mano de la joven) Tú también me deseas, Fernanda, puedo sentirlo. No me odias.  En realidad, te gusto. De modo que dime qué es lo que se interpone en mi camino.

F: Quizá tu ego machista (sugirió)

Hector ignoró el ataque.

H: ¿Es que tienes una mala opinión de los hombres en general? (preguntó) ¿Acaso te ha roto Tomás el corazón?

F: No (respondió con sinceridad, todavía asombrada de que Hector hubiera hecho tanto caso a los chismes de la oficina sobre su vida sentimental)

La realidad era que Tomás no le había causado la menor desazón. Lo único que había sucedido era que su relación había llegado a un punto muerto y había empezado a estancarse. Las flores que él le enviaba empezaban a tener más vida que los sentimientos que debían expresar. Su relación se había ido marchitando, simplemen­te, sin dramatismos ni dolor.

Cuando Tomás y ella decidieron separarse, Fernanda llegó a sos­pechar que ella era más culpable que él del fracaso de su romance. Habían estado juntos mucho tiempo, pero ella no había permitido que su relación avanzara hacia el siguiente paso natural: el matri­monio. Estaba siguiendo con diligencia el plan que se había trazado y de acuerdo con ese programa no había todavía lugar para el matrimonio, ni para la maternidad. Ya habría tiempo para eso más tarde. No estaba preparada para una relación permanente, de ma­nera que Tomás y ella se habían separado sin asperezas.

»Sin Planes de Amar«Donde viven las historias. Descúbrelo ahora