»DICISEIS«

199 23 5
                                    

La dejó suave y tiernamente sobre su ancha cama.

H: ¿Quieres que deje encendida una luz? (le preguntó)

Fernanda tiró de su brazo para que se sentara junto a ella, le acarició el hombro con suavidad,

F: Puedo sentirte mejor si no te veo (susurró)

Hector rió con suavidad.

H: ¿Y cómo me sientes?

F: Increíblemente bien.

H: Hm... (él suspiró complacido cuando ella dejó que sus dedos le exploraran a su gusto el torso) Oh, Fernanda (posó una mano sobre su cadera y la atrajo hacia él) ¿No te alegras de que los hombres y las mujeres no seamos iguales?

F: Nunca he dicho que lo seamos (murmuró ella, deslizando la mano hacia la firme superficie dura de su estómago)

Hector la instó a tumbarse y se inclinó para besarle los senos. Sus labios se cerraron alrededor de un pezón y lo acarició con avidez y luego le pasó la lengua por la punta hinchada. Ella gimió de placer.

H: Doy gracias a Dios por eso (murmuró antes de cubrir el otro pezón con la boca)

F: Ahora me toca a mí (jadeó, escabulléndose)

Hector alzó la cabeza y la miró con curiosidad. En su expresión había regocijo y algo más… desafío. La estaba retando a que tomara la iniciativa. Acomodó la cabeza en la almohada y la observó con curiosidad mientras ella le buscaba con los dedos una de las tetillas. Al loca­lizarla, inclinó la cabeza para besarla. Casi inmediatamente, la tierna carne se endureció entre sus labios y cuando su lengua se aventuró a lamerla, Hector lanzó un gemido. Fernanda se incorporó y preguntó

F: ¿Te hago daño?

H: ¡Oh no! (contestó él sin aliento)

Ella se inclinó y buscó la otra tetilla. Ésta también creció cuando ella la besó y cuando la mordisqueó ligeramente sintió que todos los músculos del cuerpo se ponían tensos.

F: Ahí tienes (declaró la feminista, tan excitada como él al apartarse) Diferentes, pero iguales. Espero haberte con­vencido.

H: No me has convencido de nada (dijo con obstinación, girando sobre un costado y pasándole una pierna sobre las caderas para sujetarla) Pero no pienso discutir el asunto contigo en este momento (sus labios la abrumaron con un candente beso y ella admitió en silencio que no era el momento más adecuado para discusiones filosóficas respecto a la igualdad de los sexos)

Hector susurro con voz profunda, enronquecida:

H: Fernanda... mujer. No me odias.  Realmente no me odias.

F: No te odio (admitió ella)

H: Incluso te gusto (sugirió él)

F: Más que eso, Hector (confesó la joven) Mucho más que eso.

Él la atrajo nuevamente hacia su cuerpo.

H: No sabes lo que yo soñé con tenerte así, sentirte contra mi cuerpo. Ay Fernanda, que piel tienes, y tu aroma, tu piel, tu rostro, me encantas toda, me vuelves loco…  Te deseo tanto que no puedo pensar con claridad.

Sus labios se movían rápidamente por las mejillas y los párpados de Fernanda.

H: Te voy a demostrar cuánto te deseo. Quiero sentir cada milímetro de tu cuerpo contra el mío.

Hector comenzó a besar a Fernanda toda su cara, la besaba desde la frente, mejillas, quijadas, hasta llegar a su cuello, terminando en sus labios.  Besándola como si con ello se le fuera la vida, transmitiéndole todo la pasión que le tenía guardado. 
El aturdido cerebro de Hector empezó a percibir algunas cosas. Fernanda tenia un aroma suave y floral y sus labios de forma perfecta estaban ligeramente entreabiertos como suplicandole mas de si mismo. Pero eso no fue lo único que percibió. El cuerpo de Hector respondía al volver a hacer contacto contra el cuerpo de la mujer que la traía loco por lo que cierta parte de su anatomía respondía de forma muy explosiva.

Dibujó la boca de ella con su lengua para, a continuación, fundirse en ella en un profundo beso que provocó en Fernanda agudas punzadas de placer por todo su cuerpo. Por un momento pensó que iba a derretirse. Era como si sus huesos se hubieran vuelto de goma y en lugar de sangre, corriera por sus venas miel caliente.

Hector enredó sus dedos en el cabello de Fernanda para mantenerla así cautiva mientras acariciaba con la lengua sus zonas erógenas más recónditas. Ella también podía saborear su pasión. Su pulso se aceleró y se le disparó la temperatura. Por su parte Hector le estaba demostrando que sentía lo que decía de tal forma que ya no le quedaba la menor duda de que él la deseaba y estaba completamente enamorado de ella.

Lentamente, Hector fue relajando la presión de su boca sobre la de ella hasta interrumpir el beso.

Fernanda le hizo sentir que ya estaba preparada para recibirlo nuevamente. 

Ya hundido en el cuerpo de ella como estaba, sus músculos luchaban por ponerse en tensión para completar el acto amoroso, pero Hector los ignoró. No iba a dejarse llevar por la lujuria antes de estar seguro de que Fernanda estaba lista para recibir placer.

La miró tiernamente y esperó a detectar un gesto de aceptación en los grandes y bellos ojos de Fernanda. Entonces, empezó a moverse con mucho cuidado con los ojos cerrados, concentrándose para no perder el control. En su esfuerzo por reprimirse, mantenía los ojos cerrados con tal fuerza que veía destellos de colores en sus párpados. Pero se resistía a dejarse llevar. Fernanda confiaba en él. Cuando Hector sintió que ella respondía a sus movimientos, abrió los ojos para buscar en la mirada de ella un anhelo igual al suyo. Aceleró el ritmo al que se movía sin dejar de mirarla. Las mejillas de Fer resplandecían por la pasión.  Podía sentir la presión de los músculos internos de Fernanda mientras que ella se acercaba al punto cumbre de su pasión.

H: Eso es, mi amor (jadeó él) Déjate llevar.

Cuando Fernanda hundió sus uñas en su espalda mientras gemía su nombre, supo que ella estaba a punto de llegar. Pegándose aún más a ella, intensificó el ritmo de sus movimientos hasta que sintió cómo se relajaba repentinamente y liberaba toda su tensión. El clímax de ella desencadenó el suyo, y estremecido por su intensidad, Hector no se detuvo hasta derramarse dentro de ella.

Volvieron a hacer el amor frenética y desesperadamente y cuan­do descendieron de las cimas del éxtasis, se acurrucó en el firme refugio de los brazos masculinos de Hector, dis­frutando de la apacible oscuridad que los rodeaba y se quedó dormida.

»Sin Planes de Amar«Donde viven las historias. Descúbrelo ahora