EL HIJO DE LUCIFER

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Al acercarse el segundo verano parecía que todo el barrio bajo estaba inflamado de odio y violencia. Las pandillas se habían retirado durante el invierno y regresaron en la primavera con sus fuerzas bien organizadas. Durante todo el invierno habíamos estado fabricando pistolas, robando armas y ahorrando municiones. Yo había ganado reputación como el líder más temido de las pandillas de Brooklyn. Había sido arrestado 18 veces, y una vez ese invierno pasé 30 días en la cárcel esperando juicio. Pero nunca pudieron probar mi culpabilidad.

Al comenzar el calor empezamos a agitarnos como locos salvajes. Los Dragones habían estado luchando casi continuamente con los Viceroys. El primero de mayo, Mingo, presidente de los Chaplains, entró en una dulcería llevando bajo el brazo una escopeta recortada.

-¡Eh, nene! -dijo, apuntando la escopeta hacia un muchacho que estaba sentado junto a una mesa-, ¿tú te llamas Sawgrass?

-¡Sí, hombre, soy yo! ¿Qué vas a hacer? -Mingo no contestó. No hizo más que alzar la escopeta y apuntarle a la cabeza. -¡Oye, hombre! -dijo Sawgrass sonriendo débilmente, poniéndose de pié y retrocediendo. No me apuntes con eso. Pudiera dispararse.

Mingo estaba bajo los efectos de la heroína y no hizo más que mirarle inexpresivamente y apretó el gatillo. El tiro le dio un poco más arriba de la nariz y le voló la parte superior de la cabeza. El resto de su cuerpo cayó al suelo moviéndose convulsivamente. Sangre, hueso, y perdigones quedaron incrustados en la pared.

Mingo se volvió y salió de la dulcería. Cuando la policía lo alcanzó iba caminando calle abajo con la escopeta colgando de su mano. Le gritaron que se detuviera. Pero se volvió y apuntó la escopeta en dirección de los policías. Ellos abrieron fuego y Mingo cayó en la calle acribillado a balazos. Pero, adentro, cada uno de nosotros era un Mingo. Era como si toda la ciudad estuviese loca.

Ese verano declaramos guerra contra la policía. Escribimos una carta a los policías del recinto 88 y a la policía de los apartamentos. Les informamos que estábamos en pie de guerra contra ellos y que desde ese entonces cualquier policía que entrara en nuestro territorio sería matado como enemigo.

La policía duplicó el número de sus patrullas y a menudo tres hombres juntos hacían las rondas. Esto no nos impidió. Nos reuníamos en los techos exteriores y arrojábamos ladrillos, botellas y barriles de basura sobre ellos. Cuando salían a la calle para ver quien estaba arrojando aquellas cosas, abríamos fuego. Nuestra puntería era muy mala y nuestros «zip guns» muy inexactos excepto en peleas de cerca. Nuestro deseo más intenso era matar a un polizonte.

Una de nuestras tretas favoritas era arrojar bombas de gasolina. Hurtábamos la gasolina de los autos estacionados de noche y la guardábamos en botellas de agua gaseosa o vino. Entonces formábamos una mecha de paño, la encendíamos, y la estrellábamos contra el lado de un edificio o un auto policíaco. Explotaba en una masa de llamas.

De vez en cuando esto era contraproducente. Una tarde, Dan Brunson, miembro de nuestra pandilla, encendió una bomba de gasolina para arrojarla a la estación de policía. La mecha se gastó demasiado rápido y la bomba le explotó en la cara. Antes de que nadie pudiera prestarle ayuda, quedó envuelto en llamas. Los policías salieron de prisa y extinguieron las llamas con sus manos. Uno de los policías recibió una quemadura seria al extinguir el fuego. Llevaron a Dan al hospital rápidamente, pero los médicos dijeron que pasarían años antes de que volviese a estar normal.

Durante la semana siguiente las actividades menguaron, pero pronto resurgieron con más furia aún. Los días de fiesta eran ocasiones favoritas para las refriegas de las pandillas. El Día de Pascua, el Día de los Caídos y el Cuatro de Julio, la mayoría de las 285 pandillas de la ciudad se congregaban en Coney Island. Cada uno llevaba su mejor ropa y trataba de lucirse. Como resultado, había luchas implacables y a veces fatales. Aquel día, el Cuatro de Julio, los Obispos mataron a Larry Stein, uno de nuestros muchachos. Tenía sólo 13 años y cinco de ellos lo mataron golpeándole con cadenas de bicicleta. Luego enterraron su cuerpo en la arena y pasó casi una semana antes de que encontraran su cuerpo.

CORRE, NICKY, CORREDonde viven las historias. Descúbrelo ahora