EN EL VALLE DE LAS SOMBRAS

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Es casi imposible poner 40 adictos a las drogas bajo un mismo techo sin tener problemas, particularmente cuando están a cargo de personas sin experiencia. Lo único que evitó la explosión de la organización de Teen Challenge fue el Espíritu Santo. Estábamos sentados sobre pólvora y cualquiera de nosotros podría encender la mecha de alguna mente psicopática y enviarnos a todos al otro mundo. Nuestra única esperanza era estar lo más cerca posible de Dios.

Era difícil distinguir los verdaderos de los falsos, porque la mayoría de estos hombres y mujeres eran timadores profesionales. Se ganaban la vida mintiendo. Pero, confiábamos en ellos todo lo posible.

Yo insistía en la disciplina y pronto supe que la mayoría no la resentía si era justa y razonable. En efecto, les gustaba, porque les daba una base firme para sus acciones; un sentir sólido de pertenecer. Sin embargo, yo sabía que no todos se sentían de esta manera.

David estaba de acuerdo con mi filosofía. Pero el disgusto de tener que reprender constantemente a los ofensores me imponía una carga tremenda. Muchas veces tenía que levantarme de la cama a media noche para calmar un altercado, y aun echar del Centro a alguien por haber quebrantado las reglas.

La mayoría de las decisiones de importancia se me dejaba a mí. Tuvimos que añadir trabajadores adicionales, y la mayoría de ellos acababa de salir de la universidad. Me daba cuenta de mi falta de educación formal y conocía mi propia inseguridad. No sabía casi nada de administración y aun menos acerca de los aspectos psicológicos entre personas, tan necesarios para mantener comunicación y armonía con los otros miembros de la administración. Podía sentir el celo de algunas de las personas que yo dirigía, y me di cuenta de un quebrantamiento progresivo de nuestras relaciones.

Cuando David venía por el centro trataba de explicarle que yo tenía problemas demasiado grandes para mí, pero siempre me replicaba. -Tú puedes hacerlo, Nicky. Tengo mucha confianza en tu capacidad.

Pero los problemas continuaban amontonándose como las nubes obscuras en el horizonte antes de una tormenta.

En el otoño David y yo fuimos por avión a Pittsburgh para hablar en una cruzada dirigida por Kathryn Kuhlman. La señorita Kuhlman tiene uno de los ministerios más llenos del Espíritu Santo en el mundo. Su trabajo por medio de la Fundación Kathryn Kuhlman llega a todas partes del mundo. Había visitado Teen Challenge y se había interesado personalmente en mi trabajo. La había conducido por la ciudad y habíamos visitado el «ghetto». -Doy gracias a Dios que lo haya levantado de estos barrios bajos me dijo- Si tiene usted alguna vez un problema demasiadogrande para resolver, llámeme.

Yo pensaba tratar de hablar con ella mientras estaba en Pittsburgh porque la carga de mi corazón se hacía cada vez más pesada. Pero el programa era tan intenso que me no me dejó tiempo. Aquella noche, hablando por medio de mi amigo Jeff Morales, que nos acompañaba como intérprete, di mi testimonio ante miles de personas en el gigantesco auditorio. Después del servicio comimos en un restaurancito, pero nunca tuve la oportunidad de hablar a solas con la Señorita Kuhlman. Así es que salí de Pittsburgh más frustrado que nunca a causa de mi incapacidad para resolver mis propios problemas.

Al llegar el mes de enero de 1964 el Centro había crecido demasiado para poder alojar las mujeres en el tercer piso de 416 Clinton. Hicimos arreglos para obtener una casa al otro lado de la calle para las mujeres. Yo sabía que había conspiraciones secretas entre algunas de las adictas que yo tenía que disciplinar. Además, habíamos recibido en el Centro varias lesbianas, las cuales nos trajeron muchos líos. Temía constantemente que una de estas lesbianas tratase de seducir a alguna de las muchachas sin experiencia que habían venido de las universidades para trabajar como consejeras.

Trabajar con toxicómanos era como tratar de apagar un incendio forestal con una toalla mojada. Cada vez que había controlado una situación, otra estallaba. Me di cuenta de que estaba involucrándome personalmente, y cuando un adicto dejaba el Centro y volvía al mundo, empezaba a culparme a mí mismo.

CORRE, NICKY, CORREDonde viven las historias. Descúbrelo ahora