CON CRISTO EN HARLEM

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David viajaba la mayoría del tiempo reclutando personas para trabajar durante el verano y solicitando dinero para el Centro. Conforme pasaba el tiempo tenía cada vez menos contacto personal con los adictos, y terminó desempeñando el papel de administrador, lo que era una función que a mi parecer él no deseaba, pero que tenía que asumir debido a las circunstancias.

La mayoría del trabajo fuera del Centro consistía en los servicios en la calle y en los contactos personales en las esquinas. Casi todas las tardes instalábamos nuestra plataforma y el altoparlante en alguna parte del barrio de la ciudad.

Una tarde Mario y yo llevamos un pequeño grupo en nuestro pequeño autobús al centro de Harlem de habla española. Estábamos distribuyendo folletos y tratando de atraer gente para un servicio en la calle, pero con poco éxito.

Mario me dijo: -Voy a atraer un gentío.

-Esta tarde, no -dije- Nadie se interesa. Es mejor empaquetar las cosas y volver al Centro.

-No -dijo Mario-. Vamos a tener una multitud. Tú y los demás cuelguen los altoparlantes. Dentro de una hora vamos a tener el servicio más grande que jamás hemos tenido.

-Hombre, ¿cómo piensas tener un servicio sin auditorio? Hoy, es evidente que no están interesados.

-No te preocupes. Déjame a mí -dijo Mario.

Sonriendo tímidamente se dirigió a prisa calle abajo y dobló la esquina. 

Comenzábamos a instalar el equipo. Era una aventura estrictamente de fe y me sentí como Noé construyendo el arca en la cima de una montaña seca. Pero continuamos martillando confiando que Dios enviaría la lluvia. 

Lo hizo. Un cuarto de hora después de que hubimos terminado y estaba una vez más en la esquina distribuyendo tratados, vi a un grupo de muchachos corriendo calle abajo en mi dirección. Venían batiendo palos y bates de béisbol y gritaban a más no poder. Di vuelta y me dirigí hacia la plataforma cuando vi otro grupo de muchachos corriendo en dirección opuesta, gritando y blandiendo palos. -Tengo que escaparme de aquí -me dije-. Estos tipos van a armar pelea ¡Pero era demasiado tarde! Estaba rodeado por las pandillas que gritaban y se abrían paso a codazos. Esperé el momento en que comenzarían a golpear.

De repente, vi a Mario corriendo por un callejón en el centro de la cuadra gritando hacia las escaleras de incendios: -Eh, ¡todo el mundo! El líder de la violenta pandilla de los Mau Mau de Brooklyn va a hablar dentro de quince minutos. ¡Vengan a oírle! ¡Vengan a oír al gran Nicky Cruz, el hombre más peligroso de Brooklyn! ¡Vengan preparados! ¡Es un asesino y todavía es peligroso!

Los muchachos descendían en tropel de los apartamientos por las escaleras de incendios, y corrían en mi dirección. 

Pasaban por mi lado gritando: -¿Dónde está Nicky? Quiero verlo. ¿Dónde está el jefe de los Mau Mau?

Mario regresó, sonriendo de oreja a oreja: -¿Tú ves? ¿No te dije que atraería una multitud?

Echarnos una mirada alrededor. No cabía duda que había logrado atraer una multitud. Habrían corno trescientos muchachos en el centro de la calle.

Sacudí la cabeza. -Espero que no nos causes la muerte a todos nosotros. Hombre, estos muchachos son malos.

Mario sonreía todavía y jadeaba por haber corrido tanto. -Adelante, predicador. Tu congregación espera.

Con el sudor corriéndole por la cara, subió frente al micrófono y levantó las manos en señal de silencio.

Los muchachos escucharon mientras él hablaba, casi lo mismo que charlatán de carnaval preparando a la muchedumbre para el espectáculo.

CORRE, NICKY, CORREDonde viven las historias. Descúbrelo ahora