SALIDA DEL DESIERTO

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Al día siguiente por la mañana temprano estaba en la calle reuniendo a los muchachos que habían pasado al frente la noche anterior. Les dije que trajeran sus pistolas y municiones y me esperaran en Washington Park. Íbamos a ir en grupo a la estación de policía.

Volviendo a mi habitación me metí la pistola en el cinturón, tomé la enorme Biblia y me dirigí una vez más a Washington Park para reunirme con los otros.

Caminando por la Ft. Greene Place me encontré cara a cara con una vieja italiana que había visto antes. Antes, ella cruzaba la calle al verme acercar. En esta ocasión al acercarme levanté en alto mi gigantesco libro negro con letras doradas en la cubierta que decían «Santa Biblia».

Fijó la mirada en la Biblia diciendo -¿Dónde te robaste esa Biblia?

Sonreí: -No la robé. Un predicador me la regaló.

Ella sacudió la cabeza: -¿No sabes que no debes mentir acerca de cosas sagradas? Dios te castigará por esto.

-No miento. Y Dios no va a castigarme porque me ha perdonado. Vaya la estación de policía ahora para entregarles mi pistola. Tiré atrás la camisa para que ella pudiese ver la pistola en mi cinturón.

Sus ojos se movieron despacio de la pistola a la Biblia con incredulidad. -iAleluya! -gritó mientras su cara se convirtió en una corona de sonrisas. Levantando sus brazos en alto gritó una vez más-, iAleluya!

Sonreí y me dirigí corriendo hacia Washington Park.

Había allí unos 25 de los Mau Mau. Israel los tenía organizados y marchamos por la calle Sto Edward a la estación de policía del conjunto multifamiliar en la esquina de Auburn Street.

No nos detuvimos a pensar qué les parecería a la policía. Veinticinco de los miembros más malvados de una pandilla marchaban por el centro de la calle llevando un arsenal de armas y municiones. He dado gracias a Dios muchas veces porque no nos vieron hasta que estuvimos en la puerta. Si nos hubiesen visto a la distancia de una cuadra, habrían cerrado las puertas con barricadas y tal vez nos hubiesen matado a tiros en la calle.

Cuando entramos el sargento se puso de pie de un salto e hizo ademán de sacar su pistola. -¿Qué pasa aquí? ¿Que intentan ustedes hacer?

-Eh, no te alarmes hombre -dijo Israel-. No hemos venido para causar ningún problema. Hemos venido para rendir las armas.

-Ustedes han venido ¿para qué? -preguntó el sargento gritando- ¿Qué diablos pasa aquí? -Dio una vuelta y gritó por encima del hombro: -Teniente, venga acá pronto.

El teniente apareció a la puerta. -¿Qué hacen aquí estos muchachos? -preguntó al sargento-o ¿De qué trata todo esto?

Israel se volvió al teniente. -Nosotros hemos dado el corazón a Dios y ahora queremos dar nuestras armas a la policía.

-Sí -dijo uno de los muchachos-, tal vez las puedan usar para fusilar a los muchachos malos.

Todos nos echamos a reír y el teniente se volvió al sargento. -¿Es esto verdad? Debe mandar a algunos de los otros policías afuera a investigar. Puede ser que nos hayan preparado una emboscada o algo.

Me adelanté. -Eh, teniente, ¡mire aquí! Levanté la Biblia-. El predicador nos dio estas Biblias anoche después que todos dimos nuestro corazón a Cristo. No vamos a continuar más como miembros de la pandilla. Ahora somos cristianos.

-¿Qué predicador? -preguntó el teniente.

-¡Hombre! David Wilkerson, aquel predicador flaco que ha estado hablando a todas las pandillas. Tuvimos una enorme asamblea en la Sto Nicholas Arena anoche y todos nos acercamos a Dios. Si no nos cree, llámelo a él.

CORRE, NICKY, CORREDonde viven las historias. Descúbrelo ahora