DENTRO DEL ABISMO

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Tres días antes de la Pascua Florida, cuatro de nosotros estábamos en la esquina de la calle Auburn con la calle Sto Edward frente a la iglesia Sto Edward-St. Michael. Sabíamos que los curas recibían mucho dinero durante los servicios especiales de Semana Santa y teníamos la intención de forzar entrada en la iglesia.

Un policía salió de la estación del precinto del conjunto multifamiliar al otro lado de la calle y nos vio inclinándonos contra la verja de hierro alrededor de la iglesia. Cruzó la calle y dijo: -¡Lárguense de aquí, cochinos puertorriqueños! -Nos quedamos allí con los brazos apoyados sobre la verja, y le miramos fijamente sin parpadear.

-¡Fuera, puertorriqueños! Les dije que se largarán -repitió. Los muchachos se esparcieron en todas las direcciones, pero yo no me moví. El policía me miró con rencor. -Te dije que te largues, puertorriqueño sucio, muévete-. Movió su porra como para golpearme.

Le escupí. Blandió la porra en mi dirección pero yo me esquivé y la porra dio contra la verja. Me arrojé contra él y él me asió del cuello. Era dos veces más grande que yo, pero iba a matarlo si me fuese posible. Estaba buscando mi cuchillo cuando le sentí desabrochar su pistolera y extender la mano hacia su revólver. Al mismo tiempo pedía ayuda.

De repente me eché hacia atrás y levanté las manos. ¡ Me rindo! ¡Me rindo!

Varios policías salieron de la estación y se apresuraron a cruzar la calle. Me agarraron y me arrastraron al otro lado de la calle, escalera arriba, y dentro de la estación. El policía que había luchado conmigo me dio una fuerte bofetada en la cara. Podía saborear la sangre de mis labios. Usted es un hombrón cuando tiene una pistola, pero adentro es un cobarde como el resto de estos cochinos policías aquí -dije.

Me pegó de nuevo y fingí desmayarme y caí al suelo. Levántate, cochino sucio. Esta vez vamos a enviarte a prisión para siempre.

Mientras que me arrastraban al otro cuarto oí murmurar al sargento: -Ese muchacho debe de estar loco. Hombre, deben meterle en la cárcel para siempre antes de que mate a alguien.

Había sido arrestado por la policía muchas veces antes, pero no podían nunca detenerme. No daría nadie testimonio contra mí porque sabían que cuando yo saliese, los mataría, o que los Mau Mau los matarían por mí.

Esta vez me llevaron a otra parte de la ciudad y me metieron en una celda. El carcelero me hizo entrar a empellones a una celda. Me volví y le embestí con ambos puños. Me sacó al corredor y un segundo policía me sujetó mientras que el primero me daba puñetazos.

- La única manera de subyugar a estos hijos de perras es sacando al diablo de ellos a golpes -dijo-. Todos son una pandilla de sucios, cochinos despreciables. Tenemos una cárcel llena de negros, italianos y puertorriqueños. Tú eres como todos los demás y si no andas derecho, te haremos desear la muerte.

Me empujaron una vez más dentro de la celda y me quedé acostado en el duro suelo maldiciéndoles. -Okey, bribón -dijo el guardia al cerrar la puerta de la celda. ¿Por qué no te levantas y nos bailas un jazz ahora? ¿No eres tan fuerte, verdad?-. Me mordí los labios pero no contesté. Pero sabía que lo mataría al salir.

Al día siguiente el carcelero volvió a mi celda. Cuando abrió la puerta, le embestí de nuevo enviándole hacía atrás a través del corredor. Me golpeó en la cabeza con sus llaves y sentí la sangre correr de una herida por encima del ojo.

-Vaya, pégueme -grité-. Pero un día iré a su casa y mataré a su esposa y a sus niños. Usted verá.

Sólo me acusaron de una violación menor, la de haber resistido arresto y de no haber obedecido a un agente de la policía. Pero yo estaba empeorando el asunto. El carcelero me empujó dentro de la celda de un golpe y cerró la puerta con llave.

CORRE, NICKY, CORREDonde viven las historias. Descúbrelo ahora