8. "La Marca Tenebrosa."

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—No le digan a su madre que han apostado —imploró a Fred y George  el señor Weasley, bajando despacio por la escalera alfombrada de púrpura. 

—No te preocupes, papá —respondió Fred muy alegre—. Tenemos grandes planes para este dinero, y no queremos que nos lo confisquen. 

Por un momento dio la impresión de que el señor Weasley iba a preguntar  qué grandes planes eran aquéllos; pero, tras reflexionar un poco, pareció decidir que prefería no saberlo. Pronto se vieron rodeados por la multitud que abandonaba el estadio para regresar a las tiendas de campaña. El aire de la noche llevaba hasta ellos estridentes cantos mientras volvían por el camino iluminado de farolas, y los leprechauns no paraban de moverse velozmente por encima de sus cabezas, riéndose a carcajadas y agitando sus faroles. Cuando por fin llegaron a las tiendas, nadie tenía sueño y, dada la algarabía que había en torno a ellos, el  señor Weasley consintió en que tomaran todos juntos una última taza de  chocolate con leche antes de acostarse. No tardaron en enzarzarse en una  agradable discusión sobre el partido. El señor Weasley se mostró en  desacuerdo con Charlie en lo referente al comportamiento violento, y no dio por  finalizado el análisis del partido hasta que Ginny se cayó dormida sobre la  pequeña mesa, derramando el chocolate por el suelo. Entonces los mandó a todos a dormir. Los chicos se quedaron en la tienda, mientras que Maddie, Noa, Hermione y Ginny se fueron a la suya. A través  del otro lado del campamento llegaba aún el eco de cánticos y de ruidos extraños. 
Ginny tenía miedo a las alturas así que se quedó con la litera de más abajo. Maddie eligió la más alta y Noa se acostó en la de abajo de Maddie.
Maddie algunas de las jugadas más espectaculares de Krum, y se moría de ganas de volver a montar en su Cometa 260.  Definitivamente, quería aprender más sobre Quidditch.
Noa se imaginó a sí misma vistiendo una túnica con su nombre bordado a la espalda e intentó representarse la  sensación de oír la ovación de una multitud de cien mil personas cuando Ludo Bagman pronunciaba su nombre ante el estadio: «¡Y con ustedes... Black!!»  Noa y Maddie no llegarían a saber a ciencia cierta si se había dormido o no (sus  fantasías de vuelos en escoba al estilo de Krum y Lynch podrían muy bien haber acabado siendo auténticos sueños); lo único que supieron fue que, de repente, el  señor Weasley estaba gritando.

—¡Levántense! ¡Ginny, Maddie, Hermione, Noa!... deprisa, levántense, es urgente! 

Maddie se incorporó de un salto y se golpeó la cabeza con la lona del techo. 

—¿Qué pasa? —preguntó. 

Noa intuyó que algo malo ocurría, porque los ruidos del campamento parecían  distintos. Los cánticos habían cesado. Se oían gritos, y gente que corría.  Bajó de la litera y cogió su ropa, pero el señor Weasley, que se había  puesto los vaqueros sobre el pijama, le dijo: 

—No hay tiempo, chicas... Tomen sólo un abrigo y salgan... ¡rápido! 

Las mellizas obedecieron, tomaron sus batas y salieron a toda prisa de la tienda, delante de Ginny y Hermione. 
A la luz de los escasos fuegos que aún ardían, pudieron ver a gente que corría  hacia el bosque, huyendo de algo que se acercaba detrás, por el campo, algo  que emitía extraños destellos de luz y hacía un ruido como de disparos de  pistola. Llegaban hasta ellos abucheos escandalosos, carcajadas estridentes y gritos de borrachos. A continuación, apareció una fuerte luz de color verde que  iluminó la escena. A través del campo marchaba una multitud de magos, que iban muy apretados y se movían todos juntos apuntando hacia arriba con las varitas.  Maddie entornó los ojos para distinguirlos mejor. Parecía que no tuvieran rostro, pero luego comprendió que iban tapados con capuchas y máscaras. Por encima de ellos, en lo alto, flotando en medio del aire, había cuatro figuras que  se debatían y contorsionaban adoptando formas grotescas. Era como si los  magos enmascarados que iban por el campo fueran titiriteros y los que flotaban  en el aire fueran sus marionetas, manejadas mediante hilos invisibles que  surgían de las varitas. Dos de las figuras eran muy pequeñas.  Al grupo se iban juntando otros magos, que reían y apuntaban también con  sus varitas a las figuras del aire. La marcha de la multitud arrollaba las tiendas  de campaña. En una o dos ocasiones, Noa vio a alguno de los que marchaban destruir con un rayo originado en su varita alguna tienda que le  estorbaba el paso. Varias se prendieron. El griterío iba en aumento.  Las personas que flotaban en el aire resultaron repentinamente iluminadas  al pasar por encima de una tienda de campaña que estaba en llamas, y Noa  reconoció a una de ellas: era el señor Roberts, el gerente del cámping. Los  otros tres bien podían ser su mujer y sus hijos. Con la varita, uno de los de la  multitud hizo girar a la señora Roberts hasta que quedó cabeza abajo: su  camisón cayó entonces para revelar unas grandes bragas. Ella hizo lo que  pudo para taparse mientras la multitud, abajo, chillaba y abucheaba  alegremente. 

Pequeñas Black y el Caliz de Fuego {Libro IV-Harry Potter}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora