16. "Beauxbeatons y Durmstrang."

61 4 1
                                    

Como si su cerebro se hubiera pasado la noche discurriendo, Noa se levantó temprano a la mañana siguiente. No pudo volver a dormirse, por lo que se vistió a la pálida luz del alba, salió del dormitorio sin despertar a Maddie o a Hermione y bajó a la sala común, en la que, por algún motivo, se hallaba Harry, escribiendo algo en un trozo de pergamino, sin percatarse de su presencia. Noa se situó detrás de él en silencio y leyó:

Querido Sirius:
Creo que lo de que me dolía la cicatriz fue algo que me imaginé, nada más. Estaba medio dormido la última vez que te escribí. No tiene sentido que vengas, aquí todo va perfectamente. No te preocupes por mí, mi cabeza está bien.
Harry

—Le estás diciendo una mentira, Harry —le espetó Noa.

—¡Caray, Noa, me asustaste! —exclamó Harry.

—No te imaginaste que la cicatriz te doliera, y lo sabes.

—¿Y qué? —repuso Harry—. No quiero que vuelva a Azkaban por culpa mía.

—Como quieras —dijo Noa—, pero mi papá no es estúpido. No dejará que lo atrapen y no se tragará tu mentira.

Salieron por el hueco del retrato, subieron por la escalera del castillo, que estaba sumido en el silencio (sólo los retrasó Peeves, que intentó vaciar un jarrón grande encima de ellos, en medio del corredor del cuarto piso), y finalmente llegaron a la lechucería, que estaba situada en la parte superior de la torre oeste.
La lechucería era un habitáculo circular con muros de piedra, bastante frío y con muchas corrientes de aire, puesto que ninguna de las ventanas tenía cristales. El suelo estaba completamente cubierto de paja, excrementos de lechuza y huesos regurgitados de ratones y campañoles. Sobre las perchas, fijadas a largos palos que llegaban hasta el techo de la torre, descansaban cientos y cientos de lechuzas de todas las razas imaginables, casi todas dormidas, aunque Noa podía distinguir aquí y allá algún ojo ambarino fijo en ella. Vio a Emily acurrucada entre Hedwig y un cárabo. Harry se fue aprisa hacia Hedwig, resbalando un poco en los excrementos esparcidos por el suelo. Le costó bastante rato persuadirla de que abriera los ojos y, luego, de que los dirigiera hacia él en vez de caminar de un lado a otro de la percha arrastrando las garras y dándole la espalda. Evidentemente, seguía dolida por la falta de gratitud mostrada por Harry dos noches antes. Al final, Noa sugirió en voz alta que tal vez estuviera demasiado cansada y que sería mejor pedirle a Emily que hiciera ella el viaje, y fue entonces cuando Hedwig levantó la pata para que le ataran la carta.

—Tienes que encontrarlo, ¿sí? —le dijo Harry, acariciándole la espalda mientras la llevaba posada en su brazo hasta uno de los agujeros del muro—. Tienes que encontrarlo antes que los dementores.

Ella le pellizcó el dedo, quizá más fuerte de lo habitual, pero ululó como siempre, suavemente, como diciéndole que se quedara tranquilo. Luego extendió las alas y salió al mismo tiempo que lo hacía el sol. La contemplaron mientras se perdía de vista.

En las dos semanas siguientes, las clases se hacían más difíciles y duras que nunca, en especial la de Defensa Contra las Artes Oscuras. Para su sorpresa, el profesor Moody anunció que les echaría la maldición imperius por turno, tanto para mostrarles su poder como para ver si podían resistirse a sus efectos.

—Pero... pero usted dijo que eso estaba prohibido, profesor —le dijo una vacilante Hermione, al tiempo que Moody apartaba las mesas con un movimiento de la varita, dejando un amplio espacio en el medio del aula—. Usted dijo que usarlo contra otro ser humano estaba...

—Dumbledore quiere que les enseñe cómo es —la interrumpió Moody, girando hacia Hermione el ojo mágico y fijándolo sin parpadear en una mirada sobrecogedora—. Si alguno de ustedes prefiere aprenderlo del modo más duro, cuando alguien le eche la maldición para controlarlo completamente, por mí de acuerdo. Puede salir del aula.

Pequeñas Black y el Caliz de Fuego {Libro IV-Harry Potter}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora