34. "Llorarás."

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Dumbledore se levantó y miró un momento a Barty Crouch con desagrado. Luego alzó otra vez la varita e hizo salir de ella unas cuerdas que lo dejaron firmemente atado. Se dirigió entonces a la profesora McGonagall.

—Minerva, ¿te podrías quedar vigilándolo mientras subo con Noa y Harry?

—Desde luego —respondió ella. Daba la impresión de que sentía náuseas, como si acabara de ver vomitar a alguien. Sin embargo, cuando sacó la varita y apuntó con ella a Barty Crouch, su mano estaba completamente firme.

—Severus, por favor, dile a la señora Pomfrey que venga —indicó Dumbledore—. Hay que llevar a Alastor Moody a la enfermería. Luego baja a los terrenos, busca a Cornelius Fudge y tráelo acá. Supongo que querrá oír personalmente a Crouch. Si quiere algo de mí, dile que estaré en la enfermería dentro de media hora.

Snape asintió en silencio y salió del despacho.

—Noa, Harry... —llamó Dumbledore con suavidad.

Noa ayudó a Harry a levantarse. Dumbledore lo cogió del brazo y lo ayudó a salir al oscuro corredor.

—Antes que nada, quiero que vengan a mi despacho —le dijo en voz baja, mientras se encaminaban hacia el pasadizo—. Sirius nos está esperando allí.

Asintieron con la cabeza.

—Profesor —murmuró Noa—, ¿dónde están los señores Diggory?

—Están con la profesora Sprout, y con tu hermana, Noa —dijo Dumbledore. Su voz, tan impasible durante todo el interrogatorio de Barty Crouch, tembló levemente por vez primera—. Pomona es la jefa de la casa de Cedric, y es quien mejor lo conocía, junto con Maddie.

Llegaron ante la gárgola de piedra. Dumbledore pronunció la contraseña, se hizo a un lado, y él, Noa y Harry subieron por la escalera de caracol móvil hasta la puerta de roble. Dumbledore la abrió.
Sirius se encontraba allí, de pie. Tenía la cara tan pálida y demacrada como cuando había escapado de Azkaban. Cruzó en dos zancadas el despacho.

—¿Estás bien, Harry? Lo sabía, sabía que pasaría algo así. ¿Qué ha ocurrido?

Las manos le temblaban al ayudar a Harry a sentarse en una silla, delante del escritorio.

—¿A ti también te sucedió algo, hija? —preguntó, más apremiante, volviéndose a Noa, viendo sus ojos hinchados.

—Sí, pero nada comparado con lo que les sucedió a Maddie y a Harry —dijo en voz baja, con la voz quebrada.

Dumbledore comenzó a contarle a Sirius todo lo que había dicho Barty Crouch.
Noa oyó un suave batir de alas. Fawkes, el fénix, había abandonado la percha y se había ido a posar sobre su rodilla.

—Hola, Fawkes —lo saludó en voz baja. Acarició sus hermosas plumas de color oro y escarlata. Fawkes abrió y cerró los ojos plácidamente, mirándola.
Había algo reconfortante en su cálido peso.

Dumbledore dejó de hablar. Sentado al escritorio, miraba fijamente a Harry, pero éste evitaba sus ojos. Se disponía a interrogarlo.

—Necesito saber qué sucedió después de que tocaste el traslador en el laberinto, Harry —le dijo.

—Podemos dejarlo para mañana por la mañana, ¿no, Dumbledore? —se apresuró a observar Sirius. Le había puesto a Harry una mano en el hombro—. Dejémoslo dormir. Que descanse.

Pero Dumbledore desoyó su sugerencia y se inclinó hacia Harry. Muy a desgana, Harry levantó la cabeza.

—Harry, si pensara que te haría algún bien induciéndote al sueño por medio de un encantamiento y permitiendo que pospusieras el momento de pensar en lo sucedido esta noche, lo haría —dijo Dumbledore con amabilidad—. Pero me temo que no es así. Adormecer el dolor por un rato te haría sentirlo luego con mayor intensidad. Has mostrado más valor del que hubiera creído posible: te ruego que lo muestres una vez más contándonos todo lo que sucedió.

Pequeñas Black y el Caliz de Fuego {Libro IV-Harry Potter}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora