30. "El pensadero."

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Se abrió la puerta del despacho.

—Hola —dijo Moody—. Entren.

Los dos entraron. Se trataba de una habitación circular, muy bonita, decorada con una hilera de retratos de anteriores directores de Hogwarts de ambos sexos, todos los cuales estaban profundamente dormidos. El pecho se les inflaba y desinflaba al respirar.
Cornelius Fudge se hallaba junto al escritorio de Dumbledore, con sus habituales sombrero hongo de color verde lima y capa a rayas.

—¡Harry! —dijo Fudge jovialmente, adelantándose un poco—. ¿Cómo estás?

—Bien —dijo Harry.

—Precisamente estábamos hablando de la noche en que apareció el señor Crouch en los terrenos —explicó Fudge—. Fuiste tú quien se lo encontró, ¿verdad?

—Sí —contestó Harry—. Y Noa también estuvo allí.

Fudge miró a Noa.

—¿Y qué hacía usted fuera de la torre de Gryffindor?

—Dando un paseo nocturno con mi hermana —explicó—. Vimos que se movían los arbustos y que estaba Crouch. Pero no vi a Madame Máxime por allí, y no le habría sido fácil ocultarse, ¿verdad?

Con ojos risueños, Dumbledore le sonrió a espaldas de Fudge.

—Sí, bien —dijo Fudge embarazado—. Estábamos a punto de bajar a dar un pequeño paseo. Si nos perdonan... Tal vez sería mejor que volvieran a clase.

—Yo quería hablar con usted, profesor —se apresuró a decir Harry mirando a Dumbledore, quien le dirigió una mirada rápida e inquisitiva.

—Espérenme aquí —les indicó—. Nuestro examen de los terrenos no se prolongará demasiado.

Salieron en silencio y cerraron la puerta. Al cabo de un minuto más o menos dejaron de oírse, procedentes del corredor de abajo, los secos golpes de la pata de palo de Moody. Noa miró a su alrededor.

—Hola, Fawkes —saludó Harry.

Fawkes, el fénix del profesor Dumbledore, estaba posado en su percha de oro, al lado de la puerta. Era del tamaño de un cisne, con un magnifico plumaje dorado y escarlata. Lo saludó agitando en el aire su larga cola y mirándolo con ojos entornados y tiernos.
Noa se sentó en una silla delante del escritorio de Dumbledore. Durante varios minutos se quedaron allí, contemplando a los antiguos directores del colegio, que resoplaban en sus retratos.
Noa miró la pared que había tras el escritorio: el Sombrero Seleccionador, remendado y andrajoso, descansaba sobre un estante. Junto a él había una urna de cristal que contenía una magnífica espada de plata con grandes rubíes incrustados en la empuñadura; era la espada que Harry había sacado del Sombrero Seleccionador cuando se hallaba en segundo. Aquélla era la espada de Godric Gryffindor, el fundador de la casa a la que pertenecían las pequeñas Black. La estaba contemplando, cuando vio que sobre la urna de cristal temblaba un punto de luz plateada.

—Mira eso, Harry.

Buscaron de dónde provenía aquella luz, y vieron un brillante rayito que salía de un armario negro que había a sus espaldas, con la puerta entreabierta. Noa dudó, miró a Harry y luego se levantó; atravesó el despacho y abrió la puerta del armario.
Había allí una vasija de piedra poco profunda, con tallas muy raras alrededor del borde: eran runas y símbolos que Noa no conocía.

—Si me hubiera anotado para Runas Antiguas, tal vez entendería de qué se trata —pensó.

La luz plateada provenía del contenido de la vasija, que no se parecía a nada que Noa hubiera visto nunca. No hubiera podido decir si aquella sustancia era un líquido o un gas: era de color blanco brillante, plateado, y se movía sin cesar. La superficie se agitó como el agua bajo el viento, para luego separarse formando nubecillas que se arremolinaban. Daba la sensación de ser luz licuada, o viento solidificado: Noa no conseguía comprenderlo.
Quiso tocarlo, averiguar qué tacto tenía, pero casi cuatro años de experiencia en el mundo mágico le habían enseñado que era muy poco prudente meter la mano en un recipiente lleno de una sustancia desconocida, así que sacó la varita de la túnica, echó una ojeada nerviosa al despacho, vio que Harry seguía sentado, volvió a mirar el contenido de la vasija y lo tocó con la varita. La superficie de aquella cosa plateada comenzó a girar muy rápido.
Noa se inclinó más, metiendo la cabeza en el armario. La sustancia plateada se había vuelto transparente, parecía cristal. Miraó dentro esperando distinguir el fondo de piedra de la vasija, y en vez de eso, bajo la superficie de la misteriosa sustancia, vio una enorme sala, una sala que ella parecía observar desde una cúpula de cristal.
Estaba apenas iluminada, y Noa pensó que incluso podía ser subterránea, porque no tenía ventanas, sólo antorchas sujetas en argollas como las que iluminaban los muros de Hogwarts. Bajando la cara de forma que la nariz le quedó a tres centímetros escasos de aquella sustancia cristalina, vio que delante de cada pared había varias filas de bancos, tanto más elevados cuanto más cercanos a la pared, en los que se encontraban sentados muchos brujos de ambos sexos. En el centro exacto de la sala había una silla vacía. Algo en ella le producía inquietud a Noa. En los brazos de la silla había unas cadenas, como si al ocupante de la silla se lo soliera atar a ella.
¿Dónde estaba aquel misterioso lugar? No parecía que perteneciera a Hogwarts: nunca había visto en el castillo una sala como aquélla. Además, la multitud que la ocupaba se hallaba compuesta exclusivamente de adultos, y Noa sabía que no había tantos profesores en Hogwarts. Parecían estar esperando algo, pensó, aunque no les veía más que los sombreros puntiagudos. Todos miraban en la misma dirección, sin hablar.
Como la vasija era circular, y la sala que veía, cuadrada, no distinguía lo que había en los cuatro rincones. Se inclinó un poco más, ladeando la cabeza para poder ver...
La punta de la nariz de Noa tocó la extraña sustancia.
El despacho de Dumbledore se sacudió terriblemente. Noa fue propulsada de cabeza a la sustancia de la vasija...
Pero no dio de cabeza contra el suelo de piedra: se notó caer por entre algo negro y helado, como si un remolino oscuro la succionara...
Y, de repente, se hallaba sentada en uno de los últimos bancos de la sala que había dentro de la vasija, un banco más elevado que los otros. Miró hacia arriba esperando ver la cúpula de cristal a través de la que había estado mirando, pero no había otra cosa que piedra oscura y maciza.
Respirando con dificultad, Noa observó a su alrededor. Harry no estaba con ella. Ninguno de los magos y brujas de la sala (y eran al menos doscientos) la miraba. Ninguno de ellos parecía haberse dado cuenta de que una muchacha de catorce años acababa de caer del techo y se había sentado entre ellos. Noa se volvió hacia el mago que tenía a su lado, y profirió un grito de sorpresa que retumbó en toda la silenciosa sala.
Estaba sentada justo al lado de Albus Dumbledore.

Pequeñas Black y el Caliz de Fuego {Libro IV-Harry Potter}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora