Día 14 en casa

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Día 14 en casa

...

Abrió los ojos por centésima vez. Tenía mucho sueño, pero la presión que sentía en el pecho le impedía descansar con naturalidad. Giró sobre si mismo y prestó atención al reloj, el cual marcaba las cuatro y media pasadas. Lovino se dispuso a levantarse para ir a tomar algo que consiguiera adormecerle cuando escuchó que llamaron a la puerta de su cuarto.

Permaneció en silencio entre las mantas. Quería ir a abrir y pedirle disculpas, pero no era capaz. Se quedó en cama y esperó a que se escucharan los pasos alejándose para incorporarse. Tras unos minutos, decidió levantarse, coger la bata de casa e ir a la cocina.

...

El menor se despertó, extrañado al ver donde estaba. Se había quedado dormido en la cocina, sentado mientras bebía algo de leche. Tenía la mejilla cubierta de cereales. Sin demorarse demasiado, recogió el estropicio y se volvió a su cuarto.

El español estaba dormido en una situación similar a él. Se había quedado sentado en el suelo al lado del cuarto del italiano. Roncaba ligeramente con la boca abierta.

–¿Antonio?– Llamó, pasando por encima de las piernas del moreno, las cuales le impedían cruzar debido a que atravesaban el estrecho pasillo de lado a lado.

Sólo recibió un gruñido de respuesta. El español giró un poco sobre sí mismo y así cayó al suelo. Despertó por el impacto. El moreno se frotó la frente debido al golpe y se reincorporó.

–¿Estás bien?– Preguntó el menor, algo preocupado aunque reprimiendo la risa.

–No sé cuántas veces me he golpeado la cara desde que te conozco...– Sonrió ligeramente– Parece que traes esa suerte.

Se hizo el silencio. Ambos recordaron lo del día anterior y la broma quedó en el aire. Antonio borró la sonrisa de sus labios para mostrar una mueca de molestia, mientras que el menor frunció las cejas.

–Yo...

–Lo siento, Lovino– El moreno se llevó una mano a la frente, cubriéndose los ojos–. No pensé bien en tus sentimientos cuando dije eso. Estaba molesto ya que habías saltado de pronto con todo aquello... Sé que es difícil lo que estás pasando, y lo entiendo, pero quiero que te pongas en mi lugar también.

Lovino arrugó más el ceño. La culpa era suya, no del español.

–No importa– Soltó–. Tú también estás en una situación complicada. Si quieres, puedo irme de aquí y, bueno, dejar que empieces una vida tranquilo de nuevo, y si algún día recuperas la memoria por algún casual, podrías llamarme o... o así.

–No, no, no. No quiero que te vayas. Me caes bien, y eres una parte importante de mi vida pasada.

El menor se cruzó de brazos y suspiró, obviamente aliviado.

–Esto es peor que un culebrón.

–Bueno... En esos siempre suelen recuperar la memoria al final, dando un giro argumental brusco– Permaneció en silencio–. No me habrás dejado en coma tú, ¿verdad?

–¡No!

–¡Sólo era una broma!– Se rio ante la cara de indignación del otro– No desconfío de ti.

–¿Paz?

–Paz.

Extendieron sus brazos y se dieron un apretón de manos, el cual duró algo más de lo normal. Se miraron un momento, para que luego el italiano apartara la mano con rapidez, llevándola al pelo.

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