Día 18 en casa
...
Antonio volvió a rotar en la cama, imitando a una croqueta siendo rebozada. Se estaba tan cómodo, y tenía tan pocas ganas de salir de entre las sábanas... Abrazó a la almohada y trató de seguir durmiendo. Un domingo no se iba a poner la alarma, ni aunque le pagaran.
Comenzó a escuchar un fuerte ruido procedente de fuera. Sonaba como si alguien acabara de empezar unas obras al lado o algo. Vio hacia el reloj y su instinto asesino se despertó un poco. Eran las ocho y veinte.
Giró de nuevo, dándole la espalda a la ventana, y se cubrió las orejas con la almohada que antes estaba abrazando. Sabía que no serviría de nada, pero cuando uno está dormido no razona.
–¡Me cago en vuestra puta existencia, hijos de una hiena!- Escuchó chillar a cierto italiano en el piso de abajo– ¡Os voy a quemar la casa!
Antonio comenzó a reírse ante las amenazas del menor. ¿Habría abierto la ventana para amenazarlos? ¿Saldría a la calle en zapatillas y pijama para saltarles a la cara? O quizás simplemente chillaba para sí mismo. Prefirió no arriesgarse enfrentando a semejante vorágine de odio a esas horas.
Increíblemente, consiguió dormir algo más.
Bajó, sin molestarse siquiera en ponerse unos pantalones, y fue a desayunar algo.
Lo primero que vio en la cocina fue a su amigo con cara de muerto en vida. Lovino murmuraba cosas por lo bajo, completamente molesto.
–Buenos días– Saludó el español, mostrando su típica sonrisa a pesar de no haber dormido excesivamente.
–Para ti... Pensé que se habían muerto los de las obras, pero ya veo que no (para mi desgracia)– Le echó una rápida ojeada, notando que iba en ropa interior de cintura para abajo. Eso era buena señal, que había confianza–. Comenzaron hace medio año, pero llevaban dos meses y algo sin continuar.
–Habrá que soportarlo.
–Ajá– Sorbió un poco de su café, viendo hacia el infinito–. ¿A qué hora sales?
–Dijo que vendría a las cuatro.
Lovino asintió, visiblemente molesto. La noche anterior Emma había pedido quedar al español, y eso le generaba sentimientos contradictorios. Confiaba en Emma, pero lo que menos le convenía era que pusiera toda su adorabilidad en medio de la relación.
–Oye, Lovi. ¿Te parece bien?– Preguntó el mayor, viéndole directamente, con un deje de preocupación– Lo que menos me apetece es que volvamos a tener una estúpida discusión por eso.
–Claro. No te preocupes. Mientras no abuses de la pobre chica, está bien.
El español sonrió ligeramente y le dio una palmada suave en el hombro. "Mierda. Lo ha notado" pensó el ítalo, paranoico.
Desayunaron en silencio, bueno, quitando el ruido que había por la obra de al lado, pero en silencio. El menor observó de refilón al otro, fijándose en su expresión calmada y aquella sonrisa que siempre portaba en los labios. Simplemente con echarle una mirada pudo deducir que había engordado un poco en el tiempo que llevaba desde la llegada a casa, comprensible ya que se había despertado de un coma. Sintió curiosidad por saber cómo estaría físicamente sin aquella camiseta. "Seguro que sigue como siempre", meditó, recordando bien el torso de su compañero. "Tal vez haya engordado más ya que apenas se mueve de casa, pero lo dudo. Siempre ha tenido suerte para mantenerse en forma". Notó que poco a poco comenzaba a entrar en calor. Quizás llevaba demasiado tiempo sin tener contacto sexual, sí.
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¿Lo recuerdas?
RomanceLa vida de Lovino era simplemente maravillosa. Puede que no tuviera muchos amigos, ni un buen trabajo, pero no podía ser más feliz al lado de su prometido. No obstante, ¿qué pasaría si de un día para el otro esa persona tan especial ni se acordara d...