*CAPÍTULO 9*

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Un gran suspiro salió de mis labios, ¡Uf! ser secretaria era agotador y eso que tengo siete horas diarias; ya estaba en la cuarta hora.

Escuche un sonido suave proveniente de mi bolso, fruncí en ceño preguntando quien mierda me llamaba en la hora laboral.

Es Agus.

—Estoy en el trabajo ¿Qué ocurre?

—Me han llamado de la escuela que Noah se descompuso, avisé a mi madre pero me dijo que acompañó a mi padre a hacerse unos estudios, parece que han visto algo extraño en él, yo estoy atendiendo un paciente y no puedo ir por él ¿Puedes buscarlo? Llévalo al médico y luego a casa, espera hasta que yo llegue y vuelve a tu trabajo, por favor —seguí dando vueltas a mi bolígrafo sobre el escritorio.

—Preguntaré a James si puedo, espero que me acceda el permiso —me puse de pie.

—Está bien, mándame un mensaje.

Me despedí para luego colgar y colocar el dispositivo a mi bolso.

Toque la puerta de madera oscura tres veces cuando me dio el permiso para ingresar. Abrí lentamente para encontrarlo concentrado en su portátil sentado en la silla giratoria con asiento cuero negro.

—¿Que necesitas, señorita Young? —su grave voz me estremeció y su mirada se mezcló con la mía.

—Tengo un inconveniente personal, mi sobrino está descompuesto y su madre me llamo para que lo retire del instituto porque ella no puede concurrir, quiero su permiso —lo observé atenta.

—Claro, pero dependa cuando tarde tenderá a completar ese horario, puede irse.

Le agradecí, luego cerré precavida la puerta, caminé hasta tomar mi bolso y agarre el iPhone para mandar un mensaje a Agus.

Después de salir del ascensor saludé a la bella recepcionista pasando a un lado y llegando a las puertas corredizas, crucé mirando todos lados hasta que halle mi coche, desconecte la alarma e ingresé en el asiento del copiloto, marché y luego conducía hacia el centro de la ciudad llegando al gran edificio.

—Me siento mareado, tía, no camines tan rápido —hablo un lívido Noah cuando lo retiré de la escuela.

—Siéntate en el asiento de atrás y abróchate el cinturón —abrí la puerta.

—Tía, me duele el estómago —hizo una mueca en el reflejo del vidrio retrovisor, rodeó los ojos.

—Noah, no te quejes ¿Quieres ir de inmediato al médico o esperas que tu madre te revise? Ella vendrá a casa en un momento.

—Vamos a casa, aguantaré, no me voy a morir, o quizás sí, nunca se sabe —bufé ante su comentario e ignoré empezando a conducir.

—Seguro algo te cayó mal, ¿No será el pastel de anoche? Era muy pesado y empalagoso —busqué en la radio alguna música decente.

—Tú le has puesto a tu porción esa asquerosa Nutella, la que debería andar mal eres tú, yo sólo le puse más crema chantillí, hm —siempre hace ese típico monosílabo, recuerdo que su padre también lo hacía. Noah lo hace cuando está fastidiado.

¿Pero quién se habrá comido tres hamburguesa con más de seis paletas de queso cada una? No entiendo por qué amas tanto el queso —hice una mueca de asco.

—¡El queso es vida! ¡Vi! ¡Da! ¿Entiendes? No esa estúpida pasta asquerosa que agregas a las tostadas, tortas y hasta te comes a cucharadas —se cruzó de brazos mirando a la ventanilla.

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