Acto 1: No soy él; Scott

974 84 23
                                        




El amor no correspondido es como una droga, sabes que no debes consumirla, pero de todas formas lo haces porque llena ese hueco dentro de lo más profundo de tu ser y sueñas con un mundo que jamás será el real.

Pedro era la suya; amaba desordenar los suaves cabellos castaños, ver la brillante sonrisa de los momentos más hermosos o las lágrimas cristalinas, las cuales siempre apartaba del rostro de aquel joven que un día tuvo en sus brazos.

Lo que más anhela en el mundo es protegerlo de esas personas que le trataban de hacerle un mal. Desea probar de esos dulces labios rosados que en algún momento tuvo el placer de besar, decirle cuanto lo ama todas las mañanas y ser el primero en ver esos ojos café que le traía como loco. Pero la realidad es otra, así fue siempre, porque el mexicano jamás sería suyo, él ya le entregó el corazón a alguien más. Lo sabe desde hace años, no era idiota, claro que no, mas se dejó caer en la sucia trampa del amor. Pobre iluso.

Los sollozos no paran ni con el alcohol, y eso lo ponía peor; quiere liberarse de sus recuerdos sabiendo que, a su vez, no quería ello.
Se sintió tal inútil al cegarse de la única verdad; Pedro ama a Alfred, eso nada lo cambiaría aunque quisiese.

—Estúpido, eso es lo que soy — dijo con desagrado hacía el mismo para luego arrojar la botella de whisky escocés. Pensó que si tomaba el aroma que había guardado en su mente de México se iría. Ja, que equivocado estaba; eso sólo provocó que aumentara a gran medida.

Sus ojos verdes se llenaron de lágrimas, una vez más. En un intento de sacar las evidencias de sus patéticas escenas de despechado, se golpeó contra el vídeo de un local.
Miró, grave error. Un traje blanco de novio estaba en muestra junto con uno negro.
—Te verías hermoso — su puño se había cerrado por la frustración. —Y así te verás con él en el altar de su boda — el par de labios sonrieron irónico, con repudio hacía el segundo nombrado.

Scott fue el que lo acogió en un abrazo, aquel que le dio todos los cariños posibles y estuvo ahí con el castaño en sus peores momentos, porque él sólo fue el clavo que no cabía en el agujero del corazón ajeno. Sólo un amigo en el cual apoyarase, ese que haría todo por tu felicidad.
Sin embargo, el escocés nunca fue dueño de sus más bellas muecas ni de los sonrojos provocados por adjetivos que enamoran, él sólo tenía a su amargo —y palpitante— órgano podrido por ese cariño dañino que hasta hoy en día tiene.

Recuerda haber aconsejado al chico de sus sueños por culpa de ese americano al enterarse que lo engañaba con su hermano, Inglaterra. Entonces, los primeros meses eran de sufrimiento para ambas partes. Para su suerte, Pedro nunca se dio cuenta de que su parte era genuina, aún agradece eternamente que haya sido así. No quiere lástima, mucho menos la del mexicano.

Fue ahí cuando sus piernas doblegaron al húmedo suelo de las calles oscuras de la zona donde se encontraba. Gotas caen desde su alma rota en pedazos por las ilusiones que se hizo en cierto momento; se tapó la cara con sus manos sucias por el alcohol, e igual que por los cigarros que había fumado.

Lloró hasta que se le desgarró la garganta. Cuando ya no podía dar ni un moviento, se quedó ahí, a la espera de su amado para que lo salvara de su miseria, mas jamás llegaría para ser el héroe de su vida.

«Tú me quieres, pero yo te amo. »

La última vezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora