Acto 2: ► Locura ◄

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Los besos iban y venían en el trayecto que Alfred daba desde sus rosados labios —a causa de las mordidas— hasta su pálido cuello, sentía el tacto, pero no el calor de las caricias.
Arthur notó ello, mas no quiso darle ningún comentario al americano por la simple razón que él ya sabía el porqué de esto, sólo no estaba de humores para admitirlo.

El estadounidense, al quitar el camperon de cuero inglés, pudo apreciar la parte de arriba perteneciente a una lencería rosada con encajes blancos, algo que le daba una apariencia provocadora al británico que tenía en sus brazos. —¿En serio? — dijo con una leve sonrisa de lado; tal vez no amaba a su pareja, sin embargo, esos detalles le encantaban.
—No te me quedes mirando así, idiota. Pareces un depredador sexual — susurra el rubio sonrojado por la vergüenza, ni si quiera sabe cómo explicarle al menor su situación. Bueno, en realidad sí. —Uno de tus secretarios te vieron, por lo que me avisaron — habló mientras acostaba a Alfred en la cama matrimonial que compartían, a pesar de que el otro casi nunca esté.

Unas risas se hicieron presentes antes de que el juego que armaron volviera a retomar el rumbo de las cosas, haciendo que el ambiente se calentara al igual que ellos con su podrido amor erótico.

El más joven ya no veía a su acompañante como realmente era, sino, ve a aquel por el que suspira y roba sus más profundos pensamientos. No le importaba estar utilizando al mayor para complacerse, al menos no en estos momentos cegado por el deseo de estar escuchando otros gemidos ajenos.
Ambos estaban rotos, hechos pedazos y queriendo juntar los restos con algo que jamás funcionará; el recuerdo del mexicano venía siempre que el de lentes le daba una oportunidad al anglosajón, no era que eso pasase, sino que ya era automático en su sistema masoquista.

Las caricias pararon cuando Alfred paralizó su cuerpo por completo al sentir como una mano abría el camino con toques dulces hasta su miembro. El poseedor de ojos esmeraldas observó a su esposo por unos segundos, para así darse cuenta del error que había cometido. —Voy a bañarme, estoy cansado como para esto — fue lo que dijo antes de irse con pasos apresurados al baño a encerrarse ahí; miró al espejo que estaba arriba del lavamanos con lágrimas cristalinas, esas que demostraban todo lo que ocultas de las miradas entrometidas.

Lleno de pereza fue abriendo las canillas de la tina y disfrutar de como estas caían para luego formar un charco que cada vez era más grande a conforme que el agua se expandia.
Recordó sus tiempos donde era un imperio, uno de los más temidos de aquellas épocas; ¡Amaba robarle el botín a ese español!, era lo que más disfrutaba además de ver a su pequeña colonia recibirlo con brazos abiertos al regresar al continente americano.

Aquel tiempo era el que extrañaba; ser amado por él.

Cuando decidió que su tarea estaba realizada, no hizo más que meterse a calentar su frágil cuerpo e incluso quemar con la temperatura ciertas partes de el mismo. —¿Por qué eres así, América? — habló en voz baja, no quería que el otro lo escuchara. —Yo te amo, pero veo que no es suficiente — entre sus manos había tomado el jabón de lavanda con la intención de usarlo, mas sólo lo rompió en pedazos con la ira que tenía. —; nunca lo es — sentenció en un silencio de muerte. El norteamericano ni a la puerta quiso llamar, sabía que no era el momento como para volver a fingir con el de gruesas cejas.

Arthur lloró mordiendose los labios para no ser descubierto por el chico que se encontraba del otro lado de la pared.
Sus orbes bajaron a su estómago con desprecio, tal vez Alfred no lo amaba por su gordura o por su terrible humor de perros que siempre mostraba al mundo. Su cabello tampoco era lo mejor; rubio opaco y desordenado como normalmente lo traía, capaz es la ropa que viste o sus gustos anticuados de lectura.

Tal vez si fuera como Pedro lo amaría.

El británico sacudió sus pensamientos al parecerles tan absurdos, aunque podrían tener razón, él no era lo que el más joven deseaba, sin embargo, podría convertirse en ello.

«A veces el amor te ciega a tal punto que no eres consciente de las boberías que haces, ya que lo único que quieres es complacer a tu pareja.»


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HOLA! AQUI YO COMPROBANDO QUE NO HE MUERTO.

Esto casi llega a su final, solo me queda decir que estoy indecisa por el final

#TeamScott

#TeamAlfred

#TeamPedroMandaATodosALaMierda

voten :3 (de todas formas sere cruel con todos :3)

La última vezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora