28. KARINA R

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—¡Vamos, vamos, vamos! —Exclamaban eufóricos los asistentes.

Y la carrera comenzó. Los carritos infantiles comenzaron a avanzar a una velocidad increíble siendo empujados por dos personas ebrias. Le pertenecían al pequeño hermano del anfitrión pero en una fiesta las reglas no existían. Golpeaban muebles y tiraban objetos frágiles. Cristales y jarrones salían disparados con ferocidad sin importar a nadie. Sobre los carritos se encontraban otras dos personas más aún sin soltar sus respectivas botellas y cada vez que se topaban con una vuelta debían beber un shot. Por supuesto, finalizaban vomitando la alfombra favorita de la dueña de la casa sin mencionar que ésta apestaba a humo de distintos tipos, principalmente de Tabaco y Marihuana. Y al anfitrión no le importaba. No le importaba siquiera que la puerta de su refrigerador estuviese siendo utilizada como trineo para descender por las escaleras. No le importaba tampoco que los vecinos, hartos, estuviesen llamando a la policía por el escándalo. Y mucho menos le importaba que un piso arriba, en su propia habitación, estuviese sucediendo algo potencialmente grave.

No le importaba. A nadie le importaba. Para que algo te importase debías mínimo saber de su existencia. Y, claro, nadie tenía idea de la orgía sexual que acontecía en ese momento.

Ascendiendo por las escaleras, atravesando el pasillo y virando a la izquierda te topabas con una puerta blanca, la cual escondía un asqueroso secreto en su interior. Al atravesarla conseguías visualizar a dos chicos desnudos penetrando agresivamente a dos muchachas que, inesperadamente, lo disfrutaban. A un lado, otras dos chicas se besaban suavemente compartiendo el gusto a alcohol desde los labios hasta el ombligo. De forma curiosa, éstas lo hacían, literalmente, sobre un chico que lamía sus órganos sexuales como cuan niño con su helado de vainilla. Unos metros más allá, un chico lloraba y apretaba los dientes mientras era amarrado con cinta adhesiva a las patas de la cama. Nadie imaginaría que aquél chico, el más guapo y popular de la escuela, deseado por muchas, estaba siendo violado sexualmente por un chico aproximadamente un año menor. Y para finalizar, un hombre alto de tez oscura tenía apretada contra la pared a una jovencita que intentaba zafarse de sus brazos a mordidas y golpes. No sería extraño que fuese violada como muchas personas más o embarazada como el resto de la habitación terminaría -Una abortando y otras dos concibiendo un hijo a temprana edad-. Gritaba, horrorizada, en busca de ayuda, pero muy en el fondo sabía que nadie acudiría en su auxilio, todo era en vano. Debía encontrar la forma de huir.

Karina alzó con toda su fuerza la rodilla contra la entrepierna del hombre y éste no pudo resistir el dolor: sus enormes manos oscuras la liberaron instantáneamente. Una vez con los pies firmes en el suelo dio una bocanada de aire y corrió hacia la puerta, la abrió y salió rápida pero sigilosamente no sin antes echar un vistazo por última vez a los sucesos; lo último que vio fue el rostro del chico violado rogándole con la mirada que lo ayudase o llamase a alguien. Pero Karina no hizo nada. Permitió que el otro chico continuase jugando con su miembro y su trasero.

Bajó las escaleras, harta, un tanto molesta con la asquerosa fiesta y acomodándose el sostén que habían provocado le llegase hasta el codo. Se iría en ese preciso instante... lo que ocurriese en la casa a partir de ese momento ya no era su problema -Y mucho menos los chicos que terminarían en prisión-. Se acomodó la falda y justo cuando pasaba por la sala principal frente a la puerta de salida, un carrito rojo con dos adolescentes ebrios la golpeó bruscamente y la tiró al suelo. Los vítores de ánimo se convirtieron en risas mientras el Whisky se derramaba sobre su piel y le provocaba ardor en la nueva herida. Aturdida, no tuvo tiempo siquiera de reaccionar cuando el hombre de tez negra emergió de entre el público, la tomó de los brazos y la subió de regreso por las escaleras con una fatua tranquilidad.

Minutos más tarde, la chica sería abusada a un lado del que alguna vez le pidió ayuda. El mismo que fue forzado para violarla a ella igual junto con el resto de las personas en la habitación. El dolor, la saliva y otros líquidos corporales bañaban de horror a la pobre joven. Después de un rato de ser forzada a beber y drogarse, el dolor ya no le molestaba, se había convertido en algo natural al momento de existir. Y entonces unos destellos de luces azules y rojas atravesaron con fulgor los cristales empañados de la ventana acompañados de escandalosas sirenas.

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