4. FUNERAL

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—¡Mierda! —Vociferó Karlos— ¡Me he salpicado!

Todos voltearon al mismo tiempo. Karlos apretaba los dientes mientras hacía caras de asco. Tragó saliva y siguió cargando. Caminaron durante aproximadamente veinte minutos hasta que Marco encontró una puerta debajo de las escaleras pintada del mismo color que las paredes celestes... era casi invisible. Wendy no había soltado el arma, por lo tanto la chica agresiva había ido a investigar. Palpó la pared asintiendo hasta que tomó la perilla y la giró. La puerta se abrió hacia el interior de la habitación, soltando un asqueroso olor acompañado de un suave y frío viento. Curiosa, la agresiva se asomó de reojo. Estaba oscuro.

—No veo nada —Anunció sin cambiar la mirada.

—¿Hay escaleras? —Preguntó Marijo.

—Pudiese ser un sótano —Dijo Sin Nombre, cuando las chicas lo observaron de golpe bajó la mirada—. Lo siento. No debí ser tan obvio.

La agresiva tragó saliva y entrecerró los ojos. Dio un paso hacia el interior cautelosamente hasta que dejó de sentir el suelo. La situación era simple. Estiró su pierna un poco más hasta sentir firme nuevamente. Eran escaleras.

—Podríamos dejarla abajo —Sugirió al tiempo que estiraba las manos.

Buscó con cuidado hasta tocar una caja metálica adherida a la pared. Reconoció los rectangulares botones y presionó el inferior. Las paredes se iluminaron poco a poco hasta llegar al final de las escaleras. Era un techo bajo que descendía igual que ellas. La curiosidad la atrapó, así que presionó el botón superior y pudo distinguir cómo se iluminaba la habitación en el fondo. Bajó los siguientes escalones en línea recta hasta la mitad. Ahí pudo observar una enorme habitación dividida en otras ocho pequeñas habitaciones con muros metálicos y un suelo del mismo material. Las luces blancas iluminaban cada centímetro de aquél lugar. Hace un segundo se encontraba en una casa de madera y ahora visitaba el sótano más moderno. Nada tenía sentido, se estaba acostumbrando a eso.

—¡Hey! ¡Esto pesa! —Escuchó gritar a Karlos.

—¡Aguanta, niñita! —Respondió— ¡O te voy a matar!

Bufó unos segundos, dio media vuelta y continuó su recorrido.

Cuando tocó el frío y metálico suelo sintió un escalofrío que le recorrió la espalda. Pero sólo por un segundo. Ella era fuerte. Sus pies habían soportado peores situaciones. Y entonces lo notó: nadie más que unos cuantos llevaban zapatos. Lo meditó un rato. El pequeño Marco llevaba unos grises. Alejandro llevaba unos negros. Sin Nombre llevaba, por casualidad, unos de esos colores pero mezclados. El resto permanecía sin un par, incluida ella. Giró la cabeza repentinamente para ignorar sus pensamientos. Alzó la mirada en busca de algún lugar donde dejarla. Caminó poco a poco y cruzó el pasillo. A los lados se encontraba la entrada a las pequeñas habitaciones. Parecía una moderna celda. Al final del pasillo se encontraba una enorme puerta de cincuenta centímetros de alto y dos y medio de largo en medio de la pared, como una pintura enmarcada con agarradera plateada en el centro. La chica no podía contenerse. Estiró los brazos, apretó fuertemente la agarradera y la atrajo hacia sí. El calor inundó a su alrededor, la pared se iluminó de un tono rojizo y sus manos se calentaron. Contuvo el aliento al tiempo que asomaba su cabeza en la rendija. En el interior había fuego.

Era un aparato crematorio.

Abrió los ojos como platos. ¿Para qué se necesitaría algo así? ¿Es que acaso los matarían a todos? ¿Los cremarían ahí? Tragó saliva por millonésima vez. Empujó la agarradera, dio media vuelta y regresó a las escaleras a través del ahora tibio pasillo. Subía los escalones prolongadamente cuando la asaltó una idea. Su objetivo principal. Sonrió. Concluyó su investigación, salió del sótano y se topó con los chicos sentados en el suelo y Wendy apuntando fijamente hacia el pequeño Marco. ¿Esa chica no se cansaba? La furia la invadió.

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