21. WWA

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Recostada sobre el penúltimo escalón de las escaleras principales se encontraba Yamitzi observando con cautela uno de los tantos marcos que colgaban de la pared del lugar. En éste posaba un chico con la mirada seria y el cabello en revoltijos mirando a ningún lugar en específico. La imagen de Oliver era atravesada por unos tenues rayos de luz solar, lo cual aumentaba la nostalgia dentro de la joven. "¿Qué sucede?", preguntó el pequeño Marco acercándose desde el pasillo y tomando asiento a pocos centímetros de la chica.

—Nada, es sólo que... —Comenzó Yamitzi— Bueno, a veces pienso que pudo haber tenido una vida mucho más grande y digna.

—Todos, ¿No es así? —Respondió el chico— Todos pudimos tener esa ventaja pero lamentablemente estamos encerrados en esta jaula humana.

Y en ese momento, Yamitzi, que le llevaba tan sólo tres años de edad al muchacho, se dio cuenta de lo que podía provocar aquella casa. Todo era tan crudo dentro de esos pasillos que los integrantes en su interior eran forzados a actuar de manera mucho más madura que antes... que tal vez era el motivo de todo eso; pero en el joven Marco, que todos recordaban por ser el de menor tamaño y edad y en ocasiones curioso y divertido, era mucho más evidente... su mente se despejaba con el paso del tiempo para permitirle tener una imagen realista del mundo y de la vida. Yamitzi sonrió ante su comentario y asintió con la cabeza sin cesar de mirarlo a los ojos fijamente. El silencio en La Casa se encontraba esparcido por todas partes ya que era muy temprano y no había posibilidades de que los interrumpieran en su conversación. La chica tragó saliva y Marco, con la vista perdida en el resto de los escalones, se percató de la perforadora mirada que tenía a su lado; levantó la suya y la entrelazó con la de ella con una sonrisa. Su relación de amistad había crecido con el paso de los días dentro de aquel infierno: escuchar las bromas y comentarios sarcásticos del otro disminuía la necesidad de salir cuanto antes de la casa, incluso, en ocasiones, ambos habían comentado que por momentos como aquellos no regresarían a sus verdaderos hogares y permanecerían ahí encarcelados con personas que podían llegar a ser sus verdaderos amigos. Cuando comenzaron a acercar sus labios lentamente y cerrar los ojos no hubo mejor forma de mejorar el momento que el canto de los pájaros a su alrededor y los ahora más grandes rayos del sol en la pared frente a ellos. Entonces lo comprendió, se frenó en seco y abrió los ojos de golpe, haciendo que Marco diese un respingo; dio media vuelta sobre el escalón y se puso de pie al instante observando boquiabierta los rayos que iluminaban y daban vida al pálido muro a unos metros de ella.

Marco se encontraba verdaderamente consternado ante la reacción de la chica cuando éste intentaba plantarle un beso.

—Juro que venía de mi corazón —Dijo con una sonrisa triste.

—Oh, lo siento, Marquito, ¡Pero es que mira! —Exclamó Yamitzi señalando con el dedo índice el altísimo techo de La Casa.

—¿Qué mier...? —Murmuró Marco— ¡Por dios! ¡Debo avisarle a los demás!

—¡Corre! —Dijo Yamitzi con frustración al no saber qué hacer, tal vez aquello podía durar sólo un instante antes de que desapareciese.

En lo alto del lugar -El techo de tres pisos arriba- se podía observar una pequeña rendija de forma cuadrada que sobresalía notablemente de entre los pálidos muros al contar con fulgores de luz solar, sin contar que era obvio que de ahí provenían las cánticas aves. Tres minutos después, varios grupos de personas emergieron de entre los pasillos de los dos pisos superiores entre pijamas y bostezos. Los cuatro chicos nuevos eran los más asustados y miraban sin cesar al que por obviedad ya sabían, tenía más conocimiento acerca de aquella casa: Armando, que pedía permiso y daba empujones para salir de entre las multitudes de más de sesenta y cinco personas. Cuando lo consiguió se frotó los ojos y fijó la mirada en Yamitzi. La chica habló pero los ensordecedores murmullos de los integrantes no le permitieron escuchar más de dos palabras.

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