Capítulo 01

91 8 2
                                    

Otro día más, hundido en aquellos recuerdos, la noche que había pasado había sido como siempre, cómplice de mi amigo, el insomnio.

Sentado en el colchón, tomando una taza de café y con la música a todo volumen, a través de mis audífonos, fue como pase la noche, mirando al vacío, a un oscuro rincón donde por las tardes me sentaba a sollozar.

Cuando vi el primer crepúsculo del día supe que había sobrevivido a las puñaladas de los recuerdos, sabía que podría continuar un día más. Hoy no tenía muchos planes, haría lo de siempre, compraría unas flores y se las llevaría al cementerio, regresaría a casa y me quedaría encerrado en la habitación dónde ella dormía.

Me levanté con dificultad de la cama, baje a la cocina por un poco de agua y mire atento el reloj, veía como las manecillas se movían tan lento, deseaba que éstas corrieran, me estaba volviendo loco; quizá era la falta de sueño y la cafeína en mi organismo, pero mirar la vida pasar frente a mi me provocaba un vacío en el estómago y un gran nudo en la garganta, dolía demasiado.

Sentí una lágrima rodar por mis mejillas, subí las escaleras y me dirigí a la recámara en dónde ella durmió su última noche, la almohada aún tenía impregnado el olor de su cabello.

Las manecillas de aquel viejo reloj, se movían con dificultad, las baterías le fallaban un poco y terminó por rendirse a las once con veinte.
Me dirigí al baño y deje que el velo de gotas de agua empapara mi cuerpo y mi cabello, terminé de ducharme y con mi mano limpie el vapor acumulado sobre el espejo, me miré, ¿ese era yo? ¿Aquel hombre de piel pálida y mirada perdida? Era el mismo, la misma nariz, el mismo cabello, los mismos labios, pero mis ojos eran los de un completo extraño, vacíos, ese no podía ser yo.

Caminé escaleras abajo, tomé las llaves de la casa y un abrigo y caminé por las calles, con forme más avanzaba, más larga se hacía la calle, parecía que mis pasos descubrían el largo de la acera, cubierta por la neblina del invierno.
Los locales aledaños al Hospital recién inaugurado estaban desenpolvando sus decoraciones Navideñas, estábamos a dos días exactamente del día 24 de Diciembre.

La estructura del Hospital me pareció imponente; entré sin más por la gran puerta de cristal.

–Buenos días –miré el reloj colgando de la pared y eran las once con cincuenta y dos.

–Buenos días –respondí con cortesía.

–¿Puedo ayudarle en algo?

–Tengo una cita a las doce –le tendí una pequeña trajera blanca dónde venían los datos de una tanatóloga.

–Claro, acompañeme

Vi a la joven de blanco desaparecer tras una gran puerta detrás de la recepción, solté un largo suspiro y comencé a seguirla mientras examinaba el estilo de vida de aquel lugar. Los pasillos largos del lugar parecían ser infinitos, más cuando sabías que en las habitaciones del fondo podía estar alguien agonizando o muriendo y tal vez necesitaría tu ayuda, pero quizá, solo quizá las enfermeras y los doctores jamás acudirían a los gritos ahogados de aquellos enfermos, que quedarían tatuados en aquellas cuatro paredes blancas, que nunca podrían hablar y contar cuánto sufrieron aquellas personas en los últimos instantes de su vida.

–La doctora lo espera –me abrió una gran puerta de madera por la cual entré a una habitación que parecía ser de otro mundo muy distinto al del Hospital.

–Buenas –miró su reloj –tardes –me sonrió por compromiso, supongo.

–Buenas tardes –introduje mis manos dentro de los bolsillos de mi abrigo.

–Con permiso –dijo la chica mientras se alejaba con pasos casi audibles, en total silencio.

–Bueno, supongo que tú debes ser Raúl Ortega ¿o me equivoco? –me preguntó mientras cerraba la puerta de la oficina.

–Si, a sus órdenes –le tendí la mano, ella la estrecho a los pocos segundos.

–Soy América Herrera

–Si, lo sé –bajé la mirada.

–¿Todo está bien? –sentí su mirada clavada en mi.

–No lo sé –clavé la mirada en el piso de madera –el Doctor Anaya, mi doctor de cabecera, insistió en que debía venir a verla

–Siéntate por favor –me sugirió.

–Antes de que empiece con su discurso de siempre, déjeme le digo algo, he ido con terapeutas, psicólogos e incluso psiquiatras ¿qué le hace pensar que esta vez será diferente y me podrá ayudar?

–No entiendo por qué te pones a la defensiva pero quiero escucharte, dime ¿qué es lo que sientes en estos momentos?

–Tristeza, un tristeza profunda de la cuál no puedo salir, ni desahogarme por más que lloré, por más que intente arrancar la de mi pecho –mis ojos comenzaron a cristalizarse y mis puños se cerraron con fuerza.

–¿Por qué?

–Porque siempre hay tempestades cuando existe la ausencia de la protegonista en la historia

–¿A qué te refieres?

–Me falta Aura –decir su nombre era como clavar algo en mi espalda.

–¿Quién es Aura?

–Era el ser más importante, sencillo, hermoso que podía existir en este mundo

–¿Era?

–Está muerta –suspiré –Aura era más jóven que yo, tenía unos diez y nueve, vivía con su madre, o bueno, eso decía ella, jamás le creí que viviera en una casa, más bien pienso que vivía en las calles

–¿Por qué lo crees así?

–¿Quiere escuchar su historia? –por primera vez miré a la persona que tenia frente mío.

–Si de esa manera puedo entenderte si, quiero escuchar la

–Bien ¿le parece si mañana vengo? Aura tenía un diario y unas grabaciones, ahí está su historia, completa, desde él día en que la conocí, incluso desde antes

No dije más nada y salí del consultorio, de nuevo me introduje entre aquellos pasillos blancos hasta salir de éstos sin perderme.

Caminé de vuelta a casa, miraba los alrededores, sin encontrar ese color que tenía la vida antes de mi desgracia, mis ojos parecían haber sido poseídos por una especie de maldición en la que sólo veían la vida como una antigua película, en blanco y negro.

Llegué a la casa, dejé las llaves en una pequeña mesa que se encontraba a un lado de la puerta principal, me di cuenta que había correspondencia de días atrás, acumulada en una mesita. Leí los sobres con cuidado, me detuve cuando vi una hoja doblada, llamó mi atención al instante ya que ésta, no tenía ni una sola advertencia o escrito que dijera a quién iba dirigida.

¿Recuerdas nuestra conversación? ¿Cuándo me dijiste que necesitabas un corazón? Felicidades, ya lo tienes, ya no necesitas estar en esa lista de espera.
Mi vida no valía mucho después de todo y he decidido regalarte la mía, porque sé que sabrás vivir y disfrutar por nosotros, quiero ser feliz dentro de ti, aún sabiendo que no lo merezco.

Espejo Roto Donde viven las historias. Descúbrelo ahora