Capitulo 1

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Devonshire, Inglaterra Miércoles, 1:51 a.m.

Un coche con los faros encendidos redujo la velocidad junto al recodo de la casa principal, vaciló, acto seguido aceleró y continuó nuevamente el camino hacia la oscuridad.

—Turistas —farfulló Samantha Jellicoe, enderezándose desde su posición agazapada y observando las luces de los faros desaparecer tras la curva. El paseante, británico nativo y buscador de fama de vacaciones, centraba de tal modo su atención en las altas verjas forjadas que quedaban a su espalda y en la apenas visible mansión más allá de éstas, que probablemente Sam podría ponerse a hacer el pino y malabarismos sin que siquiera reparara en ella en los arbustos.

Por tentador que fuera darle un susto de muerte a algún paparazzi aficionado, en esos momentos el objetivo era «pasar inadvertida». Tras echar otro vistazo a la oscura carretera, Samantha volvió a adentrase en ellos y emprendió la carrera hasta el muro, introduciendo la punta del pie en una grieta de la argamasa a media altura y utilizándola para encaramarse a la angosta y bien acabada parte superior de la piedra.

Cuando actuaba como ladrona, en realidad prefería desconectar las alarmas de la verja y entrar a pie, pero daba la casualidad que estaba al corriente de que aquellas puertas estaban surcadas de cables que recorrían las tuberías enterradas que llegaban hasta la casa del guarda en la parte norte de la propiedad de Devonshire. Para desactivar las verjas tendría que desconectar la luz de toda la casa, lo cual apagaría las alarmas en batería del perímetro.

Se dejó caer al césped del jardín interior con una leve sonrisa en los labios.

—No está mal —murmuró para sí. A continuación tenía que sortear los detectores de movimiento y los grabadores digitales de vídeo, además de media docena de guardas de seguridad que patrullaban el área en torno a la casa. Afortunadamente, esa noche soplaba una notable brisa, de modo que los detectores de movimiento estarían sobrecargados y los guardas hartos de controlarlos y reajustarlos. Siempre era mejor entrar en una propiedad en una noche ventosa, aunque enero en el centro de Inglaterra venía a significar que la temperatura ambiental descendería y se tornaría glacial.

Sacando del bolsillo un par de tijeras de podar, que hacían las veces de corta cables, cercenó la enorme rama, cuajada de hojas, de un olmo. La recogió y se dirigió a lo largo del muro hacia la cámara más próxima de las que había repartidas a intervalos regulares por el perímetro. Tal vez su solución al problema que planteaban las cámaras digitales fuera simplista, pero Dios, por experiencia sabía que algunas veces la tecnología menos complicada era el mejor modo de vencer los sistemas más complejos. Además, ya podía ver el titular:

CHICA CON UNA RAMA VENCE EL SISTEMA DE ALARMA MÁS SOFISTICADO.

Meneó la rama frente a la cámara, armando gran estruendo, y esperó unos segundos antes de hacerlo de nuevo. Acoplando el balanceo al ritmo del viento, golpeó contra el lateral y las lentes unas cuantas veces más, luego tiró y golpeó fuertemente la carcasa con la parte más gruesa de la rama. La cámara osciló hacia un lado, proporcionándole a quienquiera que estuviera observando una magnífica vista de una chimenea del ala oeste. Tras unas cuantas sacudidas más, arrojó la rama por el muro exterior y se dirigió hacia la casa.

A buen seguro que no tardaría en salir alguien de la casa para reposicionar la cámara, aunque ella estaría dentro para entonces. Salir de un sitio era muchísimo más fácil que entrar. Samantha tomó aire y se encaminó a lo largo de la base de la casa hasta alcanzar el muro levemente rebordeado que marcaba la cocina. Enhorabuena a quienquiera que fuera el aristócrata que, quinientos años antes, había decidido que la cocina era demasiado peligrosa para estar integrada en su totalidad dentro de la casa principal.

No bajes la vista - S.EDonde viven las historias. Descúbrelo ahora