Sábado, 3:45 p.m.
—¿Está en casa? —preguntó sin preámbulos cuando Reinaldo salió a su encuentro ante la puerta principal.
—La señorita Sam llegó hace unos minutos. Creo que iba a cambiarse y a nadar.
Asintiendo, Rick se aflojó la corbata y se dirigió hacia las escaleras.
—Encárgate de que Hans prepare media docena de bistecs. Esta noche hago una barbacoa para los Donner. Llegarán a las seis.
—Muy bien. Hans está elaborando una tarta de crema estilo Boston para el postre. ¿Le... ?
—Espléndido —le interrumpió Rick, considerando por un instante si cancelar la cena en favor de otra noche de sexo como postre. Pero cambió de idea casi al instante; no iba a esperar tanto.
Delante de la puerta del dormitorio pasó a modo silencioso, quitándose los zapatos y empujando poco a poco la manija hasta que se abrió. Tenían otras cosas de qué ocuparse, y Walter seguía en prisión, pero, maldición, aquello no cambiaba un hecho inevitable: era un hombre que deseaba follar. Dios, se había llevado incluso los documento de Kunz y de la inmobiliaria Paradise en lugar de quedarse en el despacho de Tom para echarles allí un vistazo, a pesar del riesgo de que los encontrara Samantha.
La divisó de inmediato, una mano sobre el respaldo del sillón azul marino mientras se ponía las zapatillas. Llevaba un biquini rojo, y a Rick se le secó la boca. Samantha era una mujer delgada, pero con curvas en los lugares adecuados, y unos músculos bien tonificados se flexionaban bajo su suave piel.
Moviéndose deprisa, bajó de un salto los dos escalones alfombrados y la asió por la cintura, lanzándolos a ambos sobre los blandos almohadones del sofá. Ella chilló, propinándole un fuerte codazo en las costillas antes de darse cuenta de quién era.
—Maldita sea, Rick, me has dado un susto de muerte —protestó, retorciéndose debajo de él hasta que se puso de espaldas.
—Un punto a mi favor —respondió, agachando la cabeza para besarla.
Ella le devolvió el beso, tirando suavemente de su labio inferior. Mmm, qué vida tan estupenda. Su corbata cayó al suelo, seguida de su chaqueta.
—Imagino que tu reunión fue bien —musitó, alargando la mano entre ambos para desabrocharle la camisa—. Ya eres el rey mundial de los artículos de fontanería, ¿no?
—Claro.
—Genial. Quizá me expanda en el sector de la seguridad y de las instalaciones de fontanería.
—Oh. Y dime, ¿por qué Leedmont dijo que debería darte las gracias?
Samantha alzó la vista hacia él, sonriendo de oreja a oreja.
—Porque me pidió opinión sobre ti, y le dije lo triste y sabiondo que eres y lo mucho que siempre has deseado poseer tu propia compañía de artículos de fontanería.
—Entiendo. —No sabía si tomarla o no en serio. Pero fuera lo que fuese lo que le había dicho a Leedmont, el hombre se había avenido a razones.
Ella se rió.
—Me debes todo este trato a mí, guapetón.
—Cierra el pico —murmuró, besándola de nuevo.
Ella le arrancó dos botones de los puños de la manga cuando le quitó la camisa.
—Uf. ¿Puedo al menos decirte que has hecho una contribución a SPERM?
Aquello captó su atención. Se detuvo a medio desatarle la parte de arriba del biquini.
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No bajes la vista - S.E
RomanceSamantha Jellicoe ha decidido dejar su vida delictiva y montar una agencia de seguridad. ¡Quién mejor para proteger a sus clientes que una ex ladrona de guante blanco! Richard Addison, el atractivo millonario con el que ahora comparte su vida y su c...