Domingo, 11:48 p.m.
Richard estaba ante la ventana de la biblioteca, con la mirada bajada hacia el iluminado camino de entrada mientras el Bentley ascendía. Se quedó donde estaba, bebiendo coñac, mientras Samantha se apeaba del coche y subía animadamente los llanos escalones de mármol, perdiéndose de vista a medida que se acercaba a la puerta principal.
Había dicho que tenía que tratar con un cliente y que llegaría a casa a medianoche. Había llegado doce minutos tarde. Quienquiera que fuera el cliente, al parecer mantenía un intempestivo horario de oficina. Rick esbozó una lenta sonrisa. La última vez que se había reunido con un cliente, había llegado a casa y le había atado para practicar un sexo increíble capaz de romper una silla. No era que le agradase que estuviera aburrida y frustrada, pero parecía ser su deber ayudarla a superar esas cosas. Y el día que había pasado coordinando reuniones y renovando ofertas no había sido precisamente emocionante.
Tras llenar de nuevo su copa, se dirigió al pasillo y bajó la escalera principal, encontrándose con ella en el segundo descansillo.
—¿Qué tal ha ido? —preguntó, ofreciéndole un trago.
Ella tomó la copa y tomó un sorbo.
—Aburrido. Siento haberme perdido la cena. ¿Me habéis guardado algo, chicos?
—¿«Chicos»? —repitió—. Imagino que te refieres a Hans y a mí.
—Sois mis chicos —convino, dejando la copa sobre el pasamanos e internándose en el círculo de sus brazos para un largo y profundo beso—. Sabes a chocolate y a coñac —murmuró, frotando la cara contra su pecho.
—Pastel de chocolate. A Hans le afectó mucho que no estuvieras aquí para probarlo recién salido del horno. Y sí, también te hemos guardado carne asada. —Sus brazos la rodearon con lentitud por la cintura, bajando el rostro hasta su ondulado cabello caoba. El paraíso. Pero al mismo tiempo no daba la sensación de que fuera a ser una noche de sexo salvaje—. Vamos arriba —murmuró—. He cogido prestado el bote de la nata montada.
—Mmm, eso engorda mucho.
Aquélla no era la respuesta que Rick esperaba. La erección que había estado fomentando desde que ella había llegado se atenuó un poco.
—¿Te encuentras bien?
—Estoy bien. Me he traído algunos formularios para echarles un vistazo. Puedo hacerlo mientras me tomo esa carne asada.
Se zafó suavemente de sus brazos, volvió a coger el coñac y se dispuso a bajar de nuevo. Rick estudió su relajado y grácil descenso durante un instante mientras apoyaba los codos sobre la barandilla. No parecía una ex ladrona que se había estado ocupando de frustrantes tareas mundanas durante toda la tarde y que necesitara descargar algo de adrenalina.
—¿Con quién te reuniste? —preguntó.
Samantha le lanzó una mirada por encima del hombro.
—Con nadie que conozcas. No creo que sea un trabajo. En realidad, es más un ensayo. Subiré dentro de un ratito. —Con eso desapareció en dirección a la cocina.
Richard ya conocía su rutina. Cuando estaba aburrida y frustrada, quería desahogarse... generalmente con él, desnudo. La mujer que acababa de entrar en la cocina para comer carne asada se mostraba relajada y soñolienta. Ya había tenido su dosis de adrenalina de la noche.
Atormentado por la preocupación, Rick la siguió. Hans se había acostado ya, pero había dejado un plato cubierto en el horno con unas instrucciones. Detalladas. Resultaba obvio que también el chef conocía muy bien a Samantha.
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No bajes la vista - S.E
RomanceSamantha Jellicoe ha decidido dejar su vida delictiva y montar una agencia de seguridad. ¡Quién mejor para proteger a sus clientes que una ex ladrona de guante blanco! Richard Addison, el atractivo millonario con el que ahora comparte su vida y su c...