Viernes, 7:17 p.m.
Alas siete de la tarde, Richard tenía la sensación de tener el contrato bien atado. Estaba más cerca de lo que le gustaba de concluir las cosas, pero incluso si Leedmont tenía previsto alguna clase de ataque preventivo, seguiría estando preparado. Dejó a Tom terminando unas llamadas telefónicas y se dirigió al otro lado de la calle para recoger a Samantha y ver qué lugar había escogido para la cena.
Las oficinas que compartían la tercera planta parecían haberse vaciado durante ese día, pero cuando probó con la puerta de Jellicoe Security, el pomo giró y ésta se abrió.
—¿Samantha? —llamó.
—En mi despacho —llegó su voz desde el fondo.
—Deberías cerrar la puerta con llave cuando estés tú sola —dijo, todavía impactado por aquel abrazo que ella le había dado en el embarcadero, aunque la pelea con Al Sandretti, fuera quien fuese el tipo, había estado a punto de borrar tal abrazo de su cabeza.
—Una puerta cerrada ni siquiera retrasaría a la mayoría de gente que conozco —respondió, reuniéndose con él en recepción—. ¿Tienes hambre?
Sam tenía un bonito moratón en la frente, que él acarició con los dedos.
—Estoy famélico.
Samantha sonrió ampliamente, asiéndose a su brazo.
—Bueno, ¿vamos a casa a cambiarnos o escojo un lugar que vaya acorde con nuestro atuendo?
Ambos llevaban pantalones vaqueros y camisa, y en mitad de la temporada de invierno en Palm Beach, eso significaba que sus posibilidades eran irremediablemente limitadas.
—Eso depende de qué te apetezca comer.
—Si te digo lo que me apetece, jamás lograríamos salir de la oficina —respondió, riendo—. Pero ¿qué te parece un mexicano?
—Confiaré en ti.
No pudo evitar sobarla en el ascensor. Si hubieran descendido más de tres plantas, la hubiera despojado de los pantalones. Sam podría investigar cuanto quisiera, pero cuanto más peligro corría, cuanto más coqueteaba con otros hombres para conseguir información, más le gustaba recordarle lo que le aguardaba en casa.
—¿Estás muy caliente, eh? —bromeó, empujándole fuera del ascensor cuando llegaron al vestíbulo.
Saludando sosegadamente con la cabeza al conserje, cruzó primero la puerta lateral hacia el aparcamiento. Patricia habría tachado de indigna tal exhibición. Para ella las apariencias lo eran todo. La preocupación de Samantha era reconocer que él le gustaba demasiado y que, en cierto modo, eso la atraparía, le impediría ser la persona que habían hecho de ella. Había relajado sus defensas en los últimos meses, y Rick no estaba dispuesto a rendirse hasta que Sam se diera cuenta de que él era una ventaja en vez de un impedimento. No cuando la alternativa supondría perderla.
—¿Qué pasa con el SLR? —preguntó Samantha, sentándose al volante del Bentley.
Gracias a Dios que a Walter se le daba mejor que a ella cuidar de un automóvil prestado.
Él dio la vuelta para subirse a su lado.
—Lo recogeremos luego.
—¡Qué romántico eres! No puedes pasar un minuto sin mí.
—Calla y conduce.
Sam siguió de buen humor durante toda la cena, incluso después de recomendar alguna especie de salsa de tomate y pimiento tan picante que casi le arrancó a Rick el cielo del paladar. Al parecer se trataba de humor americano, pero a él no le importó. Le gustaba oírla reír. No lo había hecho mucho desde que habían vuelto a Florida.
ESTÁS LEYENDO
No bajes la vista - S.E
RomanceSamantha Jellicoe ha decidido dejar su vida delictiva y montar una agencia de seguridad. ¡Quién mejor para proteger a sus clientes que una ex ladrona de guante blanco! Richard Addison, el atractivo millonario con el que ahora comparte su vida y su c...