Capitulo 7

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Domingo, 8:40 a.m.

Richard introdujo un dedo en su boca para chupar el sirope de frambuesa.

—Y deja de cambiar de tema.

—No estoy cambiando nada. Eres tú quien tiene que volar a Londres.

«¡A la mierda con eso!»

—Ya he dispuesto el traslado de Leedmont y de su junta directiva a Palm Beach. Puedo comprar Kingdom Fittings con la misma facilidad aquí que en Londres.

—Ri...

—Así que, volvamos a lo que decía. No me vengas con que no te molesta que Castillo haya venido a hacerte algunas preguntas —la interrumpió—. A mí sí que me molesta.

Samantha parecía querer arrojarle la Coca Cola Light a la cara, pero en vez de eso apretó el tenedor con los dedos y se llevó otro bocado de tostada francesa a la boca.

—Y veintidós horas después sigue dale que te pego con lo mismo —farfulló con la boca llena.

—Sólo porque tú sigues sin responderme.

—¿Cuántas veces tengo que repetirte que ya soy mayorcita, Addison? Ayuda a tu ex. Haz una buena obra. Ve a Londres a tu reunión, o negocia aquí. Te avisaré si necesito ayuda con las amables preguntas del poli. —Le miró, agitando las pestañas—. A menos que Patricia y tú estéis planeando volver juntos o algo así. ¿Has elegido la porcelana?

—No seas tonta.

—Eh, que fuiste tú quien te casaste con ella. No yo.

Sí, así había sido. Y una vez amó a Patricia, aunque tal hecho tendía ahora a horrorizarle. Hoy en día podía ridiculizar la afición de Patricia por la ropa bonita, las uñas perfectas y por relacionarse con gente adecuada, pero esas mismas cualidades habían hecho de ella la elección perfecta como esposa... sobre todo para un hombre que se movía en círculos donde la arrogante fe en la perfección era tan común como los diamantes y las cuentas bancarias sobrecargadas.

—¿Rick?

Él salió de sus cavilaciones.

—¿Mmm? Discúlpame. Me has hecho recordar.

—Bromeaba con lo de Patricia, ya lo sabes.

Por supuesto que sabía que Samantha se preocupaba por él; no se hubiera quedado de no ser así. Jamás diría que le necesitaba, porque en algún momento de su vida había decidido que necesitar era equivalente a debilidad, y en su mundo sólo sobrevivían quienes eran autosuficientes. Pero al fin había sido capaz de reconocer que realmente quería tenerle cerca, y para alguien con su duro exterior, eso era algo valioso.

—Sé que estabas de broma. Pero yo no. Dije que la ayudaría, y le echaré un ojo. Nada más.

—Tal vez debieras decírselo a ella. Después de todo, ya en una ocasión halló el modo de meterse en tus pantalones.

—¡Qué bonito! —Tendió el brazo sobre la mesa y le tomó la mano con tenedor y todo—. No voy a marcharme de Palm Beach hasta saber que todo va bien con Castillo y contigo, y con todo este asunto de Kunz.

—Ya lo suponía. —Hizo una mueca, soltando su mano—. No pienso cruzarme de brazos a esperar que las cosas se calmen. Kunz me pidió ayuda, tanto si sabía algo concreto como si no. Le fallé.

—Sam...

—Lo hice. Y me fallé a mí misma. Joder, me refiero a que Kunz hubiera sido mi primer cliente de verdad. En cierto modo, todavía lo es.

No bajes la vista - S.EDonde viven las historias. Descúbrelo ahora