Sábado, 10:15 a.m.
Patricia Addison–Wallis se colocó las gafas de sol y se hundió en el asiento del conductor de su Lexus negro de alquiler mientras un nuevo modelo de Bentley Continental GT pasaba a toda velocidad por Ocean Boulevard. No cabía duda de que a Jellicoe le traía sin cuidado la ley. Pero Patricia ya sabía eso de la puta ladrona. Consideró el seguirla, pero tenía mejores cosa de qué ocuparse. Se dirigirían a Solano Dorado, y ella tenía una cita en un spa dentro de cuarenta minutos. Si la cancelaba con menos de una hora de antelación, le cobrarían igualmente la sesión, y en esos momentos necesitaba economizar. Con un suspiro de irritación, Patricia se apartó del bordillo y se dirigió de nuevo hacia el norte, a lo largo del boulevard hacia el hotel Breakers.
Ver a Samantha Jellicoe con Richard resultaba espantoso. Una semana o dos deberían haber bastando para que él se sacase a la golfa de dentro, y, sin embargo, seguían juntos tres meses después. Por el amor de Dios, prácticamente se le caía la baba por ella. Siempre le había considerado terrible y absolutamente inflexible y, sin embargo, ahí estaba él, sentado en el asiento del pasajero mientras que esa maldita mujer conducía su precioso Bentley.
Pensaban que no tenía conocimiento de lo que había estado tramando Peter, robando obras de arte de esta y aquella propiedad de Richard por toda Europa. Bueno, puede que no estuviera al tanto entonces, pero se había enterado de algunas cosas, sobre todo después del arresto. Peter se había encargado de que alguien contratase a Jellicoe para perpetrar un robo. Durante semanas había buscado el modo de demostrarlo sin contar con la palabra de Peter y conseguir que arrestaran a la zorra, pero no había sacado nada en claro.
Patricia se miró en el espejo retrovisor cuando se detuvo en una señal de tráfico. Lo malo de Florida, aun en invierno, era que el brillante sol hacía que se le formasen arrugas en los rabillos de los ojos. Menos mal que el hotel contaba con un spa. Sobre todo con la cena que tenía esa misma noche. Más cuando Daniel seguía empeñado en asistir, aun a pesar de la muerte de su padre. Era por caridad, después de todo, y uno de los predilectos de Charles.
Menuda suerte que Daniel hubiera estado al fondo de la habitación cuando tropezó con Richard y Jellicoe en el club Everglades. Richard hubiera estado menos dispuesto a ayudarla si supiera que se veía con alguien. Patricia sonrió. No es que no fuera a dejar a Daniel en el caso de que Richard volviera a fijarse en ella una vez más.
Al fin y al cabo, era humana. Había sucumbido a un momento de debilidad y caído en brazos de otro hombre. Sucedía en ocasiones... y con el estilo de vida de Richard y ella, había tenido demasiadas tentaciones. Se había disculpado repetidamente, ofrecido a ver a un consejero matrimonial, pero él no había querido saber nada de eso. De modo que había hecho lo necesario para demostrar que no iba acostándose con hombres como norma general. Se había casado con Peter Wallis. En cuanto al matrimonio, bueno, Peter había estado más obsesionado con Richard que ella.
De modo que ahora estaba sin marido, apenas tenía dinero y solamente contaba con un novio y un plan en ciernes... y su ex marido seguía siendo el hombre más rico, guapo y encantador sobre la faz de la tierra. Y allí estaba Sam Jellicoe, conduciendo su Bentley nuevecito, durmiendo en una mansión de treinta habitaciones, compartiendo la cama con su ex esposo y, al parecer, capaz de vivir la vida tan al margen de la legalidad como le placía.
Sam. Que nombre más estúpido, masculino y poco favorecedor. Pero, a pesar del nombre, la tipeja tenía a Richard. A juzgar por lo que Patricia había podido determinar, se habían conocido la noche de la explosión en Solano Dorado, cuando ella había ido a robarle. ¿Acaso aquello era lo que ahora le excitaba? ¡Cielos! Debía de haber sido una crisis prematura de los cuarenta, ya que sólo tenía treinta y cuatro. Bueno, si lo que le excitaba a Richard era el poco respeto que Samantha tenía por las convenciones legales, entonces podría jugar al mismo juego. Se pasó la lengua por el carmín de larga duración color rubí mientras se le aceleraba el corazón. También ella se excitaba con sólo pensar en eso, y en Richard.
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No bajes la vista - S.E
RomanceSamantha Jellicoe ha decidido dejar su vida delictiva y montar una agencia de seguridad. ¡Quién mejor para proteger a sus clientes que una ex ladrona de guante blanco! Richard Addison, el atractivo millonario con el que ahora comparte su vida y su c...