Lunes, 8:13 a.m.
—Deja que me aclare —dijo Tom, cerrando de golpe un libro de leyes y sin hacer esfuerzo alguno por ocultar su enfado—. ¿Ahora no quieres que Walter Barstone salga de la cárcel?
Después de la discusión que habían mantenido Tom y él por ese mismo tema, Richard decidió dejar que Samantha se encargara de hablar. Tomó asiento en uno de los cómodos sillones de oficina para clientes y se cruzó de brazos.
—Correcto —dijo, deseando obviamente pelear y dispuesta a hacerlo con Tom.
Rick podía comprenderlo; Stoney era su familia, y para garantizarle a Laurie que la policía tenía otro sospechoso aparte de su hermano, el plan implicaba dejar su rescate pendiente. Habían discutido las alternativas durante gran parte de la tarde anterior, y fueran cuales fuesen sus sentimientos personales hacia Walter, había realizado un sincero esfuerzo para dar con un modo de sortear aquello por el bien de Samantha. Finalmente había sido ella quien hablara y admitiera que Stoney debía seguir en la cárcel.
—Mierda. —El abogado se volvió contra Richard—. ¿Tú estás de acuerdo con esto?
—Es decisión de Samantha —respondió, manteniendo un tono de voz sereno. Uno de ellos debía mantener la calma.
—¿Después de todas las llamadas que he hecho y de todos los favores que he pedido, ahora no vais a hacer nada?
—Eso es lo que he dicho —replicó Samantha.
Se escuchó una llamada en la puerta más próxima del despacho, y Bill Rhodes asomó la cabeza.
—Siento llegar tarde. Estaba reuniendo algo más de información. Repasémoslo todo; tenemos que estar en el tribunal en menos de una hora.
—No vamos a acudir al tribunal —espetó Tom, disponiéndose a levantarse y dejándose caer de nuevo en el sillón.
Rhodes terminó de entrar y cerró la puerta a sus espaldas.
—¿Qué?
—Adelante, Jellicoe, cuéntaselo.
—No es culpa suya, Tom —medió finalmente Rick—. Soy yo quien te pidió que llevaras el seguimiento de esto.
—Es cierto, fuiste tú. Viniste a mi casa y me ordenaste que sacara a este tipo de la cárcel.
Samantha se giró en la silla y le miró. Richard le sostuvo la mirada, pero no dijo nada. Si lo había hecho, había sido por ella, pero en aquel momento carecía de importancia... y ambos lo sabían.
—Os dais cuenta de que es probable que pueda ponerle de nuevo en la calle con una fianza mínima —prosiguió Rhodes, apoyando la nalga en el borde del aparador de Tom—. Su último arresto fue hace veinte años, y lleva tres residiendo en Florida.
—Sé todo eso —respondió Samantha, la irritación y la impaciencia reflejándose en su voz.
—Entonces, ¿qué... ?
—Simplemente, no hagáis nada, ¿de acuerdo? —barbotó—. Tiene un abogado de oficio, ¿no?
—Sí, pero yo no confiaría en que un abogado defensor sobrecargado de trabajo sea capaz de...
—No pasa nada. Dejad que sea su abogado quien se preocupe por ello.
Ambos letrados se volvieron hacia Richard.
—No lo comprendo, Richard —dijo Rhodes.
—Es complicado. Todavía podría necesitar tu ayuda, pero no hoy.
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No bajes la vista - S.E
RomansaSamantha Jellicoe ha decidido dejar su vida delictiva y montar una agencia de seguridad. ¡Quién mejor para proteger a sus clientes que una ex ladrona de guante blanco! Richard Addison, el atractivo millonario con el que ahora comparte su vida y su c...