Capitulo 12

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Jueves, 2:21 p.m.

Samantha odiaba los funerales. En toda su vida había asistido tan sólo a tres: uno, el de la madre de Stoney; otro, por un viejo colega de su padre que se había retirado a un país sin ley de extradición y el tercero por su propio padre, aunque aquél no había sido más que un brevísimo oficio justo fuera de la prisión donde cumplía condena, y ella había estado observado con unos prismáticos desde una colina próxima mientras algunos agentes del FBI y el capellán de la prisión formaban un círculo y cuatro prisioneros cavaban el hoyo y metían dentro el ataúd.

Éste era diferente de los otros, pero igual al mismo tiempo. Había más de doscientos dolientes de pie bajo una carpa blanca con doseles o sentados en sillas blancas de madera, acompañados por ramos y coronas por valor de varios miles de dólares, y ataviados con trajes y vestidos por un valor de varios millones de dólares. Pero al igual que en los otros, todo estaba demasiado en silencio, y alguien como ella, que confiaba en saber qué decir y con quién hablar, se había quedado sin palabras.

—¿Te encuentras bien? —susurró Rick, rodeándola con el brazo.

Por una vez no le importó el contacto restrictivo. Lo agradeció, de hecho, y se apretó contra su pecho.

—Sí. Es decir, apenas lo conocía.

—Seguro que lo conocías mejor que algunos de sus amigos —respondió con el mismo tono de voz quedo, señalando con la cabeza el grupo disperso de ancianos caballeros sentados a un extremo del féretro. A juzgar por lo que le había contado Aubrey, probablemente se trataba de los compañeros de póquer de Kunz.

La policía mantenía a la prensa a una distancia respetuosa, pero en medio del sigiloso murmullo podía escuchar el click de los obturadores. Una vez más, no le importó. Aunque reconoció a gran cantidad de los asistentes, algunos le eran desconocidos. Y lo más probable era que los rostros y nombres de al menos algunos de ellos aparecerían en los periódicos locales del día siguiente. En ese momento todos eran sospechosos, y Sam deseaba saberlo todo de ellos.

—Laurie no tiene buen aspecto —comentó Rick, cuando el grupo central de asistentes desembarcaron de sus limusinas y se dirigieron hasta el lugar por entre las elegantes lápidas y mausoleos desperdigados.

—El negro no le sienta bien —convino Sam, observando a los hermanos Kunz aproximarse cogidos del brazo.

—Eso es un pelín sarcástico, ¿no te parece?

—Ni siquiera tiene la nariz enrojecida. ¿Cómo sabes que ha tenido mejor aspecto en otras ocasiones?

El se encogió de hombros a su lado.

—En realidad, lo ignoro. Supongo que no es más que algo que se dice en los funerales.

Sam volvió la cabeza para alzar la vista hacia él.

—Hablo en serio. ¿Te parece alguien que ha perdido a un padre, cuando al parecer estaban tan unidos que vivían en la misma casa? Ayer fue la primera vez que la vi.

—Qué se yo, Samantha —le respondió en un susurro—. Y es una casa grande. Compartirla con un miembro de la familia no significa necesariamente que estuvieran unidos.

—Lo dices por experiencia, ¿no?

—Shhh. Podemos hurgar en mi armario personal en otro momento. Pero ya te lo he dicho, Charles adoraba a sus dos hijos.

—Claro. Lo que pasa es que no lo parece al verlos. —Escudriñó de nuevo el creciente gentío, tratando de no detenerse en el ataúd que estaba siendo cuidadosamente colocado en el mecanismo de bajada—. Algo he pasado por alto —gruñó—. Sé que es así, y no tengo idea de qué.

No bajes la vista - S.EDonde viven las historias. Descúbrelo ahora