El despertar de los caídos

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ACTO V -La persecución- 

-¿No va a decirme nada?-preguntó Luca. Hacía quince minutos había revelado la verdad a aquel muchacho, y éste no había dicho una sola palabra. Damián estaba anonadado. ¿Qué pretendía este sujeto? ¿Qué abandonara toda la vida que había conocido hasta ese momento por una causa bíblica? Todo aquello le sonaba a ciencia ficción. Pero… entonces… ¿cómo explicar esas bestias, esos perros enormes que huyeron despavoridos cuándo este tipo los roció con esa agua bendita? O lo que era peor aún… ¿cómo explicar esta sensación que llevaba dentro de él, que lo conducía inconscientemente a proteger a ese cura? Él no lo comprendía del todo… así que solo se limitó a mirarlo de reojo, diciéndole: 

- Padre… ¿qué quiere que le diga? Déjeme digerir esto… por lo pronto… lo acompañaré a la estación de policía, así que…-y sin más tomó el teléfono celular del bolsillo de su ambo, y marcó un número con la velocidad de la luz: -Hola, habla el Doctor Tarelli, comunícame con el Doctor Manfredi.-Luca sonrió, supo vislumbrar las intenciones del joven médico.:-Nicola… tendrás que hacerme un favor, mira, me ha surgido un problema… ¿podrías cubrirme la guardia? Ok… Ok… Bien… gracias.- Cerró aquel aparato. Luca seguía sonriendo. Damián se dio cuenta:-¿Qué? No se haga ideas, ¿eh?- Llegaron a la estación de policía. El edificio era viejo. Luca ingresó casi al trote. Damián miró hacia ambos lados antes de entrar. Algo lo tenía intranquilo hacía ya algunas cuadras… quizás era su imaginación… pero hubiese jurado que alguien los estaba siguiendo. Apenas hubieron cruzado la puerta, se oyó el motor de una moto, que se aproximaba sigilosamente. Se estacionó no muy lejos de la estación. Su casco no dejaba ver el rostro del conductor. Era de contextura robusta, llevaba puesto un traje de cuero rojo, con líneas negras a los costados. Respiraba en forma jadeante, y de su cuerpo emanaba un humeante hedor a azufre y carne calcinada. Luca salió de aquel lugar casi pateando la puerta. 

-¡No puede ser!- 

-¿No tiene idea a dónde pudo haberse ido?-preguntó Damián. La muchacha había escapado hacía doce horas, y aún no la habían encontrado. Luca se sumió en sus pensamientos. Luego, volvió a optar por violentarse, esta vez contra la baranda de aquella escalera. El policía que estaba haciendo guardia en la puerta comenzaba a observarlo inquieto. Damián se dio cuenta de esto: 

-Cálmese, padre…-le pidió casi en un susurro. 

-Así nunca podré reunirlos… y falta tan poco para el enfrentamiento…-Luego miró fijo a los ojos al doctor:-¿Puede llevarme a la Parroquia de Santa Isabel?- 

-Está bien. Pero primero pasemos por el hospital. Necesito cambiarme.- 
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-¿Qué hay en Santa Isabel?-preguntó Damián, se había quitado sus ropas de trabajo y ayudaba a cargar el equipaje de Luca. 

-Allí es donde debo reunirlos a todos. Se encuentran los sacerdotes de la orden de los exorcistas. Verdaderos maestros que me ayudarán a despertarlos y entrenarlos…- Ni bien hubo terminado de decir esto, ambos sintieron un olor a azufre y a carne calcinada, voltearon lentamente, para verlo allí. Aquel hombre de rojo sobre la moto, los observaba desde un extremo de la calle. De su cuerpo se veía emanar un humo espeso. Las pupilas de Luca se dilataron. Aquella sensación en su estómago era ahora soportable, pero las náuseas iban en aumento. 

-¿Quién es… él?-preguntó Damián. Algo muy dentro suyo le gritaba a todos sus sentidos que aquello representaba un horrible peligro. 

-La pregunta no es quién… sino qué…- dijo Luca. Ni bien hubo terminado de decir estas palabras, ambos vieron como detrás de ese sujeto motorizado, aparecían seis más de iguales características. Y se oyó el rugir de las motos, amenazantes.

Entonces el joven cura lo supo:

-Es un caído.-sentenció, Damián lo miró horrorizado: 

-Padre…- 

-No estamos en condiciones de enfrentarlo…- continuó Luca. 

-¿Qué debemos hacer entonces?- 
-¿Usted corre rápido?-preguntó el cura sin pestañear, Damián abrió los ojos. 

-¿Cómo dijo?-pero ya no hubo tiempo, las motos se movían hacia ellos, seguidas de una estela de humo. 

-¡Corra!-gritó Luca. Y ya no tuvo que agregar más. Se metieron en un callejón en un abrir y cerrar de ojos, las motos ya casi los alcanzaban. Pero Damián conocía ese barrio. Entraron por la puerta de servicio de un almacén abandonada. Las motos tuvieron que rodear el recinto, pues la puerta era muy estrecha. 

-¿Hay alguna salida a la avenida principal? ¡Debemos llegar cuanto antes a Santa Isabel!-pidió Luca, mientras bajaban unas escaleras oxidadas hacia Dios sabe dónde.

 -¡Padre! ¡Primero debemos deshacernos de esos monstruos!- 
-¡La única manera es llegar a Santa Isabel!-gritó el sacerdote.
Damián se detuvo, volteó para mirarlo:-No podremos librarnos de él… usted no entiende… es uno de los cinco comandantes… su misión es destruirnos antes de que cumplamos con nuestro cometido. La única manera es llegar a nuestra fortaleza, y ese es el Templo de Santa Isabel.- Ambos respiraban jadeantes. Damián no dijo nada. Comenzó a subir las escaleras. -Gracias…-murmuró Luca, siguiéndolo. 

-Esto es un suicidio…-dijo casi en un susurro el joven médico. 

Salieron a la avenida, no había rastros de las motos. Pero el hedor a azufre quemado era demasiado fuerte como para pensar que se hubiesen rendido, y así fue. Por detrás del edificio del que recién habían salido, surgieron las siete motos, más rabiosas que nunca. Sus cuerpos reaccionaron por instinto, y se lanzaron a correr en medio de la avenida. De pronto irrumpió un auto azul descapotable, doblando velozmente en una calle, el cual casi mata a los fugitivos. En un zigzagueante recorrido, embistió con furia a tres motociclistas, dobló en un chillido agudo y retomó su camino hacia Luca y Damián. Pasó a centímetros de ambos, y terminó incrustándose contra un poste en la acera. Las motos frenaron solo por un segundo. Del auto salió una chica rubia, delgada, de esbelta figura, que llevaba un vestido negro corto, ajustado. Embravecida cerró la puerta en un estruendo, y gritando palabras incomprensibles, se alejó. El ángel caído dirigió su mirada oscura hacia el conductor. Y entonces lo reconoció. Con un gesto de su mano, indicó a todas las motos que reanudaran la persecución. Mientras sonreía complacido por el descubrimiento reciente. Luca no lo pensó dos veces cuando vio acercarse a esos demonios. Se montó sin previo aviso en el auto azul de aquel desconocido, viendo en esa situación la mano providente del Creador. El doctor lo secundó sin chistar. El muchacho que conducía el auto tenía un aspecto desastroso, olía a alcohol y sus ropas, aunque elegantes, no estaban en orden. Tenía el cabello rubio y alborotado, y sus ojos eran de un verde profundo. Apenas notó la presencia de sus nuevos invitados, que no habían sido invitados… al menos no por él… se sintió algo molesto: 

-¡Hey!-les gritó, y Luca tuvo que cubrirse la nariz, pues aquello había olido a mil licorerías juntas:-¿Qué quieren con mi auto?- Y fue cuando un disparo se incrustó en el paragolpes trasero. 

-¡Arranca! ¡Luego hablamos!-le ordenó Luca. 

-Ni que lo diga curita…-murmuró el muchacho, pisando el acelerador, en medio de una lluvia de disparos. 

EL DESPERTAR DE LOS CAÍDOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora