El despertar de los caídos

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ACTO VI -La Fortaleza de los Ángeles- 

El automóvil azul zigzagueaba sin ton ni son. El conductor parecía ser que en forma avezada iba esquivando los disparos que propinaban aquellos sujetos motorizados… pero la realidad era otra. 

-No sé para que dibujan líneas en las calles si la gente no puede verlas… además no son derechas… dan muchas curvas.-comentaba casi en lenguaje incomprensible el muchacho que estaba al volante. 

-No es que dan curvas ¡eres tú el que no las ves!-le gritaba el cura, al tiempo que intentaba asirse a su asiento. 

-¡Hey! Mi nombre es Pablo, cura… -se molestó el conductor, girando hacia la izquierda en una avenida. 

-Pablo, por favor… llévenos a Santa Isabel.-pidió el sacerdote, las balas pasaban a uno y otro lado de los tres sujetos sobre el auto. 

-¿Quiénes son esos tipos? ¡HEY! DEJEN DE DISPARARLE A MI AUTO, MALDITA SEA!-vociferó Pablo, cuando una de las balas rompió el vidrio de la lámpara trasera. 

-No van a escucharte…-le dijo Luca:-Soy el Padre Luca, y el de atrás…- 

-¿Cuál? ¿el que está metido casi debajo de los sillones? ¡oye! ¡no vayas a orinarte!-le espetó el hombre alcoholizado, volteando para ver, y olvidándose completamente de la carretera. Tanto es así, que Luca tuvo que tomar el volante por un segundo. Bueno, era eso o terminar debajo de un acoplado de cinco ejes… 

-¡¿Quieres tomar el volante?!-le gritó rojo como un tomate. El conductor volvió a su sitio de mal humor. Luca no podía creer lo que estaba presenciando, y los disparos que no paraban de llover. 

-¡Oye tú! ¡El de atrás!-exclamó Pablo, Damián le espetó al borde de la ira: 

-¡Soy el doctor Damián Tarelli para ti!- 

-Sí, bueno, lo que sea. Debajo del asiento tengo un arma. Un calibre veintidós. ¿Sabes usarla?-le dijo Pablo. Luca abrió los ojos. 

-¿Un arma?-preguntó asombrado. 

-Sí, soy policía.- El silencio que se hizo luego de este comentario fue solo comparable al que hay en un sepulcro:-¡Tómela y defiéndanos un poco de esas cosas!- El doctor lo hizo sin refutar nada. No podía creer que aquel sujeto tan desagradable era un defensor de la ley. Pero no había tiempo para meditar en eso, se acomodó en el asiento y apuntó por la ventana. Entonces el auto entró en la autopista. Luca embraveció. 

-¡¿Qué hacemos en la autopista?!- 

-¡Estamos huyendo de esas cosas Padre!, ¿qué película está mirando?-le gritó el policía ebrio. 

-¡Yo quería ir a Santa Isabel!- 

-¡Pues esto no es un taxi! ¡Y tengo como prioridad mi vida antes que ir a misa!-exclamó el conductor, mientras zigzagueaba entre camiones, autos y buses. Los persecutores habían dejado de disparar, pero ahora se disponían a alcanzarlos en velocidad. -¿Qué rayos son esas cosas? ¿es humo lo que les sale del cuerpo?-dijo. Luca no podía creer la astucia del demonio. No estaba dejándolo llegar a la fortaleza de los ángeles. Entonces vio un resplandor que emanaba del cuello del policía. Era una cruz de plata, nuevamente Dios señaló con su dedo: “Es el tercero.” Luca sacudió la cabeza, se negaba a creer lo que acababa de escuchar. Pero sabía que debía confiar ciegamente. Así que dijo: 

-Su nombre es Azazael.- Pero no fue necesario que continuara, mientras trataba de lidiar con el tránsito pesado, huyendo de aquellas motos infernales, aquel policía habló, asombrando aún más a sus compañeros obligados de viaje: 

- El Ángel caído, un comandante de Lucifer, o Satanás, como se lo quiera llamar… tenía siete horribles cabezas de serpientes… y son siete motos… tiene sentido. Esos criminales deben practicar el satanismo…- Luca ya no tuvo dudas. Era él. 

-Sí, está muy bien lo que dices… con una pequeña observación… estos “criminales” son verdaderos demonios…- Pablo volteó para mirar a aquel cura a los ojos. De pronto la moto del líder se colocó a su par, quitándose el casco resopló humo oscuro en la nuca del joven policía. Entonces Pablo se volvió hacia él… el rostro de aquella bestia era espantoso… no tenía forma humana, sus ojos eran negros y hundidos… sobre la frente llevaba catorce cuernos pequeños, su boca deformada por llagas y el color de su piel era violáceo, como el de un cadáver. Pablo se asustó, y giró violentamente el volante evadiendo a aquel monstruo. 

-Ahora que nos entendemos…-se atrevió a decir Luca, viendo que el muchacho estaba horrorizado.:-Llévame a Santa Isabel. Es la única manera de librarnos de él.- 

-¡Ese monstruo era el demonio en vivo y en directo! ¡Esto es una insania!-exclamó Damián, ya exhausto con todo eso. Pablo tragó con dificultad, asintió en silencio, y se salió de la autopista ni bien avistó una salida. Cuando hubieron vuelto a las calles principales, se reanudó la lluvia de balas, esta vez se sumaba a todo eso, un séquito de patrullas policiales, que hacían sonar su sirena, y bailar sus luces. 

-Tarde.-evaluó el doctor Tarelli. 

-Sí, usted lo dijo, doc… ya es tarde… pero al menos hemos llegado a Santa Isabel.-anunció Luca, cuando pudo ver hacia el final de la avenida, como se alzaba imponente, el templo de la Santa. 
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Ni bien estacionaron a sus puertas, los motociclistas se alejaron dando media vuelta, y pasando entre unos patrulleros arrebatados por aquella inesperada acción. Las motos desaparecieron al cruzar la avenida. La respiración era agitada, la adrenalina continuaba corriendo por los cuerpos de aquellos tres sujetos que habían observado como su enemigo desistía a la persecución. 

-¿Qué…por qué?-preguntó entonces Pablo, sin entender el accionar de aquellos monstruos. Luca se volteó para admirar aquella construcción imponente. 

-¿Por qué?-repitió el sacerdote:-Pues… porque hemos llegado a la Fortaleza de los Ángeles.- 

EL DESPERTAR DE LOS CAÍDOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora