Capítulo 20"Quiero"

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Transcurrió una semana. Todo marchaba con normalidad. Pocos profesores me permitieron entregar algunos trabajos, pero ya no me importaba mucho. Podía decirse que las cosas iban por buen camino. Mantuve mis sentimientos y pensamientos en orden. No es que ahora estuviera saltando de alegría, pero al menos, no estaba encerrada, en la oscuridad de mi nueva habitación, durmiendo u observando el techo. Nada se salió de control en mí ni en lo demás. Y di gracias a los cielos por eso. Estaba indiferente. Si me decías que fuéramos a comer, a mí me daba igual, si me decías que viéramos una película, me valía madres. Creo que estar así es mejor que todos esos sentimientos bastardos que no sirven para nada.

Ezra y Sara, me ayudaron mucho en el departamento. Después de analizarlo bien, me di cuenta que había logrado un gran paso en mi vida. No puse excusas, ni me negué a que ellos estuvieran en mi espacio.

Normalmente, cuando mi humor era de perros, (casi siempre) odiaba que me hablaran, que me tocaran, cualquier cosa que hicieran hacia mi persona, lo detestaba. Con los chicos era igual, había días en que ni los quería ver ni en pintura, no quería saludarlos, Justin o Mike me molestaban, hacían bobadas para que me riera o les dijera que me pasaba, y yo solo quería asesinarlos. Pero esta vez fue diferente. No se me pasaba por la mente tener esa actitud arisca con Ezra y Sara.

Es verdad que la mayoría del tiempo estábamos los tres en silencio, al pintar las paredes u ordenando los utensilios de la cocina, pero no era un silencio incómodo. Me agradaba que no me presionaran, o que por todo quisieran sacar un tema de conversación. Los tres teníamos algo en común: hablábamos solo cuando fuera necesario.

La escuela y los chicos, eran un cero a la izquierda. Solo que ahora Hanna y Amanda, me sonreían al verme, y eso era raro, sumamente raro. No sabía cómo interpretar esa sonrisa y tampoco sabía si debía devolvérselas. El director me llamó uno de esos días a su oficina y me habló de mis tatuajes. Incitaban (según él), a la rebeldía. A lo cual mi respuesta fue que los adultos debían dejar que los jóvenes se expresaran (todos dicen eso). Casi me suspende por eso, pero me dio igual, otra vez.

No supe mucho de mi padre esos días, estaba de viaje de nuevo y lo vería cuando acabara la semana. También fue extraño que no me llamara miles de veces como acostumbraba hacer, pero tampoco le di importancia.

Un chico llamado Max, que estaba en mi clase de química, me llamó a aparte en el almuerzo. No había tenido alguna vez, conversaciones con él. Pero sabía su nombre porque a Amanda, se moría por él hace mucho tiempo. Y lo que este chico me dijo y propuso, no era lo que yo esperaba. Pensaba que era una persona callada y aplicada. Solo hablaba con los chicos del futbol, porque él también estaba en el equipo. Pero, como dicen, las apariencias engañan. Me dijo que me había prestado atención, que sabía que estaba deprimida y que él podía ayudarme. Se ofreció a venderme sustancias psicoactivas. No supe que responder, se supone que alguien, con principios morales claramente infundados, se negaría de inmediato. Pero yo lo pensé por unos minutos. No tenía que pensarlo, pero lo hice. Terminé la conversación diciéndole que no la necesitaba, aunque tampoco sabía si era verdad lo que decían mis labios, o solo estaba esquivando la situación. Me envió un mensaje al mi móvil (no tenía ni idea de cómo diantres y donde había conseguido mi número de teléfono), al alejarse unos metros de mí. Se leía que lo llamará cuando yo quisiera, que estaría a mi disposición. ¿Cómo demonios debía interpretar eso? No le dije nada a Sara, por supuesto. Ya podía ver en mi mente, su respiración pesada y su mirada de desaprobación.

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El fin de semana por fin llegó.

Estaba tumbada en el sofá perdiendo el tiempo de nuevo, viendo un documental. Mi móvil me advirtió de una llamada entrante. Era Ezra.

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