167

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En el verano después de GHVIP me ofrecieron un proyecto que llevaba tiempo persiguiéndome en sueños y al que yo también le tenía echado el ojo. Me propusieron publicar un libro a finales de año con algunas cositas que tenía escritas. No tenía una línea argumental de la forma tradicional que suelen tener las novelas, ni era un ensayo ni una autobiografía, si no una recopilación de pensamientos, poemas, vivencias e historias que llevaba acumulando en los cajones de las distintas casas que había tenido. La idea me llenaba de adrenalina y me aterraba a partes iguales pero consideré que llevaba el tiempo suficiente madurándola y que era el momento correcto. Si Gran Hermano me había servido para desnudarme completamente y tantas cosas bonitas me habían llegado como respuesta, ¿por qué no seguir en esa línea? ¿Por qué no llegar hasta el fondo? 

Así fue como a finales de octubre de ese mismo año me encontraba con la versión casi definitiva de la que iba a ser mi primera publicación: 167. Y digo casi definitiva porque mi editora me estaba llamando en esos momentos para meterme presión a la hora de decidir si incluir o no uno de los textos seleccionados. La decisión era mía, pero debía tomarla ya. Le pedí un par de horas más y colgué antes de escuchar su respuesta ¿Iba a hacer esto? ¿Iba por fin a mover ficha en esta partida de ajedrez que habíamos dejado aparcada hace meses antes siquiera de tocar el tablero? El poema, el texto, lo que sea, efectivamente era sobre ella. Y me temblaban las manos al pensar que todo el mundo podría leerlo. 

En el libro, en general, me exponía mucho. Hablaba de muchos temas y sentimientos que había empezado a expresar también en la casa de Guadalix  y a través de mis blogs. Escribía sobre recuerdos que tenía con mi madre, mi forma de ver la vida y la muerte, sobre mis ideas acerca del amor y las relaciones humanas. Era como si la niña que observaba durante horas un trocito de cielo desde su ventana hubiese cogido de la mano al que la leía y le hubiese mostrado cómo se veía el mundo desde ahí. Habían pasado muchos años y aquella niña había visto muchas cosas desde esa ventana y desde otras que se habían ido abriendo y cerrando según soplase el viento. Pero esa niña seguía en mí, seguía soñando que echaba a volar hacia ese cielo cambiante, seguía imaginando otras vistas que no podía vislumbrar desde allí, seguía pensando en cuántas almas estarían mirando ese mismo cuadradito de cielo y en qué pensarían, y seguía quedándose en blanco cuando necesitaba respirar y no pensar. Esa niña estaba dispuesta a abrirse en canal para intentar unir lazos con otras niñas que la necesitaban y la esperaban. La diferencia en este caso es que muchas de las cosas que contaba (sobre sus decepciones y aciertos, sobre sus reencuentros con la vida o sobre sus relaciones amorosas) formaban parte ya del pasado; habían supuesto un aprendizaje que ahora llevaba en sus ojos, en su sonrisa, en su piel y por las que estaba muy agradecida. Pero en cierta forma eran pasado, páginas ya escritas. Eli no, no podía serlo. ¿Cómo terminas algo que todavía no ha empezado? Eso es lo que me hacía dudar sobre ese texto en concreto: ¿estaba dispuesta a abrir mi yo actual hasta ese punto?

Lo había escrito una noche de agosto. Dormía abrazada a mi prima Deya cuando  me desperté sobresaltada. Estaba empapada en sudor y había soñado con Elettra. Más concretamente había soñado que nunca volvía a verla, y el calor asfixiante de Barcelona en esas fechas no me parecía nada en comparación con la sensación de asfixia que me invadió al pensar en esa posibilidad. Y cuando me quise dar cuenta mis lágrimas mojaban la almohada y dibujaban surcos en mi piel, surcos cuyo rastro solo tenía un destino posible, la confusión. La mía ante la reacción emocional que estaba teniendo y la de Deya al despertar y verme sollozando como una niña. "Así no puedes seguir Álex" Me dijo susurrando mientras me abrazaba a ella. Era como la hermana que nunca tuve y me conocía más de lo que en ocasiones me conocía a mi misma, por eso supe que tenía razón. Esa madrugada fue la gota que colmó el vaso, no podía seguir esperando sin hacer nada. Me rompía a ratos porque la situación que habíamos vivido era muy heavy y tres meses aislada me habían dejado algo descolocada. Andrés y yo habíamos tomado caminos separados, no había vuelto a conectar con nadie más en ese plano y mi cuerpo la llamaba a gritos cuando mi mente no encontraba la paz ante esta situación. 

Me levanté de la cama y empecé a dar vueltas por el salón de aquel piso que compartía con mi prima. Me estaba volviendo loca pero no me veía mandándole un mensaje, no ahora después de más de cuatro meses. Y entonces vi abierto en la terraza el cuaderno viejo en el que escribía de vez en cuando y recordé aquello que decía Elettra de que ella era más old school, que pasaba de tanta tecnología pudiendo demostrar las cosas cara a cara. Esto no iba a ser en persona, porque para entonces ya me había dado cuenta de que yo también estaba muerta de miedo, pero me pareció más apropiado en ese momento descargarlo todo sobre un folio que mandar un whatsapp. Quizás era más romántico, más íntimo, más nosotras. Me senté a ver el mar, encendí un porro y en esa terraza de madrugada dejé que por fin fluyesen todas las palabras que había querido decirle hace meses. 

El problema es que nunca tuve el valor de mandárselas. O nunca supe si era lo correcto. Veréis, las semanas siguientes tuve que ver como se comía la boca con medio Newcastle en Geordie Shore. Y aunque aquello ya estaba grabado hace tiempo, me dijeron que ya estaba preparando la grabación de otros dos realitys. Confieso que eso me desgastó un poco porque pensé que dónde encajaba yo en todo eso. Si era la vida que le gustaba, alejada siempre de la realidad y de la gente que le importaba, ¿cómo íbamos a estar nunca en el mismo plano? Ya no se trataba de la distancia ni de la diferencia de edad, sus 22 y mis 32, Barcelona y Bologna, no parecían tan distantes como nuestras realidades en esos momentos. 

Todas esas dudas rondaban por mi cabeza en esos días, pero lo que de verdad me terminó de rematar y lo que apagó mis ganas, aumentó mi frustración y me volvió a descolocar fue un vídeo de una entrevista suya reciente en la que volvía a asegurar que entre ella y yo nunca había habido nada. "Ni química, ni magia, ni amore, ni tampoco amistad al salir de Gran Hermano" Esas fueron sus palabras exactas. Y yo que había descubierto todos sus trucos (el de la sonrisa para camelarte, el "amooore" cuando se había equivocado, el de los piercings para protegerse y el de decir con la mirada lo que no se atrevía con palabras), ¿tenía que creer que aquello no era magia? Joder, si saltaban chispas cada vez que estábamos juntas y bien y a solas. Mi cuerpo aún se resiente de los pinchazos que me dan ahora al recordarla, sobre todo cuando en la oscuridad de la noche dejo que mis manos exploren mi cuerpo y pienso en sus tatuajes y en sus curvas. Éramos el experimento de dos almas y dos cuerpos que se encuentran y conectan elevado a la enésima potencia. Podíamos haber sido el puto big bang, pero claro que no, que ahí no había ciencia, ni física, ni química. Para ciencia ficción la que tenía ella en la cabeza. 

Y entonces un punto de orgullo, de amor propio incluso, se encendió en mí. Recordé todas las veces que me habían decepcionado en el pasado, todas las veces que quizás por no quererme más yo tampoco habían sabido hacerlo los demás. Y pensé en las más recientes. Me pasé tres meses encerrada en una casa sin contacto con el mundo exterior y ya fuera por falta de cariño o por esa experiencia tan estrambótica, hablaba de mi ex como podía, poniéndole mil nombres. Le escribía blogs llenos de cariño, puse su nombre en las paredes, en camisetas, en carteles. Y no solo no se preocupó por mí en todo el concurso si no que aunque le pedí que viniera a buscarme al salir prefirió irse de viaje con sus amigos. Que lo he perdonado y seremos amigos y entiendo que la situación era complicada, pero también para mí lo fue. Y si yo siempre estoy quiero pensar que quien me quiera también. 

Y luego está Elettra que ni un abrazo, ni unas palabras o un gesto de cariño durante o después de que se terminase la gala final y nuestros caminos se separasen. Tratamiento de hielo para mis articulaciones aún entumecidas al volver al mundo real. Pues muy bien.  Yo no soy rencorosa y no quiero guardarles rencor, especialmente a ella, pero joder que a veces tenía que aplicar más a mi vida ese dicho de "no me quieras tanto y quiéreme mejor, quiéreme bien". No creo que sea tanto pedir. 

Y con el eco de las palabras de Elettra aún en mi cabeza y sintiéndome una estúpida por haberme pasado esa noche pensando en ella y por mis llantos sin control, cogí el cuaderno, arranqué las hojas que hablaban sobre ella y a punto estuve de hacerlas pedazos. Pero no sé, algo debió cruzarse por mi mente o debí sentir alguna energía o señal, porque en un último impulso decidí guardarlas en el fondo de una caja. La misma caja que ahora tenía delante de mí en una tarde de octubre en la que amenazaba tormenta en Barcelona. Mi editora me insistía en que necesitaba una respuesta. No era la única que las necesitaba. Y yo que tenía los cables cruzados y que la sonrisa me flaqueaba tanto ultimamente le dije que sí, que lo incluyera en el libro, que de perdidos al río. Y así fue cómo abrí la caja, la caja de Pandora. 

"La esperanza es lo último que se pierde" 

Incendios de nieve (Blumettra)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora