Cara A

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Pasamos casi tres años sin vernos. Unos 33 meses con sus 990 días aproximadamente. Cumpleaños, Navidades, despedidas y llegadas. Estuvo ausente en las noches de verano en las que hacía tanto calor que bañarse de madrugada no parecía una locura. No vio nacer al bebé de Deya ni mi cara la primera vez que escuché su voz. No cogió mis manos cuando me temblaban la noche del estreno de mi nuevo programa de televisión, ni escuchó los gritos cuando me propusieron que publicase otro libro. No fue colchón ante decepciones, ni risa en malos momentos, ni brújula cuando me perdía. Quizás pudo serlo, todo eso y mucho más, pero no nos dimos la oportunidad de descubrirlo. De igual modo yo no supe si aprendía algo en todos esos viajes que hacía, si había disfrutado de la samba en los carnavales de Río, si Madrid la trataba bien cada vez que venía, si evitaba Barcelona a propósito o si había vuelto a Nápoles. Yo sí lo hice, para inspirarme para el libro, y reconozco que temblaron los cimientos de mi vida (en esos momentos bastante estable) al volver a estar en ese hotel.

Pero ese día, pese a nuestra fría despedida y esas últimas palabras desafortunadas por parte de ambas, me comí mi orgullo y le mandé un mensaje para avisarla de que había llegado bien a Barcelona. No obtuve respuesta y casi fue mejor así porque de haberla tenido a saber cuál habría sido. Pero de alguna forma ese silencio por su parte me sirvió para reafirmarme en mi idea de pasar página y seguir con mi vida. Sin Elettra. Me costaba asumirlo pero creía que así debía ser. Lo había intentado y habíamos acabado en el mismo punto anterior, no se fiaba de mí y seguía sin asimilar lo que nos pasaba, hacerle frente y mantenerse coherente. Pero había una diferencia fundamental con el panorama de meses anteriores: ahora me había dado cuenta de que estaba enamorada de ella y además tenía un cúmulo de recuerdos de las horas que compartimos que se repetían en serie en mi piel cada vez que mi mente amenazaba con olvidarla.

Pasé esas Navidades refugiada en la casa de mi abuela, alejada del día a día y de la vida, a la que en ese momento no me apetecía nada volver. En fin de año tuve la prudencia de no desear imposibles, por fantasear estaba dónde estaba, que me había creído que ese momento en la playa lo cambiaba todo, que esta vez sí habíamos logrado entendernos... En las casas de apuestas aún se ríen de mí...

Y así fue como llegó febrero y con él la primera de las cuatro sorpresas que me esperaban por parte de Elettra en esos tres años. El día 9, mi cumpleaños, era viernes y había salido a cenar y bailar con Uri, Deya y unos cuantos amigos más. Llevaba todo el día recibiendo mensajes y menciones en redes sociales y llegada esa altura de la noche en que el día casi había terminado de la última persona de la que me esperaba algo era de ella. Creo que una parte de mí sí tenía la esperanza cuando empezó el día de que tuviese algún gesto, el que fuera. Pero a medidas que se consumían las horas lo iban haciendo también mis expectativas. Por eso cuando vi su nombre en whatsapp no podía creerlo. Me temblaban las manos como la quinceañera que era cuando se trataba de ella y salí del bar en el que estaba para tomar el aire y leerlo sola. Temía mi reacción y prefería reservarla para mí. Respiré hondo y lo abrí:

"El año pasado en este día estaba contigo. Cuánto cambian las cosas... La verdad no sabía si escribirte o no, pero aquí estoy. Espero que estés bien y que hayas disfrutado este día."

                                                                          *****

Desde aquel mensaje se abrió la veda. Aunque más frío de lo que me hubiese gustado, aprecié el gesto que había tenido, que sabía no era fácil para ella, e intenté acercar posturas. Durante unos meses intercambiábamos mensajes de vez en cuando para saber qué tal nos iba la vida. Sin hablarlo parecíamos tener ciertas reglas pactadas: no profundizábamos mucho, no hablábamos de lo que había pasado entre nosotras y no nos preguntábamos si estábamos viendo a alguien más. Visto dese fuera quizás era una situación ridícula pero después de un par de meses sin tener noticias de ella al volver de Nápoles, tenía claro que prefería tenerla en mi vida de alguna forma, saber si estaba bien. Eso me decía, que lo estaba, claro que también yo muchas veces le mentía por omisión. Me había pasado lo que tanto temía, estaba atrapada en algo que parecía no ir a ninguna parte.

Incendios de nieve (Blumettra)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora