Distancias salvables

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Esto llega a su fin. El próximo capítulo será ya el epílogo. Ojalá que os guste y que cerremos esta historia con buen sabor de boca.

He estado pensando estos días en qué escribir después. Y es posible que en los próximos días publique una historia que escribí hace un tiempo adaptándola a un fic . Pasaros a echarle un ojo si queréis. Gracias por leerme!

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Mentiría si digo que creo que existen los cuentos de hadas. No sé si porque el romanticismo elevado a la enésima potencia se me ha ido quedando en el camino o porque me atrae más la imperfección, el caos hasta cierto punto si viene motivado por dejarse llevar por impulsos. Probablemente nunca fuimos un cuento de hadas, ni en el principio, ni en los descansos publicitarios, ni cuando rozábamos finales. Pero lo que sí tuvimos fueron nuestros momentos, dignos de contarse y de recordar.

Tuvimos más de Shakespeare que de Disney, más de Rolling que de Beatles. Y creo que así lo preferíamos. A ella le costó más verlo pero porque eso que dice Love of lesbian de "hacer del caos un arte" no todo el mundo lo entienda a la primera. Con el tiempo nuestra historia se fue haciendo un hueco en ella, igual que en mí. Y supo ver que la magia no estaba solo en la poesía, podías crearla si te lo proponías, a veces incluso se generaba sola.

Y aunque nunca fuimos las protagonistas perfectas de guion la quise, eso sí, como a una buena película: con altas expectativas ya antes de empezarla, con dudas por momentos de si iba a darme el final que esperaba y merecía y con ganas de repetirla una y otra vez. Siempre. Porque fue esa película a la que vas con ganas pero que te deja loca, te sorprende, te atrapa. Terminas saliendo del cine con la sensación de haber vivido mucho más de lo que esperabas. Y eso fue Elettra para mí y así la quise, en Gran Hermano, en Nápoles, en la soledad compartida de aquellos tres años y en nuestro reencuentro. Y sobre esto reflexionaba los días posteriores que pasé sin verla.

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Tuvieron que darme una noticia como la de mi madre para entender que la vida se mide en pequeños momentos: en el calor de un abrazo, en unas palabras en un libro, en unos ojos transparentes, en que la persona a la quieres, pese a llevar meses sin saber de ti, esté ahí en cuanto le dices que la necesitas.

No di aquel paso de mandarle el libro a Alexandra con una respuesta a su dedicatoria porque estuviese en un mal momento. Al contrario, lo hice para atesorar los buenos, guardarlos siempre, reproducirlos. No le dije que no me conformaba con aquello que teníamos porque estuviese perdida, sino porque sabía que con ella mi vida ganaba.

Y creo que esos pequeños matices son esenciales para entender lo mucho que significó aquel fin de semana y por qué seguiríamos juntas muchos años después de él.

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Siempre había sido una persona de piel. Me gustaba el contacto y poder transmitir con mi cuerpo tanto como con mis palabras, a veces incluso más. Había pasado tanto tiempo sin Elettra que volver a tenerla solo por unos días (y como nunca antes la había visto) incendió algo en mí. Ya solía decir yo que era de mecha corta, pero con esta situación lo corroboré. La extrañaba más de lo que podría haber imaginado, miraba la luna y le pedía que los días se fueran más rápido. Y cuánto más lo pedía, más largos se me hacían.

Algunas noches, en la soledad de mi cuarto, dejaba que los recuerdos de las pocas horas que habíamos compartido me invadieran. Cerraba los ojos, imaginaba que eran sus manos las que me exploraban e intentaba apagar ese fuego que habíamos generado en mi cuerpo.

Incendios de nieve (Blumettra)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora