Castillos de arena

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¿Alguna vez al llegar a un sitio completamente nuevo, del que lo único que sabéis es lo que os han contado, habéis tenido la sensación al recorrer sus calles de que estáis exactamente dónde teníais que estar? Eso sentí al llegar a Nápoles, al estar totalmente sola perdiéndome por sus callejones y sus plazas.

El día que llegué, que además lo hice tarde, estaba demasiado aturdida para hacer gran cosa. Busqué un hostal en el que quedarme, dejé las cosas y decidí dar una pequeña vuelta antes de meterme en la cama, una primera toma de contacto. Puesto que Elettra me había dicho que vendría en dos días aún tenía el siguiente para recorrer Nápoles a mis anchas y para prepararme para volver a tenerla cerca. Sobre todo eso ¿Vendría dispuesta a ser sincera y afrontar la situación en la que estábamos, fuese la que fuese? ¿O dedicaría estas horas separadas a reagrupar sus armas y levantar sus defensas? Me costaba creer que si había propuesto ella salirme al encuentro, cambiar su vuelo y pasar tiempo juntas, fuese a desaprovechar la ocasión engañándonos a ambas, pero con Elettra nunca se sabe.

Yo lo que tenía claro es que compré este vuelo con la intención de escapar de lo que sentía y fui a encontrarme de frente con la persona que generaba dichos sentimientos, quise perderme por Nápoles y dejar de darle vueltas a la cabeza y lo único que hice ese día que pasé sola en la ciudad italiana fue pensar en ella. Todo en Nápoles llevaba su nombre. Tenía tendencia a comparar a las personas con ciudades y en este caso fue demasiado fácil. Era una ciudad bella, con una historia detrás de cada piedra y cada calle, que tenías que observar con atención para descubrir. Aunque distintos, tanto Nápoles como ella tenían un acento italiano peculiar, en el caso de Elettra por mezcla de influencias del castellano y de sus amigos sudamericanos. Era una ciudad rica en dulce, tenía muchas cosas que me hacían la boca agua. Transpiraba pasión, como todos los sitios de Italia en los que he estado. Y era tremendamente caótica pero con su encanto. En poco tiempo la ciudad napolitana me avisó de que debía ser paciente con sus idas y venidas y con sus callejones casi laberínticos; si me descuidaba podía perderme. Pude observar enseguida que estaba casi en cuidados intensivos, que necesitaba mimos y dedicación para recuperar su brillo, un poco apagado por el paso del tiempo y por su propio caos interno. Yo estaba dispuesta a dedicarles, a ambas, el tiempo, cariño y lo que hiciese falta pero ¿y ella?

Había respondido al mensaje de Elettra en cuanto pude y le había dicho que la esperaría aquí, que claro que quería que viniese y que pudiésemos hablar por fin. Me ofrecí a ir a recibirla al aeropuerto y aunque protestó un poco yo insistí. No tenía nada más importante que hacer y además si venía a verme a mí y a hablar conmigo era lo mínimo que podía hacer. También pensé que el trayecto desde el aeropuerto al centro nos daría tiempo para ir reacostumbrándonos la una a la otra, romper un poco el hielo antes de tener la conversación que necesitábamos.

Con lo que no contaba era con que Elettra es Elettra Lamborghini y por supuesto no venía sola; una chica que me presentó como su manager la acompañaba y en la puerta del aeropuerto nos esperaba además un coche con chofer. Pero al principio yo no vi ni a la chica ni a nadie más en ese aeropuerto. Cuando la vi salir de la cristalera que separa la zona de recogida de equipaje, con la misma gabardina roja, sus características orejas de gatita y una pequeña sonrisa, para mí no había nadie más allí, éramos ella y yo solas. Le di un abrazo breve pero fuerte, no quería ponerla nerviosa pero necesitaba tocarla. Entonces fue cuando me presentó a Paola, su manager, y cuando me explicó que teníamos un choche esperando. Caminamos hasta él y me senté, suspirando más tranquila al ver que se estaban despidiendo y que la chica se quedaba en el aeropuerto. Llamadme egoísta pero si iba a tener unas horas, un día, o lo que fuera con Elettra, quería que estuviésemos solas y nos dejásemos ser. Ya bastantes influencias externas tuvimos al principio.

Lo primero que hizo Elettra al meterse en el coche fue preguntarme dónde me estaba quedando. Le enseñé la ubicación del hostal que había encontrado y me explicó que no estaba demasiado cerca del hotel en el que le habían reservado una habitación a ella. Hotel de todo lujo, intuí. Insistió en que podía conseguir otra habitación para mí, argumentando que sería más cómodo para vernos, pero yo me negué. En primer lugar, porque no sabíamos cómo iba a evolucionar el día, tal vez hablásemos y no fuese tan bien cómo yo esperaba; en ese caso la distancia nos vendría bien. Por otra parte mi cuerpo desde que la había vuelto a ver unos días antes hacía caso omiso de mi cabeza, iba por libre, y tenerla en el mismo edificio durmiendo... Demasiada tentación. Y por último no quería que me pagase nada. Aún había ciertas cosas que no habíamos resuelto y no tenía ni idea de si las dudas seguían nublando su cabeza. Mejor ir poco a poco, me dije.

Incendios de nieve (Blumettra)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora