Cuando todos hablaban de ti

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Estoy convencida de que el tiempo nos ha fallado. Que si iba a tardar tanto podría habernos avisado. Por lo menos por mi parte me habría esforzado más en perdonar, en curar, en superar, en avanzar... hasta llegar a ti. Habría intentado no perderme tanto en melenas y curvas que ciegan en lugar de dar luz y en labios que prometen más de lo que pueden cumplir. Te habría escrito más a menudo, por si podías oírme o leerme, te habría esperado en todas las estaciones, por si Sants y Atocha no eran suficiente y habría buscado tu rastro entre todos los versos que leía. Aunque en el fondo siempre he sospechado que Loreto Sesma me hablaba de ti, que Rupi Kaur te conoció mientras sanaba y que hasta a Vanesa Martín le faltaban palabras para describirte. Por eso por mucho que lo intento no logro encontrarlas yo tampoco. Si Stevie Nicks te compuso una canción y eras la luna a la que le cantaba Camila e Iain S. Thomas escribió aquello para ti, ¿cómo no iba a estar enamorada? Pero creo que tenía miedo, miedo a enfrentarnos con el tiempo y la vida y que nos ganasen. Miedo a que fueras la Alaska de la que advirtió John Green y por tanto buscarte terminase perdiéndome yo. Yo, que como Benedetti, creía que "cada acto de amor es un ciclo en sí mismo, una órbita cerrada" me veía a mis 32 años ante el pánico a quedarme atrapada para siempre en esta historia. Llegó un punto, cuando tenía que decidir, que no sabía si me asustaba más tu ausencia o tu presencia. Que temía con toda mi alma encontrarte años después y reconocer en tus ojos a la Alison de Elvis Costello, cuando yo era los Boston cantándole a Amanda y cuando me había pasado por el forro a los Rolling en Angie. Como ella, tú también eras preciosa, las diferencias eran que yo no quería decirte adiós y que las malas lenguas dirán que ni siquiera lo intentamos. Y tendrán razón Elettra, porque al final me pudo más el miedo a que "Tal como éramos" se nos quedase pequeña y fui tan idiota que hice exactamente lo mismo que su protagonista, me fui antes de tiempo. No dejé que te explicaras y nos dejé tiradas. Solo ahora lo veo. Aunque ya te digo, ingenua de mí, que no esperaba que el tiempo tardase tanto en volver a juntarnos.

Pero esperad un momento porque creo que he vuelto a hacerlo, que estoy adelantándome al tiempo y que debería explicar cómo llegamos a ese punto, cómo pasamos del mar y aquella playa a crear incendios en la cama y después al frío de la nieve y la aparente indiferencia. Siempre incendios de nieve. Cuánto daño nos ha hecho el orgullo. Nuestro, el mío también, lo reconozco. Salí de aquella playa con arena en los zapatos, la posibilidad de destrozar tu castillo y sacarte de allí y un optimismo que finalmente poco se ajustó a la realidad. Pero juro que me fui de allí dispuesta a todo. Y cuando el coche nos llevaba a mi hostal para recoger mis cosas y pasar la noche en tu habitación y veía a Nápoles pasar por la ventanilla y notaba tu mano apretando la mía, pensaba que podría ser tu cable a tierra dentro de tu locura y que tú podrías hacerme volar y olvidar la realidad. Nos duró poco pero te prometo que fue lo que sentí. Lo sentí mientras te movías impaciente esperando a que acabase mi mochila para poder llevarme a tu hotel. Lo sentí mientras nos devorábamos en el ascensor, incapaces de esperar un segundo más. Lo sentí en tu piel, en tu lengua, en tus tatuajes, tus piercings y tus latidos. Creí escuchar que tú también me lo decías entre gemidos y me pareció el sonido más potente del mundo. Movías La Tierra con tus manos y yo trataba de agarrarme a ti cómo podía, cuando no me las ponías en el cabecero y me ordenabas que las dejase ahí quietas. Éramos salvajes y dulces por momentos. Estábamos expuestas y todos esos meses de frustración y ganas acumuladas se respiraban por los cuatro costados. Yo leía en tu mirada cosas que nunca antes me habían dicho y tú escondías la cara en mi cuello cuando no podías más. Me clavabas tus uñas y sonreías jugando con los labios y yo te mordía y te agarraba del pelo como si la vida fuera a acabarse al salir de aquella habitación.

Y en parte así fue, la que imaginé todas esas horas a tu lado no existió cuando volvimos a nuestro día a día. Se esfumó tan rápido como se juntaban nuestros cuerpos, tan fuerte como temblabas en mis brazos. Yo buscaba encontrar respuestas en ti, encontrar presente y, ojalá, futuro. Cada rincón de tu piel me pedía a gritos que me quedase a cuidarla y mimarla, tus suspiros decían más que las palabras que salían de tu boca y había un fuego imposible de extinguir en tu mirada. Y sin embargo, nunca me pediste que no me fuera, que perdiese el vuelo y te acompañase a Bolonia o que pasásemos las Navidades juntas en algún lugar del mundo o en la propia ciudad napolitana. Tengo claro que me habría quedado, que ya había aceptado que te quería tanto a la luz del sol bajo el que desayunamos a la mañana siguiente como entre las sombras de tu cama.

Incendios de nieve (Blumettra)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora