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Es que no se en que pensaba. Hablamos como desconocidos, pero conociéndonos de todo, de mucho, de más de lo que ninguno de los dos estaba dispuesto a admitir.

-¿Vienes seguido?- Me preguntó la maldita. Como sino hubiésemos jugado con las miradas todas aquellas veces, como si no hubiese sentido mi mirada penetrándola cada día un poquito más.

-Vine una vez con mi mamá y algo hizo que no pudiese parar de venir- La miré a los ojos un segundo más de lo apropiado deseando decirle tanto y diciendo tan poco -Supongo que las librerías tienen cierto encanto-

-A veces incluso más que las personas- Respondió ella sonriendo. "Dios que sonrisa tan hermosa". Recuerdo que aquello fue lo único que pensé.

-Uhh, ¿Me encuentro frente a una gran antisocial?- Bromee esperando robarle otra sonrisa, aunque fuese de casualidad.

-Le has dado al clavo eh, mira que ni salgo de mi casa, mucho menos se que hago hablando contigo, prefiero estar con mis 20 gatos en casa-

-Dije antisocial, no una solterona de 60- Ahí le saqué una carcajada. Dios. Estaba funcionando en piloto automático, mi cerebro no estaba pensando, y por primera vez me alegré de ello. Seguramente la habría cagado de ponerme a pensar un poquito más en lo que estaba sucediendo. Algo maravilloso pero excesivamente loco.

El chico de la libreríaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora