⏱ Dokyeom ⏱

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Uno: se detuvo y miró el cronómetro

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Uno: se detuvo y miró el cronómetro. 37:33.

Sin pensarlo mucho, volvió a guardar el aparato en su sudadera y retomó su ejercicio. Lo único que le interesaba era correr, huir de su pasado y errores, buscar en algún lugar del horizonte la vida y amigos que añoraba.

El ejercicio, la presión en sus pulmones y el sudor le ayudaban a calmarse. Era un pobre sustituto del alcohol, pero ya no quería hundirse en las botellas. Su necesidad de embriagarse para huir de las discusiones de los miembros lo había convertido en el centro de los ataques. Por un tiempo, creyó que era capaz de soportarlo; permitirle a sus amigos desahogar la ira y esperar a que sus fragmentados seres volvieran a ser aquellos que se desvelaban los fines de semana, hablando de sus buenos momentos y contando historias bajo el refugio de las paredes que llamaban hogar.

Dos. De nuevo el cronómetro marcaba los 37:33 minutos.

Llevaba varias semanas estancado en esa marca, y realmente quería superarse. No pedía mucho, solo mejorar seis minutos para ver el número 31:33 en el aparato, pues de cierta manera le recordaba a Seventeen.

Aceptaba cualquier cosa, cualquier casualidad que le trajera a sus amigos de vuelta; aún si eran simples y viejos recuerdos.

Él fue de los últimos en tocar fondo, en pudrirse de rencor y frustración. Y tal vez no debió hacerlo, pues pudo haber detenido la bomba que iba en cuenta regresiva. Pero se cansó tanto de todo, de oír las discusiones de los tres mayores, los comentarios mordaces de Jihoon, de las miradas frías de Wonwoo, de estar en el campo de batalla.

Así que tomó. Ahogó todos esos recuerdos, al personaje que era Dokyeom, y simplemente disfrutó del entumecimiento que surgía luego de varias botellas de soju.

Seokmin solo quería olvidar quién era y por qué necesitaba del alcohol.

Tres. Falló de nuevo. Otra vez era 37:33.

Cuando explotó, él destruyó todo a su paso.

Seungkwan estaba gritándole, mientras él se masajeaba las sienes en el intento de disipar la resaca. Ni siquiera tenía idea de qué le reclamaba el menor, pero ya tenía suficiente.

A propósito, durante esos meses infernales, huyó de las peleas y tensiones entre los miembros. Se mordió la lengua, negándose a seguir el juego de las discusiones. Y aún así, parecía un imán para estas. Si Seungkwan seguía gritando, él perdería la cabeza.

Así que lo calló. Con un golpe en la mandíbula, fuerte y certero gracias a sus dos horas diarias en el gimnasio, lo noqueó y detuvo la sensación de querer vomitar por el ruido que el menor hacía.

Y los demás, al ver cómo el único de ellos que seguía buscando la paz perdió los estribos, convirtieron el apartamento en un desastre. Para cuando llegó su mánager, había ojos morados, labios rotos, mandíbulas heridas por doquier.

Ni siquiera quiso mirar el cronómetro, sabía el número que aparecería. Lo sacó de su sudadera y lo tiró al suelo sin disminuir el ritmo. Podía correr pero no huiría. Decidió enfrentar sus errores y odiarse a sí mismo por ellos.











Si Seungkwan estuviera allí, no habría faltado la tonta broma que esconde detrás su apoyo.

¿Y si el reloj se detiene? • SEVENTEEN •Donde viven las historias. Descúbrelo ahora