Capítulo 1.

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Las 10:00 a.m. marcaba el reloj de madera que estaba clavado en la pared tapizada color beige, con algunas texturas en la misma. El día era espectacularmente tranquilo, las copas de los arboles solo se mecían en un sereno compás comandado por los gélidos vientos. Las florecillas desprendían un aroma exquisito y campestre que llegaba a los orificios nasales de Harold, el cual se encontraba pasible sentado en su oficina, admirando por sus ventanas las calles de Londres. Escuchando las orquestas de Jazz que pasaban por la radio, haciendo que su pie se moviera al compás de él vibráfono, saxofón, violín, tuba, y más instrumentos que predominan en el género. Era una incoherencia el Jazz. Era pasado por la radio con el propósito de entretener a los oyentes, y levantar sus pesados cuerpos, para que bailaran un poco, sin saber que este se origino mediante la confrontación de la gente de color con la música europea. Cada día la gente se contradecía más que nunca.

Giró su silla en un suave movimiento, quedando frente de su escritorio, abriendo uno de los cajones de madera, sacando una cajetilla de plata con al menos 4 habanos dentro de ella. Regresó a su vista, y llevó un habano a su boca, y lo encendió, dando una calada a éste, expulsando en humo en unos segundos.

— Joven Styles — Mencionó una mucama, era una señora con 30 años de edad, madre soltera y de nacionalidad galesa — Ah llegado el Señorito William.

— Dígale a Irving que bajé el equipaje de William — Mencionó sin despegar su mirada a el magnífico paisaje de la bella Londres — En unos momentos bajó.

— Si, joven Styles.

La mucama se retiro, bajando para expandir el mensaje que le había dando. Todos haciendo lo que Harold Styles les ordenada. Era un buen jefe y demasiado paciente, por lo tanto ellos ofrecían el mejor de sus servicios para conservar su empleo, y no ser despedidos de tan humilde empleo, y humilde jefe.

Irving abrió la puerta principal observando el auto con el equipaje de él Joven William. Camino hacia él, y empezó a despojar el auto, dejando las maletas en el recibidor. Styles bajó por las escaleras principales, arreglando su traje negro, sosteniendo su habano con sus gruesos, rojizos labios — El cual estaba por terminarse — para dirigirse a la entrada, y darle una cordial bienvenida a Tomlinson. El mayor se encontraba bajando consigo una maleta del interior del automóvil oscuro. Styles se acercó para auxiliarle.

— Déjeme ayudarle — Comentó con su ronca y baja voz, tomando la maleta con su diestra, y con su siniestra sujetando su habano.

— Es usted tan amable, Joven.

Mostró su rostro a su auxiliante. Tenía unos hermosos ojos turquesas, claros y brillantes como el mar reflejando el crepúsculo de un excitante día de verano. Tenía facciones demasiado delicadas para tratarse de un varón, pero le sentaban perfectas; delgados labios con compañía de unas perlas blanquecinas, un largo y mal peinado cabello castaño. Su voz era apacible y algo chillona. Carecía de estatura, haciendo ver más alto a Harold. Nuevamente le dio una calada a su puro, expulsando el humo lejos del perfecto rostro del joven Tomlinson, quien solo observaba con asombro a Styles.

— Pasemos, si no le importa — dio media vuelta caminando hacia el recibidor, siendo seguido por él más bajo. Dejó la maleta en el suelo y acomodo nuevamente su traje, junto con su rizada melena moca — Bienvenido Louis, espero que mi hogar sea de su agrado, sin tomar en cuenta que no tiene otra opción más confortante que mi habitad.

— Gracias — Mencionó con su ceño fruncido vaporosamente, por la actitud y descares de su anfitrión.

— Seguidme, por favor — Agregó subiendo los escalones con zancadas cortas — Quiero mostrarle su habitación — Sonrió presunción, marcando ligeramente unos encantadores hoyuelos.

La manzana dorada |Larry Stylinson|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora