Capítulo 13

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El café recién salido, con una pizca de canela mezclada con los cubos de azúcar, sin ningún gramo de crema. El cenicero lleno del despojos de los cigarrillos; y a su lado, un pequeño libro del autor Marqués de Sade, con “Los crímenes del amor” como protagonista de la extensa colección del escritor. La orquesta matutina del local fundiéndose con el exquisito dialecto francés, endulzando su oído; y cómo vista la gran Eiffel a medio día, con un sol candente y un viento frío, pero soportable. Francia en primavera era uno de los gustos más placenteros que uno podía tener. Los árboles llenos de ese verde vivo, y las flores recién brotadas eran uno de los pros que llevaba el hermoso Paris.

El olor de pan recién horneado penetro sus fosas nasales, dando una reacción sonora a su estómago. No había degustado en el lugar, sólo buscaba un poco de tranquilidad del bullicio de la gran ciudad donde gratamente pudiera confundirse la grave voz de la fémina con la del cantor pajarillo que hacía su espectáculo desde las afueras del local; sin más que aprovechar la oportunidad, dejó su cigarrillo en el cenicero, y pidió una rebanada de la apetitosa tarta de moras que ofrecían en su menú.

Levantando su brazo captó la atención de la preciosura de camarera que le atendía. La delgadísima rubia se posó frente al joven, con una hilera de perlas blanquecinas perfectas y una voz endulzante cuestionó el pedido del más alto. Sus palabras fueron cortas y objetivas; “Rebanada de tarta de moras” y punto final. Ignoró los coqueteos constantes de la bellísima mujer, la cual se retiró totalmente rendida por llamar la atención del chico, quien volvió a tomar su cigarrillo dándole una calada para expulsar el aire por la nariz, y segundos después por sus labios.

— ¿Los crímenes del amor? Eso no me lo esperaba de ti. —La mirada oliva se posó en el joven que tomaba asiento frente suyo, quien sonreía con sátira al tener el libro entre sus manos— Pensé que ni siquiera leías, y todo tu conocimiento era empírico.

— ¿Y eso es para burlarse? Creo que tus intentos de perturbar mi comodidad siguen siendo un fiasco, Louis —dejo los vestigios de su cigarro en el cenicero, y observó con más atención al mayor— Podría decir que preferiría la aberrante novela de 120 días de Sodoma.

— Eres un morboso al preferir eso que esto.

— No, realmente, admito que el libro de 120 días de Sodoma es demasiado perturbador, y de alguna forma infernal, pero, al menos estoy leyendo la faceta más verídica de Marqués.

— Marqués era un enfermo, entonces. —dejó el libro a un lado de la taza de café de Harry, asustándose al levantar su mirada y darse cuenta que el menor le observaba con una gran intensidad.

— No, Marqués era real. Todos somos enfermos, Louis, sólo que él se dio a conocer realmente —entrecerró los ojos y tomó su taza de café, bebiendo de ella— Cosa que los artistas no hacemos ya.

— ¿Es una indirecta?

— ¿Mh? —bufó ante sus palabras, rodando los ojos para después verlo fijamente con seriedad, de aquella que mataba, y sabías que algo malo vendría— De una vez te anunció, no todo lo que pienso, digo, o hago tiene que estar basado en ti.

Sus palabras fueron una estaca directo al corazón de Tomlinson. El por qué se desconocía por completo, pero su estómago comenzó a revolverse, y la tristeza de alguna forma invadió sus ojos; no en lágrimas, sólo su mirada se apagó. Los labios de Louis sólo se abrieron para dejar salir un suspiro pesado, lleno de frustración, confusión, y tristeza. Harry alzó una ceja lleno de curiosidad por el cambio drástico que hubo en la atmosfera.

— ¿Puedo pedir un café? —la débil y quebrantada voz de Louis se hizo presente, junto con la delgada mujer que dejaba la rebanada de tarta que Harry pidió minutos antes.

La manzana dorada |Larry Stylinson|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora