Con ansias de amor

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El silencio inundó la habitación de Alfred mientras Arthur tomaba asiento en una de las butacas colocadas cerca de la terraza.

Ambos estaban tan nerviosos que no sabían por dónde empezar.

Alfred jugaba intranquilamente con sus dedos sin poder levantar la vista hacia Arthur quien, desde su lugar, podía observar el nerviosismo del menor pareciéndole un tierno e inocente accionar. Aunque, claro, no podía evitar sentirse igual de nervioso que el más joven. Así que recorrió el cuarto con la mirada para intentar tranquilizarse, pasó de las cortinas blancas de tul hacia la mesa de noche y llego a la cama donde Alfred estaba sentado. Con un poco de esfuerzo trato de ver detrás de él, hacia la cabecera de la cama.

No puedo evitar sonreír melancólicamente.

—¿Aún lo conservas?—Le dijo a Alfred sin quitar la vista de su objetivo.

Alfred pareció no entender la pregunta así que siguió el rastro de la mirada de Arthur y se volteó a ver lo mismo que le provocó al mayor aquella hermosa sonrisa.

Sin poder evitarlo esbozó la misma expresión.

—¿Porque no lo tendría?—Le cuestionó a Arthur volteando a verlo—Ese oso me lo regalo la persona más importante de mi vida, la persona a la que amo como a nadie en este mundo. Jamás apartaré ese preciado regalo de mi.

Arthur se sonrojó al escucharlo.
Ese oso fue un regalo suyo por el día del cumpleaños número 7 del americano. Fue hecho a mano por él mismo y recuerda claramente la expresión de felicidad del niño cuando se lo entregó.

Jamás apartaré este preciado oso de mi.

Fue lo que también le dijo aquel día el pequeño.

— Sigues siendo el niño adorable de mis recuerdos. No has cambiado mucho ¿no?—Escapó de los labios de Arthur sin poder controlarlo.

Alzo la vista para la poder deleitarse con la sonrisa inocente del menor una vez más pero sólo encontró una expresión seria y enojada.

— ¿Alfred? ¿Qué sucede? — Le cuestionó visiblemente confundido.

El menor parecía estar decepcionado. Apretaba fuertemente sus puños y evitaba tener todo contacto visual con el mayor.

De un momento a otro se puso de pie, camino hacia la cabecera de la cama y tomó al pequeño oso de peluche en sus manos. Lo miro enojado  y algo indeciso a la vez para, al final, terminar lanzándolo a algún rincón olvidado de la habitación.

Arthur vio volar el oso desde su asiento hasta el fondo de la habitación, cayendo violentamente a un lado del escritorio y muy cerca del cesto de la basura.

Sin pensarlo mucho se puso de pie para poder recogerlo pero toda acción fue imposibilitada por el menor que se encontraba con sus manos en ambos brazos de la silla acorralándolo en contra ella.

— ¡¿Pero qué rayos te pasa Alfred?!— le respondió un ya enojado Arthur.
Por unos segundos no obtuvo respuesta hasta que el americano acercó su rostro al suyo.

Estaba enojado.
Muy enojado.

—¿Eso es lo que vez en mi?— comenzó el menor con una voz sombría y dolida
— A...Alfred... No entiendo que
—Mírame Arthur— le dijo tomando su mentón y obligándolo fijar su vista en Alfred— no soy un niño, si conservar este tipo de recuerdos me hace uno ante tus ojos entonces me desharé de ellos, sin importarme cuanto los atesore.
—Alfred no fue mi intención yo solo—Trataba de explicarse Arthur pero no podía encontrar alguna excusa.

Buscame cuando cumplas 18Donde viven las historias. Descúbrelo ahora