Corazones confundidos

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Estaba muy concentrado buscando algo que ponerse revolviendo entre cajones y percheros.No es como si estuviera preocupado por verse bien frente a Alfred.

No, por supuesto que no.

Simplemente estaba cumpliendo con su rutina diaria, tal vez con un poco más de esfuerzo pero nada más. De pronto unos pasos fuertes subiendo la escalera a velocidad le llamaron la atención pero siguió con lo suyo, después de todo era más importante saber si usaría zapatos o botines... ¿Tal vez unas converse para verse más joven?

Ignoró el sonido de la puerta, sabía quién era con solo escuchar sus pasos, los había oído miles de veces cuando está cerca de una fecha límite y este corría a su habitación a despertarlo para que siguiera escribiendo a pesar de haber pasado la noche en vela.

Gajes del oficio, le decía para justificarse.

Pero ahora no hay fechas límites.

—Muy bien, explícame qué rayos te pasa—Preguntó Arthur a Francis cuando este entró a su habitación intempestivamente—¿No se supone que te encargarías del desayuno?

Arthur le reclamó sin prestarle mucha atención mientras escogía con cuidado entre un suéter o una playera, se sintió un poco como adolescente enamorada e inmediatamente se ruborizó pensando en si a Alfred le agradaría su atuendo.

Estúpidos y cursis pensamientos

Trató de prestar atención a otras cosas, como por ejemplo porque Francis no le respondía. Él suele ser demasiado hablador y en este momento no había emitido frase alguna o lo había molestado por su evidente sonrojo, así que dejando de lado la elección del color del suéter que vestiría, subió su mirada a su ami-enemigo.

—¡¿Pero qué rayos Francis?!

Dejó escapar soltando de inmediato la ropa.

Y es que jamás había visto al francés de esa manera.

Estaba apoyado en la puerta con la respiración agitada, sostenía fuertemente la espátula con la que estaba preparando el desayuno contra su pecho como si intentara tranquilizarse, mientras que en su rostro se podía apreciar una expresión de-

Imposible

Se repitió Arthur en su mente.

Francis, el Playboy, el chico que siempre se lanza a coquetear con cualquiera que le parezca atractivo, súper seguro de sí mismo y que jamás se intimidaba por algo, estaba ahí sosteniéndose de su puerta en un intento vano de no desvanecerse con el rostro completamente sonrojado, tartamudeando y completamente perdido en sus pensamientos.

Arthur espero un momento a que el francés recuperara el aliento, o la razón, lo que ocurra primero, pero al no dar señales de "vida" se acercó a él y lo tomó de los hombros agitándolo fuertemente en un intento de traerlo de vuelta a tierra. Cuando eso pareció no funcionar, podría decirse que se alegró de tener que hacer algo más "drástico"

—Lo siento pero ya que no respondes no me queda de otra— Susurró Arthur

Y antes de que el Francis pudiera reaccionar, sintió un duro golpe en la mejilla.

—¡Ouch! ¡Arthur! ¡Maldito delincuente, no tenías que abofetearme!

—No me respondías, ¿qué se supone que hiciera? Aunque no te voy a negar que fue divertido— le respondió con malicia Arthur —Ahora ¿me vas a explicar qué sucede o te tengo que golpear otra vez?

Francis dejó de sobar su sonrojada mejilla, producto del golpe, pero esta se volvió a teñir de un tono rojizo casi inmediatamente.

—Pues, no sé qué decir, yo... me siento confundido jamás me había sentido tan perdido, tú sabes que soy una persona muy social, amigable y sé cómo iniciar una conversación pero ahora no sé cómo actuar...yo...yo... ¡No puedo ni siquiera preguntarle la hora sin trabarme con mis propias palabras!

Buscame cuando cumplas 18Donde viven las historias. Descúbrelo ahora