Cayendo en la trampa

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Para cuando bajaron a almorzar era obvio para todos que algo había pasado entre Alfred y Arthur.
Miradas furtivas, sonrisas cómplices, gestos que denotaban amor.

Todo aquello se sentía refrescantemente nuevo tanto para Emily como para Alice que no podían estar más contentas de que sus hijos hallan aclarado sus diferencias.

Y más les valía porque no sólo habían salido a hacer compras sino que estaban planeando minuciosamente algún método para que se arreglaran y por fin pudieran vivir su amor como debía de ser.

Pero claro, llegar a esa conclusión no fue fácil. Por lo menos no para Alice.

Desde el momento del incidente -beso- en el aeropuerto, Alice había quedado muy preocupada.

Arthur era, y sigue siendo, alguien muy frágil que oculta sus sentimientos con una máscara de indiferencia. Lo había visto ignorar a cualquiera que quisiese acercarse a él, desde niño prefería la compañía de los libros al de las personas y vivió de esa manera durante toda su vida hasta que Alfred llegó a ella.

Recuerda muy bien el brillo de los ojos de Arthur conforme pasaba más tiempo con Alfred como poco a poco comenzó a abrir su corazón al niño que, con inocentes palabras, lograba abrazar el solitario corazón de su hijo.

Se sentía agradecida con su querida amiga Emily y con su hijo pero a la vez no podía evitar sentirse contrariada. El pequeño Alfred trajo consigo un gran felicidad para su hijo que no podía compararse con nada desde la partida de su padre, pero se la llevaría en cuanto se marchara.

¿No sería mejor evitar tal sufrimiento? ¿No sería mejor alejar a su hijo del pequeño Alfred antes de que se acostumbrará a su presencia?

Pero al verlos tan unidos le resultó imposible.

Y, tal y como lo había predicho, una vez que Alfred se marchó y los años pasaron vio a su amado hijo marchitarse en una larga espera sin fin. Atrás habían quedado sus sonrisas y su esperanza, conforme los años pasaron su vida se volvía triste y gris. No había fama o gloria que pudiera hacerlo feliz, lo único que anhelaba el corazón de su hijo era ver de nuevo esos ojos azules que tanto añoraba.

No iba a negar que durante mucho tiempo le guardo cierto rencor al pequeño Alfred, que ya no era nada pequeño por cierto, pero luego de una charla con Emily comprendió el porque de su accionar.

Y ahora al verlos juntos ya no había duda para ella de que su hijo solo sería feliz con Alfred y con nadie más.

Y tanto ella como Emily estaban totalmente de acuerdo en ese punto.
Todo lo que ellas quieren es verlos felices, y si esa felicidad significaba que tuvieran que enfrentarse al mundo están 100% seguras de que sus hijos lo harán. Bastaba con verlos ahora en medio del almuerzo, mirándose como si no existiera nadie más, sonriéndose con complicidad, susurrándose secretos al oído y, como si nadie lo notara, tomándose de las manos bajo la mesa.

Ambas se sonrieron y siguieron almorzando. No dirían nada por el momento pero estaba más que claro que no podrían soportar mucho tiempo para poder "molestar" a sus hijos con ello, especialmente Emily, que amaba avergonzar a su bebé en público.

Placeres de madres.

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