Hace un par de noches, vi un documental llamado "Indie Games: The Movie", que cuenta la historia de un grupo de realizadores de video juegos independientes. La película, que a mi juicio es perfecta, se centra más que nada en la vida de estos hombres, en los sacrificios que cada uno lleva a cabo en pos de su propósito, en sus miedos, sus frustraciones, y sus sueños.
A pesar de que no soy programadora, ni diseñadora de video juegos independientes (ni siquiera los consumo actualmente), me sentí tan, pero tan identificada, que de nuevo desplacé la entrada que tenía programada y la cambié por esta. Al final, crear es crear. Lo demás son formatos y medios que, aunque a veces nos parezcan lejanos, esconden en el centro ideas muy similares a las nuestras.
No quise, sin embargo, escribir una reseña del documental, mucho menos en un resumen. En vez de eso, quiero hablar sobre aquella época que recordé mientras lo veía, mientras escuchaba hablar a esos creadores: la historia de cómo, cuándo y por qué escribí mi primer libro.
Ya he hablado parcialmente de esto antes, creo que en la primera entrada o quizás en la segunda. Ya he dicho que todo comenzó, en gran parte, cuando dejé de estudiar en la universidad, lo que constituye una de las experiencias más traumáticas de mi vida. Porque claro, yo no me gradué ni titulé; yo salí de la universidad por la puerta de atrás y pasé de ser una esperanza para mi familia, la primera que iba a tener un título universitario, a ser una paria, alguien que no tenía título, no tenía trabajo y, en consecuencia, no tenía futuro. Tal vez toda esta apreciación del momento sea un delirio mío; tal vez mi familia nunca quiso hacerme sentir así. Pero en estos casos, a uno le da igual la intención de la gente: te hundes en la mierda y lo único que importa es que nadie te está ayudando. O al menos parece que nadie te está ayudando. Como suele ser mi costumbre, me refugié en los libros. El Club ya existía en mi mente, incluso algunas libretas con unos siete capítulos vagaban por ahí, pero yo no estaba de ánimos para escribir esa historia. Solo quería leer y cambiando al clásico Harry Potter y su efecto terapéutico en mí, me decanté por un personaje que desde hace tiempo me llamaba: Sherlock Holmes. La comparación es cliché, pero lo cierto es que me agarré al detective y a Watson con la energía de alguien que se está despeñando por un risco. Y la Ley de Gravedad tuvo piedad de mí... Siempre se me ha hecho fácil entrar en esa especie de sopor mental, en esa pausa existencial que acarrea la indiferencia. Lo que a mí me pasaba o no me pasaba era una insignificante mota del polvo en el universo, lo que le ocurría a Sherlock le daba sentido a todo.
Pero el detective, que a pesar de ser flojo detesta la monotonía, no deseaba verme echada en mi cama absorbiendo sus casos sin descanso. Él o su autor... o Watson, no lo sé bien, me dieron el empujón que necesitaba para salir de la mierda, de la pausa existencial. No recuerdo bien el momento, ni el día. Solo sé que mientras leía vino a mí una frase de nueve palabras, que se repitió incesante hasta que logré encontrarle un propósito:
TODO COMENZÓ CON LAS TRES PIPAS DE SHERLOCK HOLMES
Tardé un poco en decidir si sería un cuento, un fanfic, una novela. Al final, como me suele pasar, ganó la última opción (los cuentos nunca han sido lo mío y creo que los fanfics tampoco). Tardé en decidir quién haría suya la frase, pero cuando lo logré, las piezas comenzaron a encajar. Creo que Julián, el protagonista de mi primer libro, a pesar de ser un niño de doce años, fue quien me guió en vez de guiarlo yo a él. Fue abriendo el camino y a mí me dejó la noble tarea de ir describiendo el viaje.
La primera versión de Las Tres Pipas vaga por algún lado en un libreta de tapas color celeste, regalo de Ciruela en nuestros años de colegio. No tiene mucho que ver con la versión final, pero le debo el escape a salvo desde una muy mala etapa de mi vida. Fue recién en el 2016, cuando tras un año que dediqué a llenar otras libretas con la primera versión de El Club, decidí darle una forma más definitiva a la historia. Cambié de lugar algunas piezas, estructuré un misterio para resolver, metí a cierto personaje en cada rincón del libro y hasta trasladé la acción desde Valparaíso a Santiago. Lo único que nunca cambió fue Julián. Lo único que nunca moví fue esa frase que dio comienzo a todo.
Tardé cinco meses en escribir Las Tres Pipas. Mientras lo escribí se desgranó sobre mi ciudad natal un invierno que yo tuve que padecer anclada a mi escritorio, noche tras noche, luego de ir a trabajar. A veces leía los capítulos ya escritos y tenía ganas de romperlos en mil pedazos, frustrada porque siempre había algo que corregir, porque los errores no se acababan. Algunos personajes se me hicieron muy fáciles, mientras otros eran un verdadero dolor de cabeza. Incluso tuve que retroceder desde el cuarto o quinto capítulo hasta el principio porque una de las tres pipas en la narración no existía. Estaba ahí, pero no existía. La opción era sacarla y que el libro se llamara Las Dos Pipas, pero ese nombre suena horrible, así que me esforcé por hacer de dicho personaje algo más que un número. Sacrifiqué, además de horas de sueño, muchos momentos con mis amigos porque escribir era lo más importante, el objetivo de mi vida. Quería, por primera vez, terminar un libro y hacerlo en serio. Quería ser escritora y desde la frase inicial del Prólogo supe que Las Tres Pipas era la gran prueba.
Con ese libro tuve muchas otras primeras veces: fue el primer libro que publiqué en Wattpad, donde tuve mis primeros lectores, también donde tuve mis primeras críticas dolorosas. Con él aprendí que los finales nunca contentan a todo el mundo y que hay gente que de verdad se encariña tanto con tus personajes que es capaz de hacerte un fanart para demostrarlo. En ocasiones releo algunos capítulos y encuentro errores, cosas que ahora escribiría de otra forma, pero ni siquiera entonces, ni cuando alguien viene y me dice aquello que le parece mal, me olvido de lo enormemente orgullosa que me siento de mi primer libro. Por eso, apenas puse el punto final en el Epílogo, escribí una nota para la Aileen del futuro, en la que dice: Si yo pude, tú siempre podrás. Y es cierto, si la Aileen que solía ser pudo dar ese enorme paso, superar esa gran prueba, creo que la persona que soy ahora también puede hacerlo.
No sé si somos lo que creamos... no totalmente al menos. Pero sí siento que Las Tres Pipas es una parte fundamental de lo que soy ahora, ya sea para bien o para mal. Porque, aunque ni la historia de Julián ni la mía comenzaron con las tres pipas de Sherlock Holmes, sí hubo algo que cambió para siempre desde entonces. En él, en Julián, y en mí.
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PERO ESCRIBIENDO...
Literatura FaktuMI CARRERA LITERARIA Rechazos de Anagrama, Grijalbo, Planeta, con toda seguridad también de Alfaguara, Mondadori. Un no de Muchnik, Seix Barral, Destino... Todas las editoriales... Todos los lectores... Todos los gerentes de ventas... Bajo el puente...